‘Emeritours’

Con todo lo que el jefe de escoltas del rey viejo habrá visto, oído, tocado, olido y tragado en estos años, saldría un retrato de JCI más fiel que todos los PET-TAC que le habrán hecho en su chequeo médico en Vitoria

El rey emérito, Juan Carlos I, llega al avión privado que le llevaría a Abu Dabi desde Vitoria, el pasado 25 de abril.Pablo González (Europa Press)

Hay un hombre del que no se habla cuando hablamos del rey emérito. Si te fijas, se le ve en casi todas las fotos de Juan Carlos I desde que, descoronado y desacreditado de por vida por su conducta impropia, dejó el país donde lo fue todo rumbo a su autodestierro de lujo en el Golfo. Un sujeto alto, buena facha, ni joven ni viejo, con la espalda más recta que su hoja de servicios y el rostro pétreo de quien no muestra más emoción que parpadear lo justo. Es el teniente coronel de la Guardia Civil Vicente García-Mochales, ...

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Hay un hombre del que no se habla cuando hablamos del rey emérito. Si te fijas, se le ve en casi todas las fotos de Juan Carlos I desde que, descoronado y desacreditado de por vida por su conducta impropia, dejó el país donde lo fue todo rumbo a su autodestierro de lujo en el Golfo. Un sujeto alto, buena facha, ni joven ni viejo, con la espalda más recta que su hoja de servicios y el rostro pétreo de quien no muestra más emoción que parpadear lo justo. Es el teniente coronel de la Guardia Civil Vicente García-Mochales, Mochi para su círculo, el jefe de escoltas del rey viejo en Abu Dabi. Su bastón. Su callado cayado. Su toma de tierra. El tipo canoso, vestido a juego con el jefe, que ofrece el bracete a Juan Carlos I en cuanto baja del avión privado que lo trae y lo lleva en sus emeritours de funerales, regatas y médicos por el mundo, y no lo suelta hasta que sube sano y salvo. El tipo que siente su resuello en el cuello. El que oye sus exabruptos si trastabillea. El que huele su miedo, su anhelo, su rabia, su pena, penita, pena, y su autocompasión, la droga más dura de dejar para quien la consume, como sospecho que es el caso. Solo había que verle el rostro de las pesetas, entre contrito y cabreado, al tener que irse de España sin poder navegar a gusto, como cuando solo tienes un puente al año para escaparte del curro y, encima, te llueve.

A la pura fuerza. Así volvió Juan Carlos a expiar sus culpas a su jaula de Emiratos, y a echarle de paso un ojo a su díscolo nieto mayor, a ver si allí, siguiendo su ejemplo, va progresando adecuadamente. Mientras aquí, en la tele, Bárbara Rey, una de sus examantes, cuenta sus citas eróticas con pelos y señales en horario de máxima audiencia, y, en La Zarzuela, Felipe VI reza para que a su pródigo padre no se le antoje volver a España en plena campaña a moverle la corona, yo no dejo de pensar en Mochi. Por oficio y juramento, ha de ser ciego, anósmico y sordomudo. Pero, con lo que ha visto, oído, tocado, olido y tragado ese hombre saldría un retrato de JCI más fiel que todos los PET-TAC que, seguro, le habrán hecho al patrón en su chequeo médico en Vitoria. Apuesto a que lo veremos más pronto que tarde, en el próximo emeritour de vuelta a casa. A Mochi, digo. Solo espero que no sea ese el último viaje.

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