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Claudia Sheinbaum
Columna
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El primer invierno de la presidenta

Las encuestas demuestran que Sheinbaum llega a su primer invierno disfrutando de su trabajo en el territorio, y tranquila en la convicción de lo provechoso que le resulta ser vista como seguidora de los anhelos del fundador

Claudia Sheinbaum Pardo en el Palacio Nacional, en Ciudad de México, el noviembre 2024.
Claudia Sheinbaum Pardo en el Palacio Nacional, en Ciudad de México, el noviembre 2024.Eyepix Group (Eyepix Group/LightRocket via Get)
Salvador Camarena

Claudia Sheinbaum desbroza de guijarros el arranque de su sexenio. Así, entra a su primer invierno con vigor contra la violencia, mando en el movimiento, economía en equilibrio (frágil, pero equilibrio), y con el descomunal reto del inminente arribo de Trump a la Casa Blanca.

Como pocos de sus antecesores, la presidenta lidia con suspicacias de un maximato. Quienes esperan una ruptura para creerle independiente, pasan por alto que el fenómeno actual es muy particular. La primera tarea de Sheinbaum es aglutinar, no romper.

El llamado segundo piso de la transformación no tendrá futuro alguno si la presidenta se adelanta en los tiempos. Ella tiene plena consciencia de que la herencia más difícil de administrar no son los egos de sus compañeros, sino la fuerza real del fundador de Morena.

Desde Palacio Nacional y es sus giras de fin de semana, la mandataria activa palancas para hacerse completamente del poder. Con una de ellas busca confirmar a la base del movimiento que no se equivocaron, que ella y nadie más es la mejor vicaria posible.

La presidenta actúa sabedora que los comicios fueron una cosa, apenas el inicio de una relación en la que ha de mantener vivo el fervor de una causa; lo que incluye impedir que la nostalgia por el líder se vuelva problemática. Por eso alimenta diario la imagen de YSQ.

El cambio del sexenio no disipó las dudas sobre la institucionalización de Morena. Entregarlo al hijo fue para impedir una maduración democrática. La presidenta trabaja en su ascendente en el movimiento a fin de galvanizar su influencia en la nomenclatura del partido.

En esa ruta, no hay que confundir la evocación cotidiana de la presidenta con una dependencia de ella con el que se fue. Dado que éste es añorado por millones, ella llena el vacío nombrándolo, no pretendiendo suplantarlo y mucho menos trascenderlo. Por ahora.

Es por esa claridad, y por el empeño puesto al respecto, que puede sacar ventaja de los pleitos y arrebatos de los coordinadores de Morena en el Congreso. Estos tienen cargos, pero salvo Gerardo Fernández Noroña, no se han cuidado de tener, y menos de mantener, la representatividad de la causa.

El choque entre el líder de Morena en el Senado Adán Augusto López Hernández y Ricardo Monreal, su par en la Cámara de Diputados, es uno donde se demuestra que la mandataria tiene la visión mientras otros de sus compañeros, pura ambición.

Sheinbaum lleva semanas advirtiendo —ella dice “invitando”— a sus correligionarios que su trabajo principal está en el territorio, que a éste se deben, y que al mismo han de volver.

Adán Augusto y Monreal disfrutan la poltrona burocrática; en contraste, entre sudor y polvo la presidenta cada fin de semana abraza mujeres, niños, viejos, indígenas, pueblo. Los conforta, e impide la melancolía de sentirse abandonados porque ya se fue quien veía por ellos.

Todo el lance cameral, con sus acusaciones cruzadas de corrupción, el hedor a orgullo de macho herido, y ya no se diga lo pronto que afloró tan visceral disputa —dos supuestos tótems de Morena que debaten no por rumbo, sino por plata— proyecta la imagen de Claudia.

Lo anterior no obsta para que más pronto que tarde doblen las campanas por compañeros así, que con tales espectáculos demeritan un partido que quiso no solo prohibir las tribus sino renovar la vida pública. Sheinbaum actuará en su calidad de vigía de Morena.

Se alinearán así los astros para la presidenta: tendrá razones y ocasión para quitar lastre heredado. Si atina en tiempo y modo al depurar, su fuerza se consolidará; independientemente de quien tenga la dirección del partido, ella mantendrá liderazgo en el movimiento.

De esa forma podrá al fin ejercer no solo las responsabilidades del cargo, sino la plena autoridad del mismo. Sobre todo para implementar los cambios deseados y aplicar las correcciones necesarias por tanta aberración del sexenio que concluyó en el otoño.

Hasta ahora, la presidenta no ha tenido mayor resistencia al aplicar algunas políticas. Ejemplo de ello es la vigorización en el combate a los cárteles, en donde si bien hace falta de su parte un componente real que atienda a las víctimas, es claro el fin de los abrazos...

Ese constituye un dramático giro que aún ha de pasar factura interna, tanto porque no puede ocurrir sin sangre, tanto porque si es genuino el combate, habrán de caer morenistas que hicieron pactos criminales. Y no solo en presidencias municipales, eso es mera morralla.

Para eso es que ha de servirle a Claudia Sheinbaum un liderazgo enraizado en el obradorismo de a pie. Limpiar a Morena de corruptos o gente con alianzas inconfesables no solo es su deber, sino una estrategia para el máximo control y un medio de supervivencia política.

Además de ser una obligación ineludible para con los gobernados, pacificar tiene otros fuertes incentivos. El letargo económico que se avizora podría ser menos costoso si el gobierno recobra un control real del territorio. Y ni qué decir como argumento para usar ante Trump.

La presidenta no tiene ayuda en la tarea de hacer el mejor Gobierno posible. La oposición no funciona como amenaza para que Morena despierte de su negligente ensimismamiento. Buena parte de la prensa bajó los brazos, y el capital es más acomodaticio que nunca.

El grotesco choque entre Monreal y Adán Augusto, que en forma alguna está saldado, no surge de una falla en el control de la presidenta. Es una evidencia de que el modelo armado por el expresidente le servía a él, pero no a quien llegara a sucederle.

Le tocará a ella capitalizar de cada conducta aberrante que surja del error de diseño del reparto del poder a la hora de la sucesión.

Alguien como Sheinbaum, con plena conciencia de lo que está en juego —no el legado del fundador, sino la genuina ilusión de la gente que nunca se había sentido confortada— no tolerará guerritas de poder de “ambiciosos vulgares”, para citar al clásico.

De seguir estas conductas, y es un hecho que los involucrados en el diferendo no tienen conciencia de lo que provocaron (son la ocasión del hazmerreír con aquello de que en Morena son distintos) darán a Claudia motivos para ejercer un liderazgo que ella sí cuida y cultiva.

Las encuestas del arranque del sexenio demuestran que la presidenta llega a su primer invierno disfrutando de su trabajo en el territorio, y tranquila en la convicción de lo provechoso que le resulta ser vista como quien de verdad sigue y representa los anhelos del fundador.

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