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Alterconsumismo
Coordinado por Anna Argemí
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DIETA MEDITERRÁNEA
Tribuna
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Combinar dieta mediterránea y agroecología en España para una alimentación saludable y sostenible

Compaginar nutrición equilibrada y producción de alimentos viable generaría riqueza en el mundo rural, reduciría la dependencia externa y de recursos no renovables, liberaría territorio en terceros países, proporcionaría beneficios para nuestra salud y reduciría los impactos medioambientales

Dieta mediterranea
Cuatro cosechadores caminan por un campo de arroz en busca de malas hierbas en El Perellonet, Valencia, el 14 de julio de 2022.Loyola Perez de Villegas Múñiz (Anadolu Agency via Getty Images)

La dieta mediterránea es ampliamente reconocida por sus cualidades saludables, pero también existe una creciente evidencia sobre sus beneficios ambientales (Tilman y Clark 2014). Por ello, el alejamiento de ella experimentado en países como España (da Silva y col. 2009) es doblemente preocupante: comemos peor que hace 60 o 100 años, y lo hacemos a costa de degradar los ecosistemas de los que dependemos para seguir produciendo alimentos.

La industrialización de la agricultura española contribuyó a alejar el fantasma del hambre en los años 60, recuperando muy brevemente, tras los duros años de la posguerra y la autarquía franquista, nuestro tradicional patrón dietético saludable y sostenible, hasta que en pocos lustros pasamos de la escasez al exceso: exceso de disponibilidad de alimentos, que lleva a desperdiciar una tercera parte de la comida; exceso de consumo de comida en general y de azúcar, productos refinados y proteína animal en particular, que se asocian a múltiples enfermedades; exceso en el uso de insumos como fertilizantes y pesticidas, que degradan nuestro medio ambiente; y exceso de importaciones, que generan impactos en terceros países, como deforestación y desplazamiento de comunidades indígenas.

Comemos peor que hace 60 o 100 años, y lo hacemos a costa de degradar los ecosistemas de los que dependemos para seguir produciendo alimentos

Nuestro sistema agroalimentario tiene una fuerte tendencia a la subutilización de los recursos propios y a un modelo lineal que no valoriza los residuos como recursos: gran parte de los pastizales están subutilizados; debido a la concentración ganadera, el estiércol a menudo se aplica en exceso conllevando grandes pérdidas de nutrientes; los barbechos se mantienen desnudos sin aprovechar su potencial para fijar nitrógeno mediante leguminosas; los nutrientes que contienen nuestros alimentos no llegan de nuevo al suelo, sino que acaban en vertederos, incineradoras, depuradoras, o en el medio ambiente.

Explorar otras alternativas como la agroecología

Tenemos, por tanto, un sistema agroalimentario altamente disfuncional, cuyos problemas no parece que puedan solucionarse con una profundización de la industrialización y apertura comercial, que son las tendencias que lo han llevado hasta aquí. En consecuencia, han de explorarse otras alternativas, como las que ofrece la agroecología. Sin embargo, debido a su menor productividad (Barbieri y col. 2019), se suele argumentar que la generalización de este tipo de manejo implicaría o bien usar más superficie para mantener la producción, generando deforestación, o bien mantener la superficie a costa de una menor producción, generando problemas de abastecimiento de alimentos. Estas críticas, no obstante, ignoran el potencial de la combinación de las prácticas agroecológicas con cambios a nivel de consumo, como la reducción del desperdicio y del consumo de productos de origen animal.

Nuestro sistema agroalimentario tiene una fuerte tendencia a la subutilización de los recursos propios y a un modelo lineal que no valoriza los residuos como recursos

Los cambios en el consumo en países desarrollados hacia dietas menos cárnicas y un menor desperdicio tienen un alto potencial de ahorro de territorio e impactos ambientales, proporcionando un “doble dividendo” en términos de mitigación del cambio climático: la reducción de las emisiones asociadas a la producción, y el secuestro de carbono en el territorio que ya no sería necesario para la producción agraria y que potencialmente se podría reforestar (Sun y col. 2022).

Por otro lado, se ha mostrado que para una transición agroecológica a gran escala no basta con la realización de prácticas ecológicas “en finca”, sino que es necesaria una mayor circularidad a nivel del sistema agroalimentario completo para suministrar los nutrientes que garanticen una producción suficiente sin usar fertilizantes y pesticidas de síntesis (Billen y col. 2021).

Un puesto de frutas y verduras en un mercadillo al aire libre el 31 de julio de 2022, en el distrito de Tetuán, Madrid, España.
Un puesto de frutas y verduras en un mercadillo al aire libre el 31 de julio de 2022, en el distrito de Tetuán, Madrid, España.Europa Press News (Europa Press via Getty Images)

Un sistema agroalimentario ajustado a las capacidades del territorio

En un trabajo recientemente publicado (Aguilera y Rivera-Ferre 2022), nos preguntamos si sería posible alimentar a la población española con una combinación de prácticas agroecológicas, recircularización de los ciclos de nutrientes, reducción del desperdicio de alimentos y cambios en la dieta. En particular, el cambio en la dieta consistió principalmente en reducir la producción y el consumo de productos de origen animal hasta la capacidad del territorio, eliminando la importación de piensos y de productos animales como carne, leche, huevos o pescado. Además, se multiplicó por tres el consumo de legumbres y por dos el de verduras, y se redujo a la mitad el de azúcar. Como resultado, se obtuvieron patrones de consumo que encajan dentro de la dieta mediterránea, al contrario de lo que ocurre en la actualidad, y casi eliminando la importación de productos agrarios y sus impactos asociados.

Estos cambios a nivel de consumo se combinaron con distintos cambios en la producción. En particular, comento aquí el escenario “agroecológico”, que combina la generalización de las prácticas ecológicas (como cubiertas vegetales, reincorporación de restos de poda, y por supuesto ausencia de fertilizantes y pesticidas de síntesis) con energías renovables, expansión de la ganadería extensiva para aprovechar los pastos y residuos de cosecha, y reciclaje de residuos urbanos y agroindustriales.

La combinación de estas prácticas a nivel de finca y de territorio con cambios de consumo resultó en las mayores reducciones en el uso de energía no renovable (más de un 80% de reducción), los mayores aumentos en la materia orgánica del suelo (que aproximadamente se duplicaría, contribuyendo a la mitigación y adaptación al cambio climático). Además de reducciones drásticas de impactos ambientales como las emisiones de amoníaco, el lixiviado de nitratos, el empleo del territorio y la huella de carbono. En particular, la reducción de la huella de carbono fue de más del 100%. Así, si antes hablábamos de un “doble dividendo” climático, en este escenario podemos hablar de un “cuádruple dividendo”, ya que además de la reducción de emisiones y aumento de secuestro de carbono en terceros países, tendríamos una reducción de emisiones y aumento del secuestro de carbono en nuestra propia agricultura debidas a las prácticas agroecológicas antes mencionadas.

En suma, la combinación en España de la dieta mediterránea con la agroecología resultaría en un sistema agroalimentario mucho más ajustado a las capacidades del territorio, generando riqueza en el mundo rural, a la vez que reduce la dependencia externa y de recursos no renovables, liberando territorio en terceros países para la producción de alimentos o la regeneración de ecosistemas. Además de proporcionando importantes beneficios para nuestra salud a través de una dieta más nutritiva y una menor exposición a productos tóxicos, y haciendo frente a los grandes retos ambientales de nuestro tiempo mediante una reducción drástica de los impactos de la producción de alimentos.

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