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FIL Guadalajara
Columna
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FIL: de políticos y barreras

Hay una escena desconocida justo del día en que Peña Nieto no pudo recordar los tres libros que le habían marcado la vida

Enrique Peña Nieto en la FIL de Guadalajara, el 3 de diciembre de 2011.
Enrique Peña Nieto en la FIL de Guadalajara, el 3 de diciembre de 2011.Fernando Carranza García (Cuartoscuro)
Salvador Camarena

Es una escena poco sabida. El día de 2011 que Peña Nieto no recordó tres libros en la FIL Guadalajara, las cosas habían iniciado con un traspié a cargo del equipo del priista, una estampa de quién era él y un símbolo, junto con el famoso olvido, de por qué esta feria disgusta a los políticos.

El mexiquense viajó a la capital tapatía a presentar, quién lo hubiera dicho, un libro. De su autoría, claro está. La sesión devino en un animado y caótico mitin. La familia tricolor que ya olfateaba el retorno al poder tras dos sexenios expulsados de Palacio Nacional, se apretujaban para tocar a su salvador.

Además de fotografías donde priistas mujeres y hombres por igual fajoteaban a Peña Nieto, nada noticioso habría en la presentación del libro cuyo nombre hoy nadie, y seguramente él menos que nadie, recuerda. Así que la nota habría que buscarla en la rueda de prensa, a celebrarse en lugar contiguo.

El salón era de mediano tamaño, para unas 100 personas digamos. Los camarógrafos dispusieron sus tripiés en la parte trasera. Normal. Sillas para los reporteros en dos secciones. Normal. Un templete con un par de asientos y una mesa. Normal. Solo quedaba, normal también, esperar al licenciado.

Esa normalidad fue de pronto interrumpida por unos trajeados que, aunque ya ni gobernador del Estado de México era, cualquiera podría definir como guaruras —tipo estado mayor presidencial— de Peña Nieto.

Estos traían postes para montar una barrera entre el templete y el “público” que no era público sino prensa. Cuando estaban a punto de convertir aquello en una especie de control migratorio, Miriam Vidriales, por aquellos años colaboradora de la UdeG, tronó: “¿Qué creen que están haciendo?”.

En el Estado de México de tiempos del PRI nadie le hablaba así a un guarura. Pero era la FIL, no Toluca, y Vidriales, cuya incansable labor entonces era gestionar para la prensa acceso a los eventos de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, es tapatía. Bueno, nayarita, pero es lo mismo.

Esto es una feria del libro, quiten eso de inmediato, dijo, palabras más palabras menos, Miriam a los guaruras, que desacostumbrados como estaban a que un civil les marcara el paso de pronto no supieron qué hacer. Vidriales solo torció la cabeza hacia adelante en ese latigueo que significaa ho ri ta”.

Se sabe que ese tipo de custodios hablan por las muñecas mucho antes de que se popularizaran los relojes inteligentes. De forma que, si la memoria no me falla, un poco petrificados ante el miedo de que el jefe de campaña Luis Videgaray les aplicara arresto disciplinario, pidieron instrucciones vía muñeca.

Vidriales no se movió hasta que las columnas cromadas fueron retiradas y quedó una simple y llana sala de prensa, a la que más tarde entraría un Peña Nieto radiante. Minutos más tarde al precandidato priista se le borró toda la sonrisa al ahogarse en el olvido de los tres libros que marcaron su vida.

Lo que más recuerdo de ese mediodía de diciembre de hace dos sexenios es que los camarógrafos, sagaces y listos como pocos entre los periodistas, reían ante la incapacidad de Peña Nieto no de mencionar libros importantes, qué va, sino de simplemente decir lo que tocaba decir: “Los olvidé”, “no tengo”, “me dediqué a la política desde chiquito así que no leo”, “la constitución política de los Estados Unidos mexicanos la leo todas las noches antes de dormir”, “mejor pregúntenme otra cosa”, “o no, mejor ya no me pregunten pues ya me voy a que me abracen los priistas, yo que ando aquí dizque de autor…”.

La FIL es tantas cosas tan buenas que es de lamentar que lo de los títulos de los libros importantes para los políticos se haya choteado al nivel que hoy es pregunta obligada. Porque hasta ellos pueden, media training de por medio, memorizar tres o un libro que haya marcado su vida. Eso es fácil.

Lo que no es sencillo, lo que es realmente difícil, es lidiar con periodistas y público sin barreras, sin preguntas filtradas, sin paleros, sin vallas. Por eso, y no por otra cosa, es que Andrés Manuel López Obrador desprecia la FIL: porque en los salones la gente es libre, y los reporteros, también.

Porque él se sabe libros de memoria, pero desconoce las respuestas a simples preguntas que tienen sus gobernados, que lo vieron desaparecer detrás de los muros del Zócalo, de la simulación de la mañanera y de la barrera tipo estado mayor en la que se parapeta. Como cualquier presidente. Como Peña.

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