_
_
_
_
Lecturas Internacionales
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La escombrera de imperios

En manos de las milicias yihadistas, sería una paradoja y a la vez un milagro que estas trajeran la democracia a Siria

Los damascenos salen a la calle para celebrar entre fuegos artificiales la caída del régimen de Bashar el Asad, este viernes.
Los damascenos salen a la calle para celebrar entre fuegos artificiales la caída del régimen de Bashar el Asad, este viernes. Ghaith Alsayed (AP)
Lluís Bassets

Las grandes guerras son sepultureras de imperios y parteras de nuevas naciones. Así ha sido en los pasados siglos y no parece que vaya a ser distinto en el actual, cuando regresan las viejas y odiosas contiendas devoradoras de vidas, destructoras de ciudades y países enteros. A veces ocurre también con guerras de alcance limitado, aunque intensas y aparentemente encapsuladas, como la de Siria, que ha derribado la dictadura de Bachar el Asad en un abrir y cerrar de ojos.

Sucede así por la estrecha conexión entre escenarios bélicos, los regionales de Gaza y luego Líbano, y los globales, como Ucrania. Con la entrada en Damasco de las milicias rebeldes, se ha desplegado ante nuestros ojos el mapa de una confrontación más extensa en la que Rusia, incapaz de desplegar ejércitos y bombarderos en dos escenarios a la vez, ha retrocedido como gran potencia con pretensiones mundiales e Irán ha quedado definitivamente desposeído de su liderazgo religioso y político sobre la entera comunidad de los creyentes musulmanes. El golpe quizás es definitivo para Vladímir Putin, que quería enmendar “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”, es decir, la desaparición de la Unión Soviética, el imperio que disputó y perdió la guerra fría también en Oriente Próximo.

Rusia se va y Estados Unidos, que todavía no se ha ido, tendrá en enero un presidente que mira estos sucesos con distancia y pasmosa indiferencia. No van con él. Quiere retirar los 900 soldados estadounidenses, los pocos que quedan para combatir el Estado Islámico. Todo debe volcarse en la gran disputa con China. Sobran otros esfuerzos. Frente a Rusia deberán asumirlos los europeos y frente a Irán, Israel con Arabia Saudí, Emiratos Árabes, Jordania y Egipto. Si hay que mandar soldados a morir, no serán de Estados Unidos. Tampoco a la hora de pagar el gasto militar. La Casa Blanca trumpista solo tomará cartas cuando estén en juego sus intereses o los de sus bases electorales. Para seguir ayudando a Israel, por ejemplo. O parar los pies a China.

Hamás, que prendió la mecha, no calculó hasta donde podía llegar la destrucción. Inmoló a su población y se inmoló ella misma. Alcanzó también al Líbano, que sufrió la enésima invasión israelí, e hirió de muerte las ambiciones hegemónicas iraníes. El mapa entero de la región ha saltado por los aires. ¿Qué harán los guardianes de la revolución jomeinista sin el arco de la resistencia chií, que alcanzaba hasta Israel a través de Siria, Irak y Líbano? Todas sus milicias amigas han sufrido en sus carnes la larga mano de los servicios secretos israelíes, su capacidad de infiltración y su superioridad tecnológica. Una generación entera de mandos militares y líderes políticos, iraníes, libaneses y palestinos, ha sido exterminada. La eficacia de las defensas aéreas israelíes y la aniquilación de las defensas iraníes han dejado al régimen islámico sin capacidad de respuesta ni de disuasión.

Se cierra un ciclo abierto en 1979 cuando el ayatolá Jomeini alcanzó el poder en Teherán. Los suníes han ganado la última batalla en su guerra eterna contra los chiíes, pero no con la tutela saudí preferida por Washington, sino la yihadista surgida de Al Qaeda, apadrinada ahora por Turquía y Qatar. Si hubo alguna vez equilibrio de fuerzas respecto a Israel, ahora se ha roto. El régimen jomeinista está solo y desnudo. Crecientemente repudiado por su población, está abocado a estrechar la alianza de parias y perdedores con Rusia y Corea del Norte para suministros de armas y de carne de cañón. Tentado por el arma nuclear, la aceleración ahora de su fabricación puede atraer sobre sí mayor destrucción e incluso conducir a su caída.

No han nacido nuevas naciones todavía, pero hay dos, Kurdistán y Palestina, que se revuelven por existir, acosadas respectivamente por Turquía e Israel, las vencedoras de esta guerra de 13 años. No hay buenos augurios para kurdos y palestinos con Trump en la Casa Blanca. Ya abandonó a los kurdos de Siria en su primera presidencia tras una llamada telefónica de Erdogan, que le convenció del carácter terrorista de su nacionalismo. ¿Y qué decir de los palestinos, con los antecedentes de quien les retiró la financiación, cerró su delegación en Washington y entregó a Israel las últimas bazas negociadoras en manos de la Casa Blanca, como la capitalidad compartida de Jerusalén y el reconocimiento de las colonias judías en Cisjordania?

Siria ha sido durante medio siglo el bastión dictatorial de la estabilidad regional y ahora es la escombrera de los imperios en retirada y la presa de nuevas ambiciones imperiales. En manos de las milicias yihadistas de Hayat Tahrir el Shams, sería una paradoja y a la vez un milagro que su caudillo, Abu Mohamed al Julani, fuera precisamente quien trajera la democracia, el pluralismo y el respeto de los derechos humanos, especialmente de las mujeres.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_