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Migrados
Coordinado por Lola Hierro
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“Empecé a vivir desde que soy refugiado. En Irán, ser ‘trans’ era un infierno”

Hace cinco años que Milad, un joven de 28 años, emigró del país persa por la discriminación y el rechazo de su familia tras conocer que vivía “enjaulado en un cuerpo que no le correspondía”

Milad, refugiado transexual iraní en una terraza del Casco Viejo de Bilbao.
Milad, refugiado transexual iraní en una terraza del Casco Viejo de Bilbao.Fernando Domingo-Aldama
Noor Mahtani

Milad (nombre falso) fue consciente de que estaba atrapado en un cuerpo que no le correspondía a los seis años. Pero tardó otros 11 en verbalizarlo. Los primeros a quienes se lo contó fueron sus padres. “Les dije que sabía que era diferente y que sería difícil para ellos aceptarme, pero que yo no podía seguir fingiendo ser una chica”, cuenta el refugiado iraní, exiliado desde hace poco más de dos años en Bilbao. Después de la confesión vinieron un sinfín de reproches, rechazos y desprecios dentro y fuera de su casa que lo complicaron todo más aún. La falta de una red de apoyo y la frustración de no poder “ser quien era” le llevaron a comprar clandestinamente inyecciones de testosterona que se inoculaba a escondidas y sin supervisión médica y que, con los años, le provocaron un cáncer de ovarios. “Empecé a vivir desde que soy refugiado. En Irán, ser yo mismo era un infierno”, recuerda por teléfono.

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Las personas LGTBI+ de Irán, según Amnistía Internacional, se enfrentan a una discriminación imperante, “viven con el temor constante al acoso, la detención y el procesamiento penal y están expuestas a la violencia y la persecución por su orientación sexual e identidad de género”. A veces, incluso por una “presunta” identidad sexual. En Irán, según el Código Penal Islámico, la “conducta homosexual consentida” está criminalizada y se castiga con penas que van desde la flagelación hasta la muerte. Es uno de los 69 países en los que, de acuerdo a la ONU, pertenecer a este colectivo es un crimen. En seis de ellos está castigado con pena de muerte y en otras 14 naciones las personas ‘trans’ son perseguidas abiertamente.

En la semana del Orgullo LGTBI+ y tras la aprobación de la ‘ley trans’ en España, este iraní celebra que se sigan dando pasos adelante en esta materia: “La única sensación que me provoca es tranquilidad, que hay mucha gente que lo comprende y hay muchas personas como yo que viven libremente. Hace falta seguir luchando, pero somos muchos. Y somos fuertes”.

Pero la fortaleza se construyó poco a poco. Para este programador informático, su infancia fue como una carrera continua de obstáculos. Entender a solas lo que ocurría, atreverse a contarlo, quitarse el ‘hiyab’ a diario a dos cuadras de su casa, tener que dejar la escuela por las burlas, pedir ayuda, emigrar… La transfobia y la soledad acompañaron gran parte del proceso. A pesar de que ahora ha encontrado la paz que buscaba, hay una preocupación que aún permanece: que se repita todo. “Vivo con el miedo de que alguien se entere y se ría o me haga daño. Eso no se me va…”, cuenta. Aún está bajo tratamiento psiquiátrico.

Vivo con el miedo de que alguien se entere y se ría o me haga daño. Eso no se me va…

El mayor daño se lo hizo su padre. Cuando Milad le confesó su verdadera identidad, este le encerró más de cuatro meses en su casa mientras le reprochaba una y otra vez que era “una vergüenza” para toda su familia. “Nunca me entendió. Ni lo quiso intentar”, añade. Ni siquiera cuando tuvo que operarse del cáncer: “Hacía poco que un amigo suyo había fallecido por un tumor y me dijo: ‘Si vas a morir, ¿para qué voy a perder mi dinero?’”. El apoyo de una figura paterna comprensiva lo encontró en su tío materno. Él ayudó a costear las primeras operaciones en su transición y le acogió en su casa cuando la situación se hacía insostenible en la de él. “Mi madre fue la única que entendió mi angustia. Ella vio como día a día lloraba y cómo no podía soportarme a mí mismo, que no podía verme al espejo”.

Cuando su aspecto empezó a cambiar, modificó su nombre y su sexo en el registro iraní. Legalmente era un hombre y, por tanto, tenía que cumplir con el servicio militar obligatorio. Aunque a las personas LGTBI+ pueden renunciar a hacerlo. “Me acerqué a una oficina para contarles, en voz baja, por qué me podía acoger a una de las excedencias, pero el hombre que me atendió dio un golpe en la mesa y me obligó a decirlo en alto delante de todos sus compañeros. Todos se burlaron y me miraron muy mal”, recuerda aún afectado. En su permiso de trabajo también consta el motivo por el que no realizó el servicio militar: “Enfermo sexual”. Aunque las historias como estas se acumulan, nunca se acostumbró. “Imagina lo que es que te critiquen cuando pasas al lado y que no paren de señalarte. ¿Cómo puedes vivir con eso?”.

Imagina lo que es que te critiquen cuando pasas al lado y que no paren de señalarte. ¿Cómo puedes vivir con eso?

Aunque su familia no era muy religiosa y no fue ese el pretexto para discriminarle, sabe que influye. “Yo ya no tengo religión. He leído el Corán y la Biblia. Y me gusta lo que está escrito. Pero no tengo buena relación con la gente religiosa. Ni cristianos ni musulmanes”. A pesar de que Milad espera que la situación mejore en su país, prevé que el camino sea largo. “Nuestro problema no es solo el Gobierno. También es la sociedad, que busca puntos débiles en ti para reírse de ti. Si eres trans, va a ser imposible que encuentres trabajo. Hace falta un cambio de mentalidad muy grande”.

Hubo un día en que entendió que nada iba a cambiar. “No podía estar más en Irán”. Dos de sus tíos –uno de ellos en Estados Unidos– le ayudaron económicamente a salir de ahí. Se puso en contacto con un amigo que vivía en Holanda y que le pasó el contacto de una persona de confianza en Turquía. El plan era llegar hasta allá y solicitar el refugio de las Naciones Unidas. Tardó menos de una semana en prepararlo todo. El día en que partió, las emociones se mezclaban. Pero había tres que se repetían: tristeza, rabia y alivio. Mucho alivio. “Ese día sentí que era un pájaro que sacaban de la jaula”.

En Turquía las cosas no eran mucho más fáciles. “Tenía la sensación constante de que la gente pensaba que los refugiados no servíamos para nada”. Desde que pudo, solicitó refugio y se lo concedieron en el País Vasco. Una vez en España, recibió asesoramiento y acompañamiento de la asociación Nueva Vida y pronto se enteró de un curso intensivo de programación; su sueño. Consiguió una beca para el coste del curso, hizo las prácticas y hace siete meses que tiene contrato en una empresa local.

Su vida ahora en Bilbao es, según él, lo que estaba buscando. “A mí España me encanta. La gente, el tiempo… Todo. No sé si saldré de aquí, tal vez Estados Unidos, pero a Irán no. A Irán no volveré. Ahora lo que busco es paz. Y la tengo. El siguiente paso será alquilar un piso aquí”.

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