_
_
_
_
3.500 Millones
Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez
_
Cooperación y desarrollo
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Descolonizar la cooperación, ¿cómo y hasta dónde?

Cambiar la desigual distribución de poder en las ONG requiere que tanto organizaciones como gobiernos se atrevan a ir más allá de lo económico y allanen el camino para que las comunidades beneficiarias comiencen a decidir su propio futuro

Cooperacion Ruanda
Una mujer trabaja la tierra rodeada de niños en una comunidad rural en el distrito de Nyanza, al sur de Ruanda, el pasado mes de junio.Albert Garcia

En el mundo de la cooperación para el desarrollo se habla mucho sobre la descolonización. Consiste en que la toma de decisiones y los recursos de la cooperación estén en manos de las personas directamente afectadas por los programas de ayuda y desarrollo, en vez de estar en manos de donantes y ONG internacionales.

He trabajado para ONG durante 25 años, hasta hace dos, cuando lo dejé para dedicarme a la consultoría. Hace un tiempo me tocó preguntar sobre la descolonización a una decena de personas de ONG en países de tres continentes. Los resultados fueron casi unánimes: lo ideal sería que las decisiones se tomaran en las comunidades, con sus organizaciones de base. La realidad que veían era que realmente quienes tomaban las decisiones eran los donantes de los países ricos, casi siempre gobiernos y, en segundo lugar, pero lejos, las decisiones las tomaban las ONG internacionales a las que pertenecían. Las comunidades eran las últimas, y ya casi no decidían nada. Era un fiel retrato de cómo son las cosas, en vez de cómo deberían ser.

¡Pero, ay! En la tribu de los cooperantes somos muy buenos en definir cómo deberían ser las cosas. Nuestro sector laboral está compuesto en gran parte por gente de naturaleza utópica, lo que es justo y deseable, dado lo ingrato de trabajar por la mejora de un mundo que se resiste a mejorar. Pero esto nos hace caer a veces en el “wishful thinking” (los buenos deseos), y lo que nos sobra de buena voluntad nos falta en la precisión de propuestas.

Dado que el dinero está en los países ricos, y los destinatarios están en los pobres, cuestionar cómo los donantes ceden poder —hablo ahora de los gobiernos y multilaterales— no está en el centro del debate, salvo en términos abstractos. Los gobiernos no hablan mucho de descolonizar la ayuda. Y hacen todavía menos.

Hay cosas en las que los gobiernos podrían ceder poder: en los temas que financian, que son mayoritariamente muy cerrados: uno te financia agroecología, pero no agricultura sostenible, o viceversa. Otro te financia bosques, pero no pesca. Otros no quieren saber nada de hacer incidencia. Ser más abierto en los temas ayudaría a descolonizar.

El dinero y su justificación es otra cosa. Es normal que los gobiernos no cedan ese poder, porque tienen la obligación de responder a su ciudadanía por sus impuestos, y esta no vería con buenos ojos un hipotético mal uso del dinero de la cooperación. Como en este tema los gobiernos y organismos multilaterales son candidatos improbables a la descolonización, veamos si las ONG internacionales pueden serlo. ¿Pueden delegar su poder y recursos a las organizaciones y comunidades de los países del Sur?

Las ONG internacionales tienen un papel ingrato, pero importante, el de control en el uso de los fondos y la responsabilidad de su reposición en caso de mal uso. Esta responsabilidad tiene un coste muy alto. Miles de personas en el Norte revisando facturas de los proyectos del Sur

Imaginemos que las organizaciones no gubernamentales del Norte abandonan todo protagonismo y uso del poder, para dejarlo todo a las organizaciones del Sur: es una idea atrayente, porque la aspiración última de las ONG del Norte debería ser desaparecer, pero hay una razón que dificulta esta posibilidad. Es que los intermediarios entre los gobiernos que ponen el dinero o los socios que pagan su cuota querrán igualmente su rendición de cuentas: el dinero sigue yendo de Norte a Sur.

Las ONG internacionales tienen un papel ingrato, pero importante, el de control en el uso de los fondos y la responsabilidad de su reposición en caso de mal uso. Esta responsabilidad tiene un coste muy alto. Miles de personas en el Norte revisando facturas de los proyectos del Sur. Hay veces en que los malos manejos se dan y hay que devolver dinero a los gobiernos.

Tanto si el dinero viene de los gobiernos como si viene de las ONG, este mecanismo no cambiará: las organizaciones del Sur pedirán dinero para hacer algo, las organizaciones del Norte —donde está el dinero— lo aprobarán y pedirán la justificación de los gastos. Esto no va a cambiar, ni puede hacerlo. ¿Qué se puede hacer, entonces?

Vayamos a por un logro sencillo pero importante: que las comunidades decidan. En estos momentos, los procedimientos burocráticos dificultan las consultas porque no hay dinero o no hay tiempo para hacerlas. Los gobiernos podrían prefinanciar la discusión de los contenidos de los proyectos futuros con las comunidades para que la consulta sobre sus necesidades sea real y no ficticia, lo que sucede mucho hoy en día, porque faltan recursos y tiempo para hacerlo. Los gobiernos podrían ser mucho más flexibles en los plazos de presentación de proyectos —convocatorias más largas, o siempre abiertas— y en los cambios que hay que hacer después de la aprobación, porque las circunstancias han cambiado después de un año y medio de presentar la oferta. Podrían ser más flexibles en los plazos de ejecución, porque ejecutar con prisas en lugares donde confluyen todos los problemas es una receta para gastar mal.

¿Podría ocurrir que un dinero gestionado sin condiciones por las organizaciones del Sur vaya hacia la gente con más poder en la comunidad, en vez de la más desfavorecida?

Las ONG internacionales podrían contratar más personal técnico en los países del Sur, cuando lo haya disponible, y hacer viajar menos a los asesores del Norte. También podrían compartir más gastos administrativos con las organizaciones del Sur, para que estas puedan crecer.

Pero lo que la descolonización no puede ser es solo entregar dinero —que es la representación real del poder, y de lo que realmente se habla— reduciendo las condiciones de su justificación. Haga la audiencia este ejercicio de imaginación: ¿podría ocurrir que un dinero gestionado sin condiciones por las organizaciones del Sur vaya hacia la gente con más poder en la comunidad, en vez de la más desfavorecida? Esto ocurre incluso con la repartición actual del poder y los controles existentes. La gestión del dinero público en los países del Sur está lejos de ser satisfactoria.

La cooperación para el desarrollo es como la política, el arte de lo posible. Y para saber lo que es posible, hay que conocer con detalle los mecanismos con los que funciona la ayuda: subvenciones, auditorías, evaluaciones e informes de actividades. No se puede funcionar sin estos procedimientos, solo se pueden mejorar para que la distribución del poder mejore.

Si hay propuestas alternativas a este sistema, tienen que venir con el mismo nivel de detalle sobre los mecanismos de control con los que contaría. Pero ya se sabe que los mecanismos de control, en realidad, no son más que otra forma de ejercer poder. Aunque también se sabe que si los eliminas, el fracaso está garantizado.

Puedes seguir a Planeta Futuro en X, Facebook, Instagram y TikTok y suscribirte aquí a nuestra ‘newsletter’.

Tu comentario se publicará con nombre y apellido
Normas

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_