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Lo que una wifi puede hacer por el aprendizaje en pandemia

Un 70% de estudiantes ha tenido dificultades de conectividad en Ecuador y solo el 16% de los hogares rurales posee internet. En algunos pueblos, la señal gratuita en lugares públicos ha supuesto una solución a la brecha digital en el país

Carmen Valencia da clase en la parroquia de Mocole (Esmeraldas, Ecuador) a un grupo de alumnos que carece de dispositivos móviles para educarse. Vídeo: JAIME CASAL

Como cada semana, Roselvis Manaura vuelve de la escuela tras entregar los deberes que le encargan los profesores a sus dos hijos, en sexto y octavo de Primaria. Su siguiente parada es el polideportivo, situado en el Parque Tierra del Sol, en Pimampiro, una pequeña ciudad en el norte de Ecuador. Es un lugar de paso, pero también de estancia, de miles de venezolanos que ingresan a través de la frontera con Colombia. Sentada en las gradas de baloncesto, Roselvis se descarga en su teléfono móvil las tareas de su hijo Antonio, a su lado, con la ayuda de una señal de wifi gratuita que la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) ha instalado en distintos espacios públicos de la localidad para su uso general. “Hacer los deberes sin esta señal hubiera sido muy difícil por el sacrificio económico que nos supondría”, explica Manaura, de origen venezolano. Profesora de formación, la única vía de ingresos de esta madre es gracias a la venta de pasteles que ella misma prepara en su domicilio. Aclara que instalar internet en su casa, en las afueras, donde no llega la fibra óptica y depende de señal por satélite, le supondría un gasto de unos cien euros.

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El acceso a la educación virtual ha supuesto un enorme desafío para los 4,4 millones de estudiantes en Ecuador y para sus familias, que vieron de manera abrupta cómo la pandemia, que a 18 de marzo había castigado al país con 307.000 positivos y 16.333 fallecidos, cerraba sus escuelas y el estudio se trasladaba a casa. El pasado junio, el Gobierno reconocía que un 70% de los alumnos había sufrido dificultades de conectividad y otro 15% no había tenido contacto habitual con sus docentes en las últimas dos semanas, según la encuesta sobre la situación actual de las niñas, niños y adolescentes en su actual proceso educativo realizada por Unicef el pasado noviembre. La Ministra de Educación Monserrat Creamer explicaba en una reciente entrevista la importancia de que todos los alumnos entreguen su portafolio para cerciorarse de que siguen dentro del sistema educativo, ya que un 5% de la población estudiantil está en alerta roja de posible abandono escolar.

Pero Pimampiro no es el único lugar en el que ACNUR ha decidido implantar este sistema, que soluciona la conectividad a los estudiantes, y a sus familias les ahorra un gasto que pocas de ellas pueden permitirse. “Al menos 15 días de internet nos vale cinco dólares, y un mes, 10. Y si a ese gasto le sumamos la comida y el alquiler, es muy costoso para nosotros”, explica Uslar Briceño, que acompaña a sus hijas Laurismar, Esteibeli, Esteirderli y a su nieta Duglismar a otro punto de la red wifi gratuita de la ciudad, en el parque de Santa Cecilia. Allí se pueden conectar con el único teléfono móvil que tienen y descargar sus deberes. En el norte de Ecuador se han creado 200 puntos de acceso a internet gratuito en 106 comunidades distintas, una medida que ha beneficiado, hasta el momento, a 130.000 personas. “Es una acción con muchos aspectos positivos y una solución muy sencilla”, explica Giovanni Bassu, representante de ACNUR en Ecuador. “Si una familia carece de internet se ve excluida de muchas ventajas, sobre todo ahora que la movilidad está restringida por la pandemia”, añade Bassu.

Allí donde el acceso a agua y electricidad ya son un lujo

En Ecuador, solo el 37% de los hogares tiene acceso a la Red, un problema que se acentúa si se analizan los datos de las zonas rurales, donde esta cifra desciende hasta el 16%. Se trata de una brecha que, en muchos casos, coincide con aquellas zonas en las que el acceso a agua, saneamiento y electricidad ya son un lujo para muchas familias. “Acá no funciona la escuela virtual, porque la región ya cuenta con unas necesidades básicas insatisfechas”, explica Carolina González, responsable de Unicef en la provincia de Esmeraldas.

La falta de dispositivos a los que conectarse es otra de las trabas que los niños y jóvenes ecuatorianos han encontrado durante este año en el que el estudio se ha instalado en los salones de casa: solo uno de cada ocho estudiantes posee equipos para su uso personal. “Si los docentes no se desplazan a apoyar a estas familias con guías impresas, no recibirían clase, porque ellas no cuentan con dispositivos para poder acceder a la educación virtual, por un lado porque la mayoría de ellos son analfabetos digitales y por otro porque no se les administra luz continua para utilizarlos”, añade González.

En Ecuador solo el 37% de los hogares tiene acceso a internet, un problema que se acentúa si se analizan los datos de las zonas rurales, donde baja hasta el 16%

Anita Pita, alumna de sexto grado, con 13 años, estudia para entrar el próximo curso a octavo y superar sus dos años de rezago a través del programa de nivelación y aceleración pedagógica (NAP), apoyado por el Ministerio de Educación, Unicef y DYA, que atiende a estudiantes de entre ocho y 18 años en todo el país. Ella y su hermana, que viven con su madre en una pequeña comunidad de Río Verde, en Esmeraldas, no tienen teléfono móvil. Tampoco una televisión con la que podrían seguir las clases de Educa TV, una de las plataformas virtuales promovidas por el Gobierno durante la pandemia. El único dispositivo en casa es una radio que va a pilas y que no siempre funciona. “Y si tienen un teléfono no siempre hay señal. Muchas veces lo usan cuando salen al pueblo, que hay algo más de cobertura y desde ahí pueden llamar y comunicarse, pero no es ni siquiera un smartphone“, contextualiza Carmen Valencia, la profesora encargada del seguimiento semanal de Anita, que cruza un río a caballo cada semana para recibir su lección.

La falta de dispositivos a los que conectarse es otra de las trabas que los niños y jóvenes ecuatorianos han encontrado durante la pandemia: solo uno de cada ocho estudiantes posee equipos para su uso personal

Sin embargo, contar con un dispositivo inteligente tampoco asegura que la enseñanza virtual cumpla con el cometido de educar como es debido. De hecho, desde el inicio de la crisis del coronavirus, seis de cada diez estudiantes en Ecuador consideran que están aprendiendo menos, según una encuesta de Unicef. “Al principio de la pandemia los profesores mandaban la tarea por internet, pero no se la explicaba nadie y se le hacía más difícil a los dos”, explica Carlos Márquez, padre de Danna, de 10 años y Gabriel, de 12. Ambos completan sus estudios cada semana con el profesor William Añapa, que se acerca para darles clase hasta la iglesia evangélica de La Ronca, una pequeña comunidad de Esmeraldas. La hija mayor de estos pastores, de 14 años, sí recibe y envía sus deberes a través de WhatsApp, aunque con cierta dificultad para entender las lecciones.

“Por WhatsApp no entendemos qué tenemos qué hacer”, asegura Yoselín López, una estudiante de 5º de bachillerato, de 19 años, que vive en una pequeña comunidad cercana a Tarapoa, un pueblo de Sucumbíos, la región amazónica del país. La joven, madre de un bebé de 10 meses, se educa a través de mensajes que recibe en su teléfono móvil. Allí le llegan clases de Matemáticas, Física, Biología e Historia, y con estos y otros materiales ayuda en la comprensión lectora a su hermana, Lilian, de 10. Yoselín, que quiere ser ingeniera de diseño industrial, entiende que su instituto esté cerrado por la pandemia, pero tiene un deseo muy claro, que sustituye a todos los deberes que recibe virtualmente: “Echo de menos estar en la escuela y que los profesores nos expliquen bonito en el pizarrón”.

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