¡Ni una más!

Rebecca Cheptegei, maratoniana, ugandesa, 33 años, mujer, madre y seguramente muchas cosas más, ha muerto como consecuencia de las quemaduras que le causó supuestamente su compañero. Cuatro días ha tardado en morir con el 80% del cuerpo abrasado. Cheptegei participó en los Juegos Olímpicos de París. Seguramente por esa razón la prensa francesa tuvo conocimiento de la noticia y se ha hecho eco del horrible caso. España es un referente en la lucha contra la violencia de genero. Hagámonos eco. Aprovecho esta carta para dejar para el recuerdo este nombre propio: Rebecca. Ni una más, ni una menos.

Idoya Lizundia Acha. Madrid

El parque

Desde ayer pienso en la imagen de mi hijo el mayor sentado en el banco de un parque, viendo cómo juegan otros niños, entre ellos algunos de su clase, con otros mayores y esperando a que acabe el partido para empezar otro y unirse. Nadie le invita. Yo sabía que no iba a haber otro partido porque estaban jugando a lo loco, metiendo en dos porterías ficticias marcadas por el inicio de dos caminos a ambos lados de la plaza. Le insto desde lejos a que juegue, pero él no quiere. Está tranquilo, paciente, sentado. Tengo la imagen de mi pequeño ahí, esperando, y no me la quito de la cabeza. Él parece que está bien, aparentemente indiferente. Sin embargo, a mí me invade una incontrolable tristeza, sin motivo alguno.

Belinda Pelaz Sánchez. Galdakao (Bizkaia)

Lo mismo de siempre

Vivimos en un país en el que los dirigentes del Partido Popular solo aceptan su gobernanza y las acciones que llevan a cabo ellos mismos, limitándose a degradar o desestimar lo realizado por cualquier otro que no sea de “los suyos”. Entiendo a las personas que consideran que José Luis Escrivá no debería pasar de un ministerio al Banco de España. Es una opinión tan válida como cualquier otra, pero me irrita que la crítica venga precisamente de los dirigentes del PP, que han hecho cosas parecidas.

Santiago Balboa de las Hazas. Logroño

Verano en el pueblo

En medio de la carrera por viajar a destinos exóticos, cuanto más lejanos mejor, y a grandes ciudades cosmopolitas, puede resultar vergonzante subirse a un avión para ir al pueblo. Qué poco glamur tiene decir que vas a una localidad de apenas 650 habitantes, de aspecto humilde, donde el silencio solo se ve interrumpido por el ajetreo de sillas en los portales para tomar el fresco al caer la tarde. ¿Cuántos likes podrías obtener de un curtido campesino con pantalones remangados y camisa en mano que recorre el arcén de una carretera desde donde solo se divisan campos de olivos? Esto también resulta del todo exótico para los urbanitas que solo pretendemos viajar a nuestras raíces y un día creímos que la felicidad pasaba por volar al Caribe.

Virginia Servera Gil. Palma