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Gabriel Boric
Tribuna
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Gabriel Boric y la nueva izquierda latinoamericana: más allá de la caricatura

El nuevo presidente de Chile ha consolidado un liderazgo horizontal, alejado del prototipo de gerentes de derecha y mesianismos de izquierda

El presidente de Chile, Gabriel Boric, posa para los fotógrafos en La Moneda, el 12 de marzo de 2022.
El presidente de Chile, Gabriel Boric, posa para los fotógrafos en La Moneda, el 12 de marzo de 2022.Esteban Felix (AP)

Gabriel Boric asumió el viernes como el presidente más joven de la historia de Chile, con 36 años apenas cumplidos. El ritual que había comenzado el día anterior e incluía una serie de hitos formales y ceremoniales se dio en medio de un ambiente de fiesta popular. El nuevo Gobierno asume con enormes expectativas. Boric es el presidente que llegará a su puesto con más votos en las urnas, y con él llega una generación política sub40, forjada en las protestas estudiantiles.

También fuera del país hay bastante interés por la nueva administración a medida que empieza a tomar fuerza la idea de que América Latina podría estar viviendo una nueva “ola rosada”. Esta ola de nuevas izquierdas ha tomado más colores que la que se vivió a comienzos del siglo XXI. En particular, las banderas verdes del ecologismo y moradas del feminismo tienen un rol protagónico. Una de las razones por las que Boric ha generado tantas expectativas en el progresismo es su posición a la vanguardia de esta nueva izquierda. Y junto con las expectativas ha crecido el valor que se la ha asignado al éxito o fracaso del nuevo Gobierno chileno. ¿Quién es el presidente Boric y qué define a esta “nueva izquierda” en el caso chileno?

El viernes, luego del acto de cambio de mando, Gabriel Boric pronunció un discurso con abundantes llamados a la unidad para enfrentar los desafíos venideros. Desde el balcón de La Moneda, el nuevo presidente describía su Gobierno como el comienzo de una larga marcha para recomponer los lazos rotos de la sociedad chilena, en un esfuerzo que iba a tener que ser gradual para que sea duradero. Citando una pancarta de las protestas estudiantiles, recalcó que “vamos lento porque vamos lejos”.

Pocos minutos después, el caricaturista conocido como Mala Imagen bromeaba amigablemente con una de las frases del nuevo presidente de Chile. “Los invito a que nos escuchemos de buena fe, sin caricaturas. De todos los bandos. Nos lo digo a nosotros también”, había dicho el flamante presidente. El llamado a dejar las caricaturas ha sido una expresión recurrente de Boric desde sus tiempos de dirigente estudiantil y a lo largo de toda su trayectoria política.

Por cierto, razones para repetir este llamado no han faltado. Por ejemplo, un día antes de las elecciones de segunda vuelta, el presidente de la corporación empresarial chilena que congrega a los principales sectores productivos del país, Juan Sutil, decía que una victoria de Boric abriría las puertas a una “dictadura del proletariado”. Si bien a estas alturas es probable que hasta el propio Sútil reconocería lo exagerado e injustificado de esas expresiones, la pregunta por el “verdadero” Boric ciertamente sigue presente en conversaciones nacionales.

Luego de que Boric nombrara a su ministro de Hacienda, Mario Marcel, un reconocido economista que presidió el Banco Central y que fue impulsor de la política de equilibrio fiscal chilena, se han despejado varios de los resquemaros más apremiantes. La interpretación dada ha sido atribuir estas decisiones a un cambio en el mismo Boric, quien habría moderado sus posiciones entre la primera y segunda vuelta presidencial y, al parecer, se habría quedado con sus posiciones de segunda vuelta. En esta explicación, Boric se habría transformado de un furibundo izquierdista revolucionario en un socialdemócrata reformista.

Esta explicación ignora por completo que antes de la primera vuelta Boric ya había dado señales de apertura hacia la centro izquierda durante las primarias de su coalición. También ignora el rol central que jugó en 2019 el entonces diputado en alcanzar un acuerdo transversal de la política chilena para empezar el proceso constitucional y canalizar institucionalmente un estallido social que amenazaba con desbordarse.

La otra alternativa, distinta a creer que Boric ha cambiado en el breve plazo entre la primera y segunda vuelta presidencial, es que nunca fue esa caricatura que algunos quisieron hacer de él; es aceptar que Boric no es un tradicional izquierdista de puño en alto y manifiesto en el bolsillo, ni tampoco ha devenido en solo recambio generacional de la centroizquierda chilena.

Boric ha sabido consolidarse como un liderazgo horizontal, alejado del prototipo de gerentes de derecha y mesianismos de izquierda. Es más, ha reiterado que con su programa busca ser un presidente que termine su periodo con menos poder que con el que comenzó. Es imposible entenderlo y a la nueva izquierda chilena sin pensarla en el marco de la generación que lideró las movilizaciones estudiantiles. Y esto es parte esencial de su ethos.

Más que un programa de izquierda tradicional, como pretenden las caricaturas, por lo que Boric y la nueva izquierda que lo acompaña han empujado es una profundización democrática, imbuida en las nuevas demandas de movimientos sociales feministas, ecologistas y progresistas del siglo XXI. En definitiva, «democratizar la democracia», reuniendo las preocupaciones por el «fin del mundo» (ecologismo) con el «fin de mes» (derechos sociales). El atractivo de su candidatura provino de la promesa de alcanzar cambios profundos al modelo económico y una renovación de las dirigencias políticas, pero también de que el camino a ese cambio se base en un diálogo institucional y republicano y tenga un horizonte de tranquilidad. Quién era y de dónde venía hacía creíble esa promesa. Los chilenos apostaron a que alguien que conoce los movimientos sociales y los respeta pueda sanar las heridas sociales que todavía dividen al país.

La convicción de que los movimientos sociales debiesen jugar un rol protagónico en democracia ha llevado a esta nueva izquierda a criticar tanto a una elite política que gobierne tecnocráticamente sin empaparse de la ciudadanía, como a un importante escepticismo frente a los vanguardismos de izquierdas. En línea con estas convicciones, Boric ha sido una de las voces más firmes en la izquierda en su crítica al autoritarismo y violación de derecho humanos en Venezuela y Nicaragua. No por nada a su asunción invitó a reconocidos opositores del régimen de Ortega.

Esta nueva izquierda ha vivido cambios. Ciertamente durante el proceso electoral que los tiene hoy en la Moneda hubo un significativo proceso de maduración, pero los que nunca entendieron lo que era Boric y esta nueva fuerza política, y se quedaron en caricaturas, menos podrían comprender su autocrítica y evolución.

Un Gobierno no puede ser un proyecto generacional, tiene que ser de todos los chilenos y chilenas. Y para que sea así a veces hay que saber hacer sacrificios dolorosos. En definitiva, hay que saber amar a ese pueblo, incluso más de lo que se ama la historia y la ideología propia. Este es quizás el mayor desafío de la nueva fuerza generacional que comienza a gobernar.

Luego del resultado de la primera vuelta presidencial, Boric le escribió una carta al Consejo General de la Democracia Cristiana. En esta les pedía su apoyo para la segunda vuelta. “La arrogancia generacional es una mala consejera, que no hay virtud per se en la juventud y la novedad, sino que un proyecto político debe juzgarse por sus convicciones, principios y actuar en consecuencia”, escribió. Más aún, se comprometió a que, de salir electo, sería un presidente que dialogue con todos, sin distinción. Si lo logra está aún por verse, pero ciertamente de ello dependerá el éxito de su gestión.

Ahora que comienza la era Boric, varios estarán atentos a ver si esta se vuelve una propuesta alcanzable para mejorar las vidas de los habitantes de nuestra región, combinando reformas sociales profundas con respeto irrestricto a la democracia y prudencia económica. Es difícil saber si una formula como esta llegará a expandirse por una región tan diversa. Ciertamente sería un error ensayar copias y calcos que desconozcan las particularidades de cada país, pero, al menos, una cosa es segura: tanto para el debate interno como para la discusión regional, haríamos bien en dejar de lado las caricaturas y escucharnos de buena fe.

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