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ELECCIONES EN COLOMBIA
Columna
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Gaviria contra Gaviria

Ni Uribe, ni Santos ni César Gaviria deberían seguir definiendo el destino electoral de un país que ya se cansó de ellos

María Jimena Duzán
Gaviria, rector de Universidad colombiana, anuncia que optará a Presidencia
El exrector de la universidad de Los Ande, Alejandro Gaviria, durante el Hay Festival, en Cartagena, en 2020.Ricardo Maldonado Rozo (EFE)

Alejandro Gaviria es uno de los 60 candidatos que quiere llegar a ser presidente de Colombia y créanme, no es un candidato cualquiera. Se trata de un intelectual agudo que no tiene pelos en la lengua y que ha tenido la valentía de confesar que es ateo a sabiendas de que ese tipo de revelaciones en un país tan profundamente católico tiene sus consecuencias políticas. Se ha presentado como un candidato independiente y reformista que quiere unir el centro para derrotar a Gustavo Petro, el candidato de izquierda que sigue liderando las encuestas.

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Alejandro Gaviria repito, es una ave rara. En un país donde la política está dominada por hijos y nietos de expresidentes y donde el discurso se ha reducido a propaganda resulta refrescante que haya un candidato con ganas de recuperar las ideas para cambiar nuestros destinos.

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Por eso, porque tiene todo para hacernos soñar, no se entiende que haya decidido lanzarse a la política apoyado por el expresidente Cesar Gaviria. Él maneja el partido liberal como si fuera su coto de caza y profesa un liberalismo alejado de las ideas que ha sobrevivido hasta hoy gracias a la prebendas y a los contratos con el Gobierno de Santos y de Duque.

Alejandro proviene, como el profesor Antanas Mockus, de la academia. Trabajó primero como tecnócrata en el primer Gobierno de Uribe y luego como ministro de salud del Gobierno Santos. Allí se enfrentó al poder de las grandes farmacéuticas porque se metió a regular el precio de ciertos medicamentos y a cuestionar el sistema de patentes, una decisión que fue considerada por la embajada norteamericana como un acto agresivo y un intento por cambiar las reglas de juego de la inversión extranjera. Es un obsesivo opositor de la política prohibicionista de Estados Unidos contra la droga, habla de Spinoza y de Aldous Huxley como si fueran autores conocidos por todos los colombianos y escribe ensayos de manera desaforada sobre la naturaleza humana. Sus contradictores, que los tiene, dicen que Alejandro es en el fondo un neoliberal con piel de oveja, pero sus admiradores, en cambio, ven en él a un hombre progresista que se atreve a decir que está a favor de la despenalización del aborto cuando ni siquiera Petro se atreve a meterse en esas aguas.

Sorprende que una mente tan avezada haya decidido aceptar las maquinarias de un partido que ya no defiende el ideario liberal. Esa colectividad ha protagonizado varios escándalos de corrupción y representa a la política clientelista y corrupta, que ofrece apoyo a cambio de puestos y que por supuesto no está interesada en cambios que alteren el estatus quo.

Para alguien que se metió a la política porque quiere revalorarla y devolverle la dignidad, este apoyo de las grandes clientelas es un comienzo farragoso y no puede ser más desacertado. Mientras Alejandro piensa en cómo hacer cambios hacia una sociedad más equitativa y menos corrupta, el partido liberal del otro Gaviria, protagonista de escándalos como el de la parapolítica y de Odebrecht, está pensando en cómo no salir del poder. Incluso varios de sus congresistas aparecen mencionados en el último escándalo de corrupción en el que el Gobierno Duque le entregó un millonario contrato de internet a una red de corruptos.

Alejandro ha dicho que aceptar el apoyo de Cesar Gaviria y sus huestes no le quita ni libertad de acción ni lo constriñe a la hora de impulsar los cambios que quiere hacer. Sin embargo, también es cierto que el clientelismo cuando apoya a un candidato nunca lo hace gratis.

Es evidente que la candidatura de Alejandro no solo cuenta con la maquinaria del Partido Liberal. También tiene a grandes empresarios que se le han alineado y que le están ayudando. Solo así se puede entender que en tan solo 15 días haya conseguido 300 mil firmas de un millón que necesita para poder inscribir su candidatura; una proeza que le puede haber costado cerca de tres mil millones de pesos.

Detrás de Alejandro Gaviria parece estar el olimpo del poder. Tiene el apoyo de expresidentes, se habla también de Juan Manuel Santos y de poderosos empresarios. Sin embargo, no la tiene fácil. Una cosa es que tenga el apoyo del Olimpo y otra que logre convencer a la gente de que se puede bailar y comer al mismo tiempo.

Va a ser interesante ver cómo va a desatar las contradicciones que tiene con su otro Gaviria y si va a lograr dominar esa fiera o si la fiera va a terminar domándolo.

Desde que Ivan Duque llegó al poder hace cuatro años, sin mayor trayectoria ni mérito distinto al de haber sido escogido por el expresidente Uribe, la política en Colombia se empequeñeció de tal manera que la mayoría de los candidatos que hay en la contienda electoral cuatro años después, son tan anodinos como lo era Duque. Muchos de ellos faltos de méritos esperan el mismo milagrito que llevó a Duque al poder y confían que estas próximas elecciones van a ser más de lo mismo, y que cualquiera puede llegar a la presidencia de Colombia si tiene detrás a un expresidente para que le alinee al establecimiento y le logre el milagrito.

Sin embargo, no hay nada que sugiera que las próximas elecciones van a ser más de lo mismo. Los cuatro años de Duque han desgastado al uribismo que hoy carga con los mismos niveles de desaprobación que tiene su ungido. Su dedazo, antes imbatible, ya no hace milagros. Por el contrario, hay un país hastiado de los dedazos, y de que siempre sean los mismos quienes ganan las elecciones.

Por eso resulta insólito que Alejandro Gaviria, que no es ningún anodino, insista en aliarse con las maquinarias de la corrupción cuando el país está pidiendo otras salidas.

En un país gobernado por una clase política endogámica resulta muy refrescante que alguien como Alejandro Gaviria, entre a la contienda. Pero que lo haga solo, sin lastres que secuestren su agenda de cambio.

Los liderazgos que necesitan de los expresidentes para despegar no pueden ser pioneros de ningún cambio. Ni Uribe, ni Santos ni César Gaviria deberían seguir definiendo el destino electoral de un país que ya se cansó de ellos.

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