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REPORTAJE

Fraga, el senador que "algo sabía"

Fraga pasó los últimos cinco años de su carrera política en el Senado sin apenas decir una palabra

Pablo Ximénez de Sandoval

Manuel Fraga llegó al Senado en marzo de 2006, con 83 años de edad y presumiendo de “más de 50 años de servicio público”. Utilizaba esa frase a menudo para definir su carrera política. El día que tomó posesión del escaño, comentó a los periodistas que quería dedicarse a temas de comunidades autónomas y constitucionales. Se justificó en tono de broma, diciendo que sin duda cumplía el criterio de senectud que se le supone al Senado, que además “algo sabía” de la Constitución y que “alguna experiencia” debían reconocerle en asuntos autonómicos. Fraga llenó dos despachos de libros. Inauguró su escritorio con tres bolígrafos, los únicos que se llevó de la Xunta de Galicia, porque los había comprado él.

Utilizaba su despacho número 21058, de la primera planta del edificio nuevo del Senado, para recibir visitas, dentro de una agenda intensa de relaciones públicas como uno de los políticos más conocidos de España. Su agenda semanal típica estaba llena de desayunos, reuniones, comidas. En general, se esforzaba por recibir en el despacho a “todo gallego que pasa por Madrid y quiere saludarlo”, como contaban entonces personas cercanas a él.

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El anciano Fraga que se sentó en el Senado seguramente era diferente al que, 16 años antes, abandonó la política nacional para dar paso a otros líderes en el PP y dedicarse a Galicia. Fraga mantuvo en esos últimos cinco años de actividad política sus dos perfiles, dependiendo de quién lo definiera. Para unos, era un símbolo vivo del franquismo. Para otros, un símbolo de la Transición. Sin que él dijera una sola palabra como parlamentario sobre una cosa o la otra, los dos perfiles marcaron sus años en el Senado.

La primera prueba llegó un par de meses después. En plena política de recuperación de la memoria histórica promocionada por el presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, el Pleno del Senado debatió un texto en el que se honraba a aquellos que lucharon contra la dictadura y a las víctimas de la Guerra Civil. El texto se matizó eliminando referencias al drama de los exiliados, reforzando los elogios a los protagonistas de la Transición. Aun así, el PP y Fraga votaron en contra.

En aquella ocasión el senador Enrique Curiel, entonces número dos del Grupo Socialista en el Senado, reconocía por los pasillos los sentimientos contradictorios que le provocaba la presencia de Fraga en el hemiciclo en un debate como aquel. Curiel, fallecido en marzo de 2011, fue un conocido militante antifranquista en la izquierda clandestina. Su amigo Enrique Ruano murió a manos de la policía del régimen en 1969 y Fraga, entonces ministro, ayudó a tapar el asunto. Él mismo sufrió la violencia de la policía y la derecha tardofranquista, en años en los que el anciano senador había sido responsable de la seguridad del Estado. Tres décadas después ambos eran senadores, su voto valía lo mismo. Aquel día, Curiel confesaba a este periodista que “no le importaba” darle la mano a Fraga, aunque no podía olvidar quién era.

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Para Curiel, hombre de profundas convicciones democráticas y humanistas, la democracia estaba por encima del pasado, pero el simple comentario era en sí mismo doloroso y contradictorio, y revelaba que Fraga jamás sería uno más en el Senado. Su sola presencia en el hemiciclo, sin necesidad de que dijera nada, electrificaba el ambiente cada vez que alguien pronunciaba en un debate palabras como República, guerra, dictadura, exilio, represión, Transición, incluso Constitución. Ahí delante estaba sentado, sin decir nada, un hombre que personificaba en sí mismo muchas de esas ideas.

La situación alcanzó todavía un grado más de morbo por empeño de Izquierda Unida, que planteó en la Comisión Constitucional una moción para rehabilitar oficialmente la figura de Julián Grimau. Militante comunista, fue fusilado en 1962. Fraga, entonces ministro de Información, se sentaba en el Consejo de Ministros presidido por Francisco Franco que aprobó la pena de muerte. El anciano senador no eludió el debate. Se mantuvo sentado y en silencio mientras el senador de IU le acusaba, a dos metros de él, de organizar una campaña pública para justificar el asesinato de Grimau y le exigía que pidiera perdón. Cuarenta y cuatro años después del fusilamiento, Fraga levantó la mano para votar no a la rehabilitación de Grimau. El PP perdió la votación. Fue la única vez, en cinco años como senador, que Fraga no pidió la palabra para contestar a una alusión directa.

Fraga fue sin lugar a dudas el senador más conocido que tuvo la Cámara alta en años. Su nombre daba por sí mismo proyección mediática a una institución mortecina y semiclandestina a los ojos de los ciudadanos. De puertas para adentro, en realidad estaba fuera de la actividad parlamentaria. Pasaba el día entero concentrado en el juego político, de la mañana a la noche, pero únicamente para hacer aportes a los debates internos de su partido. Leía prensa nacional, autonómica e internacional, hasta que descubrió los confidenciales. Pedía a sus colaboradores que le imprimieran absolutamente todo lo que tuviera que ver con el PP, hasta los comentarios de las noticias.

El presidente fundador del Partido Popular intervino desde su despacho en la calle Bailén en todas las grandes crisis que vivió el PP a partir de 2008. Allí recibió a Alberto Ruiz-Gallardón, su ahijado político, hundido tras ser excluido de las listas al Congreso de ese año. Fraga salió en público a decir que Gallardón le había dado su "palabra de honor" de que seguiría en política, a pesar de las dudas. Nunca ocultó la profunda irritación que le producía Esperanza Aguirre, con declaraciones públicas explosivas que nadie más en el PP se atrevía a hacer cuando la presidenta de la Comunidad intentó descabalgar a Mariano Rajoy del liderazgo del partido.

Cuando la dirección del PP mantenía un desconcertante y sospechoso silencio sobre la situación de su ex tesorero, Luis Bárcenas, en pleno escándalo Gürtel, Fraga no dudó en salir al paso, hundir a Bárcenas en público y anticipar que el asunto de los trajes en Valencia podía traer más complicaciones de lo que parecía. "Con todas las vueltas que yo he dado para hacer evolucionar el partido de la manera que ha evolucionado", decía entonces.

Era absolutamente partidario de reformar la Constitución que él mismo contribuyó a redactar. Le obsesionó especialmente durante años la reforma del Senado, quizá la institución peor diseñada de la democracia, y la promovió desde todas las responsabilidades que tuvo. Quizá pensó que estos últimos años eran la ocasión perfecta para dedicarse en serio a ello. Nada más llegar al Senado, pidió una copia de los nueve tomos de trabajos de reforma del Senado realizados en los años noventa y se puso a estudiarlos y a hacer comentarios a su partido.

No solo no encontró aliados entre sus compañeros de filas. A veces, su pasión constitucionalista provocó contradicciones inauditas. Por ejemplo, como presidente de Galicia fue él quien propuso en 2002 que se hiciera una conferencia de Presidentes. Cuando Zapatero la puso en marcha, el PP la ridiculizó sin piedad y boicoteó cualquier acuerdo en el seno de la misma.

También era idea de Fraga, entre otras muchas, la posibilidad de que las comunidades autónomas participaran en la designación de magistrados del Tribunal Constitucional a través del Senado. Años después, fue el PSOE quien convirtió esto último en ley para cumplir con el Estatuto de Cataluña. El PP presentó un recurso de inconstitucionalidad. La paradoja era completa: Fraga, ponente de la Constitución, promotor de la idea y fundador del PP, se encontraba con que el PP decía que la idea era inconstitucional. No dijo una palabra en público sobre el asunto, pero el fundador del PP se negó a seguir a su partido en aquel disparate.

La ley se votó el 21 de noviembre de 2007. El PP ya había anunciado que se opondría y, además, recurriría la ley por inconstitucional. Era un Pleno muy cargado de temas y la votación se retrasó hasta última hora. A media tarde, un senador del PP que estaba lo suficientemente cerca de Fraga le oyó decir “Yo esto no lo voto” antes de levantarse, coger su bastón, y abandonar el hemiciclo. La versión oficial del PP fue que Fraga había pedido permiso para ausentarse, como hacía cuando las sesiones se alargaban hasta entrada la noche, por su delicada salud. Semanas después reconocía en su despacho que se había ido por convicción, porque “no parecía razonable” votar en contra de su propia idea.

A pesar de estar de acuerdo en varios puntos, le indignaba la frivolidad con la que planteaba las reformas constitucionales el Gobierno del PSOE, que nunca llegó a concretar ninguna. Tampoco encontró aliados en su propio partido. Poco a poco, fue dejando de hablar de ello y pareció resignarse a que su partido jamás pactaría una reforma de calado con Zapatero en La Moncloa, mucho menos constitucional. En la sesión inaugural del Senado tras las elecciones de 2008, cuando le tocó presidir a sus 85 años la Mesa de edad que organiza la elección de presidente, aprovechó el momento para pedir llegar vivo a ver una reforma de la Cámara alta. El resto de senadores rieron.

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Sobre la firma

Pablo Ximénez de Sandoval
Es editorialista de la sección de Opinión. Trabaja en EL PAÍS desde el año 2000 y ha desarrollado su carrera en Nacional e Internacional. En 2014, inauguró la corresponsalía en Los Ángeles, California, que ocupó hasta diciembre de 2020. Es de Madrid y es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense.

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