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Migrados
Coordinado por Lola Hierro
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Dos años en el ‘Aita Mari’, el barco atunero que se adaptó para rescatar migrantes

El largometraje documental homónimo cuenta el empeño de la ONG vasca Salvamento Marítimo Humanitario para asistir a los náufragos del Mediterráneo y reconstruye su primera misión

Inmigrantes
Uno de los migrantes rescatados por el 'Aita Mari'.Javi Julio
Noor Mahtani

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No es la historia de un rescate. Ni la del periplo de los 79 inmigrantes que naufragaron en el Mediterráneo durante días. No es una enumeración de las trabas de las políticas migratorias europeas ni tampoco el afán idealista de un grupo de vascos por cambiarlas. El documental Aita Mari, estrenado el pasado 28 de abril y con previsión de estar en cartelera a finales de verano, no es solo eso. Es, más bien, el relato de unos voluntarios valientes que quisieron dar respuesta a la crisis migratoria con los recursos que tenían: un barco atunero con más de 17 años de vida y a punto de ir a desguace y un fondo del Gobierno vasco y algunos particulares. En casi una hora y media de largometraje se resumen dos años de grabación desde que empieza la reconstrucción del barco hasta la primera misión en alta mar. Las cámaras de Javi Julio (San Sebastián, 43), el director, son en una ventana a esta tripulación comprometida y a la inacción europea.

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Buscaron por todas partes: barcos pesqueros en Róterdam, arrastreros en Zúrich… Lo que la ONG vasca Salvamento Marítimo Humanitario (SMH) nunca imaginó es que el bote que acabarían adaptando para el rescate de migrantes sería un atunero de Getaria, un pueblo a 20 kilómetros de su sede, en Zarauz. Cuando dieron con él, Íñigo Gutiérrez, miembro de SMH, llamó a Julio, al que conocía de otros proyectos, y le propuso contarlo en un documental. “Me dijo que en tres meses estaría listo para zarpar”, dice irónico y entre risas el director. Las zancadillas burocráticas alargaron el proyecto casi un año y medio más de lo previsto. “No fue nada fácil siendo freelance, la verdad... Sacrifiqué mucho tiempo de mi familia, pero tenía que contar esta historia”, explica al otro lado del teléfono el responsable de la productora Nervio.

Gracias a ese cambio de planes, el documental es un repaso detenido a las ilusiones, las broncas y la impotencia de un grupo de activistas con la disposición y el equipo preparado para zarpar, pero con varias negativas del Gobierno. En todo el recorrido, otro de los protagonistas es el auzolan: un término en euskera que quiere decir “trabajo en equipo o comunitario”. “El Aita Mari presenció muchos milagros y uno de ellos fue la gente. La gente no sabe el poder que tiene”, resume Julio, en alusión a una canción de los catalanes María Arnal y Miguel Barcés. “En la ONG pedían ayuda por las redes para cargar el bote y al día siguiente aparecían 70 voluntarios. Que las personas sean capaces de transformar la calidad de los lugares donde viven, me parecía también algo para enseñar”, narra.

Yo no quería hacer una peli sobre blancos rescatando a negros. Se puede hablar de política migratoria, pero no se puede dejar a la gente morir en el mar
Javi Julio, director

Este pueblo encontró su forma de mejorar su entorno “sacando a la gente del mar” con los náufragos como prioridad y “sin la más mínima intención de victimizarlos”. “Yo no quería hacer una peli sobre blancos rescatando a negros”, explica el director, quien critica que “se puede hablar de política migratoria, pero no se puede dejar a la gente morir en el mar”. Colándose entre las llamadas a los abogados, las redacciones de las notas de prensa, las charlas del capitán y la consulta de enfermería a bordo, el documental se acerca al día a día del colectivo, sin heroicidades ni paternalismos.

Una pequeña victoria

Es septiembre de 2019 en San Sebastián. El buque Aita Mari –nombrado así en homenaje José María Zubia, que falleció rescatando a tres pescadores en 1866– lleva un año listo y sin permisos para zarpar. “Había que buscar soluciones y pergeñar modos de forzar la maquinaria para poder sacar el barco”, cuenta en el largometraje Gutiérrez, de SMH. Y la forma de conseguirlo fue trasladar material de invierno a los campos de refugiados en la isla griega de Lesbos. Un mes más tarde el Gobierno español les autoriza solo a llevar ayuda y con la condición de que no realice labores de rescate. “Fue el primer paso, era una pequeña victoria dentro de una gran batalla”.

Una vez desembarcada la ayuda humanitaria, la ONG pide al Gobierno griego un despacho para volver a Pasaia (San Sebastián) y, con la autorización, regresan por el Mediterráneo Central para asistir en la zona de búsqueda y rescate (SAR, por sus siglas en inglés). A los pocos días, divisan una patera negra en medio de la nada con 79 subsaharianos dentro, entre ellos, seis mujeres y un niño, a los que rescatan. Los próximos seis días son de espera en alta mar y rabia ante el silencio de las autoridades a las que solicitaron un puerto seguro en el que atracar. “Si lo que trajéramos fueran armas, ya tendríamos los puertos abiertos. Pero como son personas...”, reflexiona otro miembro de la ONG.

Ha pasado más de un año, más de 380 personas salvadas y, sin embargo, mucho sigue igual. Esta tripulación consiguió este martes atracar al puerto de Augusta, en la isla italiana de Sicilia, tras cuatro días a la deriva. Los 50 náufragos, todos varones y marroquíes, han dado ya negativo en coronavirus y la tripulación espera sus resultados “y las instrucciones de las autoridades italianas”. Toca esperar de nuevo para volver al mar.

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