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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El frente republicano dijo no

La inesperada victoria de la izquierda y la resistencia del partido de Macron relegan a la ultraderecha al tercer puesto en Francia

Numerosos ciudadanos celebran los resultados electorales en la Plaza de la República, este domingo en París.
Numerosos ciudadanos celebran los resultados electorales en la Plaza de la República, este domingo en París.Abdelg Alsaye (Anadolu via Getty Images)
El País

Las elecciones legislativas de este domingo en Francia han demostrado que el cordón sanitario contra la extrema derecha no solo ha funcionado, sino que lo ha hecho en las dos direcciones del espectro ideológico del llamado frente republicano: desde la izquierda —inesperada ganadora de los comicios— y desde el centroderecha. Francia ha dicho no a los ultras y ha premiado la unión de los demócratas. Toda una lección para Europa en tiempos en los que la derecha moderada ha preferido en muchos casos unirse a partidos ultranacionalistas y xenófobos. Francia señala el camino.

Con una extraordinaria y disciplinada movilización, los electores han dado la victoria a las izquierdas coaligadas en el Nuevo Frente Popular, relegando a la tercera posición al Reagrupamiento Nacional (RN) de Marine Le Pen y Jordan Bardella. Hace solo una semana, en la primera vuelta, RN había obtenido una clara victoria con el 33,5% de los votos. La misma extraordinaria movilización del cordón sanitario ha permitido a Ensemble, de Emmanuel Macron, ser la segunda fuerza y al presidente de la República salvar el órdago que él mismo lanzó al disolver la Asamblea Nacional tras la debacle de su partido en los comicios europeos del 9 de junio. Macron, no obstante, sale nuevamente debilitado al perder frente a la izquierda la mayoría relativa que tenía hasta la convocatoria electoral.

La posibilidad real de que la ultraderecha se hiciera con el poder por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial ha provocado una impresionante reacción ciudadana con un 67% de participación estimada, la mayor desde 1997. Ahora toca a los líderes del frente republicano estar a la altura de las urnas. La nueva Asamblea Nacional estará fracturada entre tres bloques —alianza de izquierdas, centroderecha y extrema derecha— sin que ninguno alcance la mayoría de 289 escaños.

De confirmarse las estimaciones, aparecen dos alternativas. La preferible es el entendimiento entre la izquierda ganadora y el centroderecha. La alternativa es un bloqueo que, teniendo en cuenta que la Constitución impide convocar nuevas elecciones hasta dentro de un año, dejaría en una situación de ingobernabilidad a la segunda economía de la UE y potencia nuclear con sillón permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. Otras democracias parlamentarias como Italia, Bélgica o Alemania, incluso España, están acostumbradas a este tipo de rompecabezas. Saben resolverlos o, en el caso español, han aprendido a hacerlo en años recientes. No es el caso de la Francia de la V República, el régimen constitucional fundado en 1958 por el general De Gaulle, con un poder Ejecutivo fuerte que concentra enormes poderes en la jefatura del Estado. Los franceses habían perdido la costumbre del compromiso y la coalición —que vinculan con la inestabilidad de la IV República, un régimen en el que el Parlamento, y no el Elíseo, ocupaba el centro del juego político—, pero el resultado de este domingo supone un cambio radical.

Las fuerzas republicanas deberían aparcar las inercias partidistas y ponerse de acuerdo en un programa de Gobierno y en un primer ministro salido de la izquierda. El hecho de que la primera fuerza dentro del Nuevo Frente Popular haya sido La Francia Insumisa del euroescéptico Jean-Luc Mélenchon —por delante del Partido Socialista— podría complicar las negociaciones, pero no debería volverlas imposibles. Todos los partidos del Frente tienen la responsabilidad de estar a la altura de una ciudadanía que ha entendido la gravedad del momento y que ha llenado las urnas votando con generosidad a candidatos que no eran de su formación política. La victoria podría trocarse en derrota si ahora los dirigentes son incapaces de conseguir un acuerdo de mínimos que permita un gobierno fuerte, inclusivo con respecto al amplio arco ideológico que representan, y determinante en Europa. La tentación de los moderados de ambos lados de dejar fuera a los votantes de La Francia Insumisa acarrearía un escenario perverso: romper el Frente de Republicano frente a una ultraderecha tocada pero ni mucho menos hundida y dejar toda la oposición a los extremos.

Las diferencias son enormes entre unos y otros pero también los posibles puntos de entendimiento. Si bien la hegemonía de Mélenchon podría generar tensiones sobre asuntos clave como la defensa de Ucrania, es urgente un programa de reformas económicas que reduzca la brecha social y territorial y, en palabras de Laurent Berger, un veterano sindicalista pragmático y respetado por todos que encarna la mejor tradición de la socialdemocracia francesa, un programa que “repare una sociedad que se siente fragmentada, dividida y maltratada”. La seguridad y la necesidad de protección en un sentido amplio, económica y en materia de criminalidad, podrían ser otro terreno de entendimiento. Los gobiernos de la ultraderecha o con ella dentro no son inevitables: en un solo año Polonia, España, Francia y Reino Unido los han frenado.

Ahora bien, la extrema derecha francesa no ha llegado ni remotamente a su objetivo, pero su fuerza no desaparecerá de la noche a la mañana. Si el frente republicano no toma nota del mensaje lanzado este domingo por los franceses y los aboca al desencanto, el partido de Le Pen podría seguir recibiendo el apoyo de los indignados y los desencantados y estar en condiciones de ganar en la próxima convocatoria o de disputar el Elíseo en las presidenciales de 2027. Tras evitar el acceso de RN al poder, la unión de los demócratas debe ser la solución para reparar el malestar francés y, en lo inmediato, evitar del bloqueo parlamentario. Ni Francia ni Europa pueden permitirse otro escenario.

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