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Columna
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El presidente que llegó en tren

Habíamos juzgado con condescendencia a Biden. Es de esos líderes que cuando tocan el poder en vez de retroceder aceleran

Elvira Lindo
Joe Biden, en la línea de tren Wilmington-Washington DC en 1988.
Joe Biden, en la línea de tren Wilmington-Washington DC en 1988.Joe McNally (Getty Images)
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Biden se ganó el sobrenombre de Amtrak Joe por los más de 8.000 trayectos que hizo en los trenes de dicha empresa durante su periodo de senador y vicepresidente. En cuanto le era posible volvía los fines de semana desde Washington a su ciudad, Wilmington, en Delaware. Se cuenta que Biden tomó la costumbre de viajar en tren después de que su primera esposa y su hija murieran en un accidente de coche en 1972. Es tan estrecha su relación con el tren que en 2010 escribió para el magacín de la empresa ferroviaria: “Durante 36 años, he podido celebrar los cumpleaños familiares, llegar a casa para contarles a mis hijos un cuento. Amtrak me proporcionó, a mí y a un incontable número de americanos, más tiempo para estar con mi familia”. Para recompensar su fidelidad de viajero, en 2011 la estación de Wilmington fue rebautizada como Joseph R. Biden Jr. Railroad Station. En Amtrak Joe, el apodo, resuenan ciertas connotaciones cómicas, es ese tipo de calificativo que se le atribuye a un hombre de vida rutinaria, entrañable y no brillante en su oratoria —padece una ligera tartamudez—, segundón en las esferas de poder. Hay más características de este tipo sorprendente que le distinguen del perfil habitual de los presidentes americanos. Biden no puede adornar su currículum con el título de una universidad de élite y tampoco ha acumulado un capital impartiendo conferencias. Su segunda esposa, Jill, es profesora de inglés en un instituto. La manera de vestir de la primera dama es elegante, pero jamás llamativa, de hecho, en los primeros días de presidencia, la Casa Blanca anunció que dejaría de facilitar el nombre de las firmas con las que se viste: una medida de austeridad en tiempos pandémicos que ilustra el estilo de la pareja. Como vicepresidente de Obama, Biden no gozó de una gran visibilidad, al contrario de lo que ha ocurrido con Kamala Harris, que simboliza una nueva irrupción de la diversidad en la Casa Blanca y de la que se espera una resistencia que a un hombre de la edad de Biden puede fallarle. Biden ha inspirado chistes, él mismo dice ser una máquina metiendo la pata.

Cuando fue elegido presidente gran parte de los hombres y mujeres de buena voluntad del planeta respiraron: ¿Cómo no preferir este anciano débil a un fanfarrón belicista, racista, misógino y amenazante como Trump? Joe Biden fue recibido como el mal menor. A veces se le veía tan tambaleante que parecía a punto de desplomarse. ¿Cuánto durará? En un universo político aquejado por la propensión al espectáculo y al desparrame, el viejo funcionario nos ha sorprendido a todos. Como si tuviera prisa, por la edad y porque dentro de dos años puede perder su capacidad para aprobar leyes sin un apoyo de las Cámaras, Biden se está atreviendo con políticas osadas que parecerían corresponderle a un líder más joven. Le habíamos juzgado con condescendencia. Biden es de esos líderes que cuando tocan el poder en vez de retroceder aceleran. Ha vuelto a tender puentes con Europa, ha adquirido un firme compromiso contra el cambio climático, ha nombrado un Gobierno diverso, aplaudido la condena al policía que asesinó a George Floyd, ha impulsado una potente agenda social que él mismo afirma está inspirada por el presidente Roosevelt, y el otro día, a los 100 días de su mandato, apeló a las grandes fortunas a arrimar el hombro. Milagrosamente, el viejo Biden ha impuesto el silencio, a menudo brilla por su ausencia. La amenaza reaccionaria acecha, pero el hombre tranquilo al que se le traba la lengua no titubea en imponer audaces medidas sociales. Y una piensa si de la misma manera que Europa acusó el contagio del estilo trumpero, ¿por qué no esperar que la benéfica influencia de Biden acabe llegando? De momento, escuchar un discurso social en boca de un señor tan del establishment nos hace pensar cuánto hemos retrocedido nosotros. Al pobre Amtrak Joe le llamarían aquí bolivariano.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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