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El sueño de los niños de Ucrania: empezar el curso escolar, en casa y sin ser refugiados

Más de 100 días de guerra han forzado a dos tercios de la población infantil del país a huir de su hogar en busca de un refugio que les ofrezca paz y estabilidad

Refugiados ucranianos
Paloma Escudero, directora de comunicación de Unicef, visita la Escuela Primaria No. 48 en Varsovia, donde los niños refugiados de Ucrania aprenden junto con estudiantes polacos.EVGENE KANAPLEV (Unicef)

El 3 de junio fue el último día del curso escolar en Ucrania. Uno que empezó como cualquier otro tras dos años de pandemia, pero que termina con el horror de un país en guerra, con cientos de escuelas destrozadas por los bombardeos y con todos los estudiantes y profesores haciendo el esfuerzo heroico de terminar sus clases online, ya sea en Ucrania o en las docenas de países donde los más afortunados han encontrado refugio.

El 3 de junio se cumplieron 100 días desde el comienzo de una guerra que ya ha dejado 277 niños muertos y 456 niños heridos, en su mayor parte víctimas de artefactos explosivos situados en zonas habitadas por la población civil. Unos 5,2 millones, dos tercios de la población infantil en Ucrania, ya no viven en sus casas, en sus pueblos, en sus ciudades. Entre ellos, 3,2 millones de menores de edad ucranianos son ya refugiados en países como Polonia, Alemania, Italia o España, en el que ya es el desplazamiento de personas más grande y rápido que ha vivido Europa desde la Segunda Guerra Mundial.

Polonia, un país generoso

El 3 de junio visité Polonia para conocer de primera mano el trabajo incansable que realizan Unicef y sus aliados en los más de 100 días que ya dura la guerra. Una labor que, en casi cuatro meses, ha apoyado la integración de más de 200.000 escolares ucranios en los colegios polacos o prestado apoyo diario a los ayuntamientos y organizaciones que acogen a los más de medio millón de desplazados que han decidido quedarse en Polonia hasta que puedan regresar a su país de forma segura.

La Fundación Ukraine Unbreakable me invitó a participar en su último día de clases en un colegio de Cracovia, donde en las últimas 10 semanas han hecho el milagro de reproducir la rutina diaria de su vida escolar ucrania para cerca de doscientos alumnos. Cada tarde estudian en sus aulas el currículo ucranio, mientras los estudiantes polacos continúan por la mañana con sus lecciones habituales.

Los alumnos de secundaria me cuentan lo que han vivido en las últimas semanas, lo difícil que fue salir del país, la generosa acogida que les brindó Polonia y el sentimiento de culpabilidad que les invade

Dos niños me reciben con una hogaza de pan y un ramo de flores, símbolo de bienvenida en cualquier hogar del país. Visito cada clase y saludo a las profesoras y a los alumnos entre siete y 18 años. Gracias al apoyo de Unicef en toda Polonia, ayuntamientos, organizaciones y colegios pueden alquilar las instalaciones, comprar tabletas y materiales escolares, proporcionar comidas y contratar profesores de refuerzo tanto polacos como ucranianos.

La dedicación, el entusiasmo y la profesionalidad de las profesoras es admirable. Todas ejercían en su país hasta hace pocas semanas, escaparon con sus hijos con lo mínimo y dejaron atrás a sus maridos, a sus hijos, a sus padres. Sin embargo, mantienen el apoyo online para los alumnos que se quedaron atrás, mientras intentan replicar la rutina escolar para tantos otros niños ucranianos que intentan graduarse y terminar el curso escolar en un nuevo país donde todo es diferente, empezando por el idioma.

Un fin de curso agridulce

El fin del año académico se celebra con canciones, bailes, diplomas de graduación, pero también con un recuerdo constante por los que se quedaron por el camino. Por los que siguen viviendo en zonas asediadas. Por los que llevan semanas viviendo en sótanos. Por los padres que no han visto a sus hijos en una eternidad. También se ven muchas lágrimas y teléfonos móviles desde los que, mano en alto, transmiten en directo la ceremonia para los amigos, familiares o compañeros que todavía están en Ucrania y se quedaron atrás. Con aquellos que no tuvieron la misma suerte de terminar el curso en un país en paz.

Los alumnos de secundaria me cuentan lo que han vivido en las últimas semanas, lo difícil que fue salir del país, la generosa acogida que les brindó Polonia y el sentimiento de culpabilidad que les invade por vivir en paz mientras sus amigos del colegio siguen atrapados en una guerra sin descanso. Pero, sobre todo, nos hablan de lo duro que fue dejar a sus padres atrás, de su angustia por el peligro que corren cada día luchando sin ninguna experiencia militar, teniendo muchas edades avanzadas.

Lisa, de 14 años, me habla de cómo de pequeña tuvo que huir de Crimea durante la ocupación rusa y de cómo el pasado 25 de febrero, en plena noche, tuvo que huir de nuevo con una pequeña mochila porque las bombas caían demasiado cerca de su casa. Durmieron tres noches en un coche a las afueras de su barrio y decidieron emprender un viaje de tres días hasta la frontera antes de que el ejército ruso entrara en su ciudad.

O la historia de Marc, de 15, que describe cómo vivieron cuatro semanas en un sótano junto a otras familias, cómo su hermano mayor de 19 años fue herido en la pierna en los primeros días de la guerra o cómo su madre decidió salir de Ucrania con los más pequeños cuando se quedaron sin comida, sin calefacción y sin agua.

Apoyo sin importar la procedencia

Todas las familias con las que me reúno llegaron a Polonia exhaustos y con limitados recursos para sobrevivir. Todos agradecen a Unicef su prioridad de financiar y apoyar la escolarización de más de 200.000 niños ucranios y garantizar, junto a 12 ayuntamientos de todo el país, campamentos de verano para al menos otros 100.000 más. Allí aprenderán polaco, convivirán con niños de esta nacionalidad, pero, sobre todo, poco a poco, volverán a la seguridad de una rutina y una vida no marcadas por el miedo y las bombas.

Hoy, Día Mundial del Refugiado, cada uno de los 3,7 millones de niñas y niños refugiados ucranios necesitan nuestro apoyo, así como cada uno de los más de 37 millones de niños procedentes de otras zonas en conflicto, como Siria o Yemen, que también crecen lejos de su hogar, de su pueblo o en un país que no es el suyo. Unos y otros, todos, huyen de la guerra, la violencia o la pobreza. Todos necesitan un país que les acoja, un lugar donde se les garantice su derecho a crecer sanos, seguros y educados. Porque todos, vivan donde vivan, necesitan poder volver a un país en paz.

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