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Historia íntima de una célula yihadista

Así vivieron durante años las españolas que esperan a ser extraditadas desde Siria: inmersas con sus maridos y otras parejas en los ambientes más radicales de Madrid

Las españolas Yolanda Martínez, Lubna Miludi y Luna Fernández, en el campo de Al Hol, noreste de Siria. En vídeo, entrevista a las tres mujeres.Vídeo: Natalia Sancha
Patricia Ortega Dolz

El 1 de mayo de 2014, hacia las siete de la tarde, Raquel Alonso, esposa de Nabil Benazzou (Casablanca, 1972), llamó a su cuñada Asmaa a Marruecos: "Tu hermano está llegando a unos extremos en los que me da la sensación de que se va a ir en cualquier momento. Ya no es la persona con la que me casé. Ha entrado en un punto radical muy fuerte. No sé hasta dónde puede llegar. Estoy segura de que este viaje a Marruecos tiene una finalidad. No me puedo creer que cuatro amigos se van a Marruecos así de repente".

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Nabil, casado con la española, con dos hijos y con trabajo estable, se había ido esos días a su país con otros habituales de la mezquita de la M-30 y, sin embargo, no fue a visitar a su familia, sino a Omar El Harchi, el líder operativo de la célula yihadista Al Andalus, que sería desarticulada por la Policía un mes más tarde, en junio de ese mismo año. Nabil fue detenido junto a otros ocho hombres por pertenencia a organización terrorista y otros ocho viajaron a Siria. Fuentes policiales confirman que El Harchi, que partió de Casablanca hacia Siria a finales de mayo de 2014, está hoy detenido por las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS).

Los nueve arrestados en España están en prisión desde entonces, condenados a ocho años por pertenencia a organización terrorista, pero al menos tres de las mujeres españolas que acompañaron a los que se fueron y sus 11 hijos están ahora retenidos en campos de yihadistas en Siria, a la espera de que el Gobierno español las extradite (o no): "Solo deseamos volver a España", decía Yolanda Martínez Cobos (Madrid, 1985), esposa de El Harchi en una entrevista con EL PAÍS hace unos días. Otras han seguido sus vidas en Madrid, tras años de convivencia con la versión más radical del islam. Desbrozando autos, informes policiales, piezas del sumario y la propia sentencia, aparece la historia íntima de esas familias que durante tres años conformaron la llamada Brigada Al Andalus, una plataforma para el envío de combatientes al autoproclamado califato del Estado Islámico.

Nabil, deslumbrado por la determinación de Mohamed El Amin Aabou, que le fue presentando progresivamente a los líderes —el antiguo preso de Guantánamo acogido por España en 2005, Lhacen Ikassrien (Marruecos, 1972), y Omar El Harchi, propietario de un locutorio—, se había convertido en una suerte de conseguidor y facilitador de infraestructuras para el grupo.

"No van a encontrar nada"

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Del mismo modo que usaban la finca del suegro de Nabil en Santa Cruz de Pinares en Ávila para montar barbacoas con todas las familias y hacer entrenamientos físicos por la montaña y prácticas de tiro, le pedía a su mujer, Raquel, que con su empresa de eventos le hiciera contratos de trabajo falsos a las esposas de algunos de sus nuevos amigos. "Yo no hago eso", le espetó ella, que tiempo después, sintiéndose vigilada, le ayudó a limpiar la casa de todo el material que pudiese resultar sospechoso. "No van a encontrar nada, hicimos limpieza hace una semana", les dijo a los policías el 16 de junio de 2014, cuando se llevaban a su esposo detenido y realizaban el registro de su vivienda.

"La otra vez, cuando estuvimos en Ávila y hablamos de la yihad, Hannae [Ajaoud], la esposa del Argentino [Cesar Raúl Rodríguez, 30 años] decía que si su marido quería irse que se fuera, es la voluntad de Alá. Yo le recité unas aleyas del Corán y le dije que yo no iba a dejar que mi marido se fuese", le cuenta Samira El Hallaoui, la esposa de Mohamed Bouyakhlef (Tetuán, 1984), a otra de las mujeres del grupo. "Sin embargo", prosigue, "cuando los hombres se fueron a dar un paseo y estuvo Raquel [esposa de Nabil y propietaria de la finca] delante, Hannae cambió rápidamente de opinión y empezó a decirme "¡Samira, no puedes apoyar esto! ¡Esto son grupos! ¡Es pecado!".

Los debates entre las mujeres, que formaban parte del grupo al acompañar (también con sus hijos) a sus maridos a las barbacoas y a los encuentros campestres en el embalse del Atazar, muestran el grado de implicación de cada una de ellas e incluso el nivel de convencimiento, apoyo o colaboración con respecto a la opción tomada por sus maridos. Sin embargo, no aparecen como investigadas en la causa, sino como testigos. "En España parece que existe una especie de acuerdo tácito para no procesar a estas mujeres", dice uno de los abogados de los acusados.

Ellas no iban a las reuniones en la tetería Isla Verde de Torrejón de Ardoz, adonde acudían los hombres a menudo, también con sus hijos, porque allí preparaban comida casera marroquí. Fue precisamente allí donde celebraron la despedida de Mohamed El Amin Aabou el 27 de febrero de 2013, poco antes de que vendiera su casa de la Cañada Real y se fuera con su mujer, la madrileña conversa Luna Fernández (Madrid, 1989), y su dos hijos a Alejandría (Egipto) el 10 de marzo. La joven que ahora tiene 30 años y se encuentra en el campo de Al Hol con cuatro hijos propios y cuatro adoptados de otra familia marroquí presuntamente residente en España le dijo entonces a su madre y a su abuela que se iban a poner un negocio de ropa con otro matrimonio. Pero lo cierto es que El Amin Aabou, a quien conoció en el centro de menores La Ciudad de los Muchachos, donde Luna pasó su infancia y su adolescencia, pretendía montar otra plataforma de envió de mujaidines a Siria en un Egipto gobernado entonces por Los Hermanos Musulmanes.

Finalmente, toda la familia partió hacia Turquía desde Egipto en mayo de 2014. Aunque pocos días antes Aabou tuvo que pasar por el consulado a solicitar un certificado de defunción de su última hija, nacida en Alejandría y que había muerto al poco de nacer.

Entretanto, en Madrid el resto del grupo y sus mujeres se preparaban para la partida. "Nos ha tocado vivir tiempos en los que la guerra contra el islam es una realidad clara", le decía Navid Sanati a Younes Zayyad (Marrakech, 1984). Los hombres se afanaban en pasar "el cepillo" por las mezquitas —10 euros como contribución media, según reflejaba la libreta contable de Mohamed Khalouk (Larache, 1981)—, vendían sus casas, coches, dejaban de pagar los recibos y las hipotecas y se acompañaban unos a otros a comprar ropa de montaña a las distintas tiendas de Decathlon de la Comunidad de Madrid, para no ir siempre al mismo.

Samira le hacía la maleta a Mohamed y la escondía debajo de la cama. Ayssa Harrar, la esposa de Oialae Chergui (Asilah, 1988) le bordaba una bandera del Estado Islámico, que la policía encontró en una librería del salón de su casa. La mujer de Younes, apremiada por su marido, había embalado hasta la cubertería...

Alta tensión en las parejas

Sin embargo, la convivencia en las parejas estaba llena de discusiones y broncas: "¡Si tienes cojones te vas pero yo quiero saber sobre mi situación ahora mismo!", le espetó en una ocasión Samira a Mohamed, que ya le consultaba a Nabil si podría viajar sin ella, y pedía a otros "hermanos", cuyas mujeres estaban dispuestas a irse, que hablaran con su esposa para persuadirla. Estaba previsto que Mohamed y El Argentino viajaran juntos en marzo de 2014.

Marta Trabado, abogada de profesión y esposa de Abdeslam Haddouti (Tetuán, 1970) con quien tuvo dos hijos, escribe en su diario: "Ya no aguanto más, es un machaque psicológico tal que no puedo seguir", aunque después en su declaración ante el juez lo negó todo: que su marido no la dejara ir al cine o consultar libremente Internet; aseguró que sus hijos, aunque iban con su padre a rezar y le acompañaban a la tetería de Torrejón de Ardoz o estudiaban árabe en la mezquita de la M-30, recibían una educación española en un colegió público…

Aicha Maai, esposa de Mohamed Khalouk, le reprocha que se pase todo el día hablando con sus amigos en la habitación, mientras ella y el niño están solos en el salón. La noche del 30 de mayo de 2014, pocos días antes de que le detuvieran, Khalouk, asustado por las operaciones policiales que se acaban de producir en Ceuta y Melilla, le pide a Aicha que llame a una chica de Tetuán para que le dé urgentemente el teléfono de su marido: "Pero para qué le vas a llamar si sabes que esto te crea problemas?", le advierte ella.

Aicha era una de las íntimas amigas de Yolanda Martínez Cobos, nacida en el seno de una familia acomodada del barrio Salamanca de Madrid, convertida al islam radical tras encontrar en esa religión "la felicidad" y a su esposo y uno de los líderes operativos de la célula, Omar El Harchi. Aunque se refugiaron en la casa del shijk Lahcen Ikasrrien tras verse obligados a irse de la casa de los padres de Yolanda por las fuertes discusiones, fue en la casa de Aicha donde la policía encontró la carta de despedida de Yolanda (conocida como Yolita en el grupo), en la que le expresaba a su "hermanita" que "ante el conflicto sirio no hay que quedarse estática y hay que pasar a la acción".

Martínez Cobos, con 34 años y cuatro hijos, se encuentra actualmente, junto a Luna Fernández y a la ceutí Lubna Miludi, en el campo de retenidos yihadistas de Al Hol, hacinadas con otras 73.000 mujeres, niños y ancianos. El Harchi se entregó —según su esposa— al caer hace tres semanas la ciudad de Baguz, el último bastión del Estado Islámico, y está detenido por las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS). Ella ha pedido ser extraditada junto a las otras dos yihadistas españolas. Él está procesado (en rebeldía) en la causa de la Brigada Al Andalus. El Gobierno español y la Fiscalía continúan estudiando qué hacer con ellos.

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Sobre la firma

Patricia Ortega Dolz
Es reportera de EL PAÍS desde 2001, especializada en Interior (Seguridad, Sucesos y Terrorismo). Ha desarrollado su carrera en este diario en distintas secciones: Local, Nacional, Domingo, o Revista, cultivando principalmente el género del Reportaje, ahora también audiovisual. Ha vivido en Nueva York y Shanghai y es autora de "Madrid en 20 vinos".

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