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Liga MX
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Terror en las gradas

Si los directivos carecen de ética deportiva, ¿por qué habrían de tenerla los aficionados? El origen primario de la violencia no está en las gradas ni en la cancha: está en los palcos

Juan Villoro
Partido de fútbol Querétaro vs Atlas
Hinchas del Querétaro y el Atlas se enfrentan en el estadio La Corregidora este sábado.Sergio Gonzalez (AP)

El 27 de febrero, el cuerpo de Elisa N, madre de Alejandro N, miembro del Cártel Jalisco Nueva Generación, era velado en una funeraria de San José de Gracia, Michoacán, cuando otro grupo del mismo cártel irrumpió en la funeraria para asesinar a 17 personas. Todo esto según testigos presenciales. Las autoridades no vieron nada ni encontraron rastros de lo sucedido. Minutos después de la masacre, los asesinos retiraron los cadáveres y limpiaron con máquinas el suelo ensangrentado. Las víctimas desaparecieron como si la amarga ironía de morir en una funeraria resultara imposible.

San José de Gracia es el sitio donde Luis González y González renovó el arte de la microhistoria. El título de su obra maestra alude a la transitoria condición de cualquier lugar, pero adquirió amarga contundencia el 27 de febrero: Pueblo en vilo.

El sábado 5 de marzo ocurrió algo no muy distinto en el Estadio Corregidora de Querétaro. Aficionados del Atlas y del equipo local, los Gallos Blancos, se enfrascaron en una batalla en las gradas que concluyó en plena cancha y obligó a suspender el partido en el minuto 63. La violencia fue evidente: rostros ensangrentados, cuerpos inertes que seguían siendo pateados, hinchas exangües a los que se les despojaba de la camiseta como si así los desollaran. Un aficionado del Atlas asegura haber visto un muerto.

No basta apelar a la conducta de los ultras para explicar lo sucedido. La trifulca fue posible gracias a la inoperancia de la policía y, posiblemente, a su complicidad. Aficionados del Atlas informan que las autoridades abrieron las rejas que los separaban de la barra brava de Gallos Blancos y los dejaron entrar con puñales y picahielos.

A pesar de las brutales imágenes captadas por la televisión, el gobernador de Querétaro, Mauricio Kuri González, minimizó los sucesos: señaló que no había muertos y recordó que la seguridad del estadio depende de la empresa propietaria del equipo (sí, pero la supervisión de la seguridad depende del Gobierno del Estado).

La violencia que recorre México se cubre del manto de la impunidad. Una patria irreal, de asesinatos sin cadáveres.

El fútbol no es el responsable directo del deterioro social. Cuando alguien saca un puñal en las tribunas no responde a los impulsos del deporte, sino a las carencias de su comunidad.

En 1974 fui testigo de un clásico River-Boca en el Estadio Monumental de Buenos Aires. Una persona detectó mi acento y quiso confirmar algo que había oído: “¿Es cierto que en México el equivalente de un hincha de Boca se sienta al lado del equivalente a un hincha de River y no se matan?”. En aquel tiempo las tribunas mexicanas eran un lugar tranquilo donde los espectadores, tantas veces decepcionados por los suyos, transformaban su entusiasmo en resignación. Pensé que mi compañero de asiento se alegraría de saber que teníamos hinchadas pacíficas; sin embargo, la noticia de que se podía convivir con los rivales sin morir en el intento hizo que exclamara en forma inolvidable: “¡Uh, pero qué degenerados!”

A medio siglo de esa escena no hay duda de que el público del fútbol mexicano se ha degradado al compás de la sociedad que le da origen. Los seguidores de los Gallos Blancos del Querétaro y el Atlas ya contaban con antecedentes al respecto. En 2015, otro partido se suspendió en el Estadio Corregidora por agresiones a los hinchas del San Luis, y en 2014, los aficionados del Atlas cercaron a la porra del Monterrey afuera del Estadio Jalisco y solo suspendieron su ataque cuando la policía los dispersó con gases lacrimógenos. Curiosamente, el lema histórico de la afición rojinegra es: “Le voy al Atlas aunque gane”. Durante décadas, ese club fue una escuela de estoicismo. Hoy es un pretexto para la trifulca. Sin embargo, esto no distingue al fútbol de otros comportamientos: la violencia se ha convertido en una forma habitual de relacionarse con el otro.

La mayoría de los mexicanos repudia esta conducta. Si el país se desangra es porque una minoría cada vez más amplia actúa sin la menor resistencia.

En términos económicos, la Liga Mexicana es la más exitosa del continente americano. Desde hace mucho, los directivos se han desentendido de fomentar la calidad deportiva, privilegiando las ganancias. En las transmisiones de televisión, la imagen se interrumpe en pleno partido para promover una hamburguesa y los jugadores son trasladados de un club a otro al margen de su voluntad. Jesús Manuel Corona tuvo la mala suerte de nacer con apellido de cerveza y ser contratado por un equipo que era patrocinado por otra cerveza. Para evitar este absurdo conflicto de intereses, la directiva le puso el apodo de Tecatito.

En un país donde el nombre de un jugador se cambia para que anuncie la cerveza correcta, el fútbol no es otra cosa que un producto rentable. Si los directivos carecen de ética deportiva, ¿por qué habrían de tenerla los aficionados?

El origen primario de la violencia no está en las gradas ni en la cancha: está en los palcos.

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