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Cartas de Cuévano
Columna
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De frente

Abrazo a los jóvenes que no han leído aún a José Agustín y que tienen por delante el viaje más accesible a la maravillosa literatura que emana de su palabra

MEXICO - OPINION - JOSE AGUSTIN
Jorge F. Hernández

No pudo ser. Hace algunos años surgió la idea, que no llegó a proyecto editorial, de confeccionar un libro para celebrar una novela que cumplía en ese momento medio siglo. La idea era convocar y reunir cincuenta textos de extensión, género y ánimo variables como cincuenta velas para un pastel empastado, cincuenta escritoras y autores principalmente mexicanos (aunque se pensó también en todas las eñes posibles) que pusieran en tinta la gratitud, admiración, contrariedad, azoro o espanto que significa para cincuenta escritores y autoras la primera vez que leyeron la novela titulada De perfil, de José Agustín.

El propósito se titularía De frente y prefiguraba casi con certeza que la mayoría de las plumas aplaudirían con sincero agradecimiento ―y, en muchos casos, la savia más sana de nostalgia― un testimonio colectivo como flor psicodélica, lava de lámpara a-go-gó, puro rock and roll en inglés y español, rombos y calcetas blancas como madrépora transgeneracional para confirmar que De perfil (además de otras grandes obras del mismo autor) consolidaba al paso de medio siglo lo que retumbó en los estantes de la momiza en el instante en que se publicó De perfil, allá en el otro mundo de los años sesentas del siglo XX: una novela que rompía las olas y formaba una onda policromada en la imaginación de la generación que se leyó a sí misma por vez primera en el habla tal cual se hablaba.

Hoy que las enciclopedias han de consignar que José Agustín pasa a otra dimensión cósmica, tal como quizá había ya viajado en prosa y persona a través de los pinceles de la libre experimentación y la infatigable entrega a la chinga diaria de escribir, escribir y escribir, incluso cuando se supone que no se está escribiendo. José Agustín es maestrazo desde la primera edición y las primeras entregas a corregirse en la óptica alucinante de Juan José Arreola y en los muchos inéditos que florecen inanimados o inéditos hasta hoy en su paraíso de Cuautla, en Morelos, donde se ha dormido José Agustín quizá sin saber que no pocos escritores y autoras de varias generaciones le decimos de frente que era un chingón.

Se me hacía tarde para decirle eso al autor de la novela Se está haciendo tarde (final en laguna) e intenté hacerle llegar unos párrafos de tributo a su biografía ya legendaria: su vida en Cuba cuando la Revolución de los barbudos y el son de las mareas no se agriaba en abusos y derrotas inconcebibles, su aventura como guionista de cine enloquecido, sus ligues envidiables con minifaldas legendarias y su paso por la cárcel de Lecumberri, donde ocupaba una crujía en compañía de José Revueltas y escribía que se le hacía tarde en las bolsas de papel marrón donde sus familiares le llevaban comida al Palacio Negro de las Rejas… y desconozco si alguien pudo leerle lo que hoy se vuelve agua salada.

Siento que la mayoría de sus lectores le lloramos hoy precisamente porque volvemos a enfocar la lente del tiempo donde el lector recuerda el exacto instante en que se le revelaba en tipografía entrañable de la antigua editorial Joaquín Mortiz, serie del Volador, la puerta que abre Dorothy al reino de Oz. Todos los colores y todas las palabrotas, todo lo que cabe en la trama de la vida real que no precisa censura ni las buenas conciencias de corbatín estrecho y zapatito de charol que antecedían al baño de sangre que acompasó una insólita Olimpiada en México y, luego, las décadas que el propio José Agustín pintó al óleo de la crónica no del historiador acartonado y cuadriculado, sino del memorioso ingenioso, de la imaginación que recuerda y piensa.

Con estas líneas abrazo a su mujer y a sus hijos, nietos, pero también a miles de lectores esfumados y vivos, ausentes y encanecidos. Sobre todo abrazo a los jóvenes que no lo han leído aún y que tienen por delante el viaje más accesible a la maravillosa literatura que emana de la palabra de José Agustín, lector voraz a interminable que recorrió todos los mármoles clásicos, los pergaminos acartonados y abrió en papiroflexia la mejor de las buenas ondas, el aliviane para mitigar a toda la mamonería, el permiso atrevido y valiente que su propia pluma destiló al incorporar nudos, personajes, desenlaces y palabras prohibidas para que cada lector yeyé o fresa, abuelete o adolescente de varias épocas pueda pasear su lectura por un reino infinito donde los taxis son de papel periódico, páramo interminable de fresas, erguidas flores gigantes de todos los colores en neón y la pista de los arrancones hacia el reino de Nunca Jamás, por donde aparece sonriente tras las nubes un escritor muy chingón de dentadura iluminada bajo el armazón de lentes de gota… como la que llueve sobre esta línea.

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