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Columna
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Política de la sabana

Los políticos se han acercado tanto a nosotros que ahora forman parte de nuestro círculo de amigos y, claro, enemigos

Un televisor de un restaurante de Madrid muestra a Pedro Sánchez durante un debate electoral.
Un televisor de un restaurante de Madrid muestra a Pedro Sánchez durante un debate electoral.Samuel Sánchez
Víctor Lapuente

Dicen que el problema de las democracias contemporáneas es que los políticos se han distanciado de los ciudadanos, pero en realidad es lo contrario. Los políticos se han acercado tanto a nosotros que ahora forman parte de nuestro círculo de amigos y, claro, enemigos.

En psicología evolutiva, el “principio de la sabana” dice que, como nuestros rasgos físicos y mentales responden a las condiciones ambientales en las que surgieron, nuestro cerebro tiene dificultades para lidiar con entes y situaciones que no existían en ese momento. Satoshi Kanazawa lo ilustró con un experimento en el que los sujetos que veían dramas televisivos se mostraban, después, más satisfechos con sus amistades del mundo real. Sus mentes habían procesado a los personajes de ficción como amigos verdaderos. Y es que, como para nuestros ancestros cualquier imagen realista de una persona era un ser real, todavía nos cuesta distinguir, a nivel subliminal, entre amistades auténticas y televisivas. Otros expertos han señalado que, tras ver series de ficción, los telespectadores desarrollamos “relaciones sociales imaginarias” con sus protagonistas.

Hoy, el complejo político-industrial de spin doctors y televisiones dedicadas 24/7 a comentar declaraciones políticas ha logrado que los políticos penetren dentro de nuestro perímetro emocional de allegados. Sánchez, Casado, Yolanda Díaz, Abascal y demás son, gracias a su continuada exposición mediática, nuestra suegra, cuñado, primo del pueblo, rival del trabajo o amiga de la infancia. Odiados o amados no por ideas concretas, sino por emociones complejas.

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Otro efecto del principio de la sabana también ayuda a explicar la actual polarización política. Hoy nuestro interés personal no siempre coincide con el de nuestra familia, empresa o asociación. Pero, en la sabana, sí. Para nuestros antepasados, pertenecer al grupo lo era todo. Fuera solo había muerte. Y esa rémora resuena aún en nuestros cerebros, con lo que, a menudo preferimos la lealtad a la tribu (ejemplo PP o PSOE) antes que nuestro propio interés. Quizás una determinada política de pensiones, o educación, está inicialmente más próxima a nuestras convicciones que la de nuestro partido, pero acabamos defendiendo esta con uñas y dientes.

Esta es la paradoja de nuestra era: cuanto más audiovisuales y modernos son los políticos, más emotiva y ancestral es la política. @VictorLapuente

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