La firmeza del odio
La lógica de destruir al otro recorre la historia reciente de Oriente Próximo, donde la violencia se ha convertido en el motor que mueve a la mayoría de los actores
Decía el escritor portugués Eça de Queirós que lo importante de una religión es el ceremonial y la liturgia, y lo secundario, la teología y la moral. Por eso es seguramente relevante que al entrar en Dahiye, el feudo de Hezbolá en Beirut, resulte llamativo “apreciar la parafernalia emblemática de mártires, combatientes muyahidines, lemas y consignas coránicas que, junto a la disposición de sus calles y plazas, suscita la impresión en muchos de que eso ‘no es Líbano”. Lo apunta Ignacio Gutierrez de Terán, profesor de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Autónoma de Madrid, en Hezbolá (Catarata), donde señala también cómo se han ido introduciendo en esa zona “prácticas litúrgicas y ‘modos iraníes’ de celebrar las grandes efemérides chiíes (la autoflagelación, los lloros estruendosos en público, las sonoras palmadas en el pecho), como la pasión y muerte de Husein, nieto del profeta”. Su libro, que lleva como subtítulo El laberinto de Oriente Medio, muestra de esa manera cuán extraño puede resultar para un observador que desconoce ese mundo encontrarse con maneras que tienen una impronta remota, de otra época, y que revelan hasta qué punto resulta complejo entender lo que allí sucede.
Ahora la atención se ha trasladado a Siria, con la caída de El Asad, y lo que ocurre en Gaza ya no es más que la terrible letanía de los bombardeos y ataques israelíes y el balance de muertos que deja una maquinaria devastadora y letal que da la medida del odio que alimenta esta campaña militar que está destruyendo las vidas de miles de niños y que aniquila así cualquier futuro en la región al abrir una herida que no va a curarse en décadas, y que acaso puede infectarse todavía más en los próximos años.
Hezbolá, el partido de Dios —cuán difícil es para un occidental descreído hacerse cargo de las resonancias que tiene ese nombre—, tuvo desde sus inicios el objetivo principal de destruir a Israel, pero también una firme vocación de hacer justicia y de poner en marcha la revolución de los hambrientos. Un movimiento religioso guiado por un líder carismático e incontestable —los discursos de Hasan Nasralá se emitían en pantallas gigantes en las zonas con grandes comunidades chiíes— con una jerarquía opaca que opera protegida por el mayor secretismo, un poderoso grupo armado al que en Occidente se califica de terrorista, una facción que tiene una estrecha relación con el régimen de los ayatolás de Irán, una organización con capacidad para construir escuelas y hospitales y tener una televisión y equipos de fútbol, una suerte de Estado dentro del Estado libanés cuyas fuentes de financiación se desconocen en detalle. Todo eso es Hezbolá. En los últimos meses, ha sido golpeado intensamente por Israel y en estos días quedó también tocado por su incondicional apoyo al régimen despótico y cruel de Bachar el Asad.
El libro Gutiérrez de Terán, escrito antes del asesinato de Nasralá, es una herramienta más para intentar aclararse un poco en el berenjenal de Oriente Próximo, y sirve para tomar conciencia de lo poco que se sabe de los resortes profundos que mueven a la pluralidad de facciones, Estados, partidos, religiones o grupos armados que operan en una zona donde la violencia se ha convertido en el demiurgo que mueve todos los hilos. ¿Qué pensar ahora del entusiasmo en Siria por la caída del tirano y de las sombras sobre lo que puede venir? Al cabo, algo se aprende y es darse cuenta de lo inescrutables que resultan las vías por las que opera el odio con tanta firmeza y determinación.
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