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Un grupo de niños toma clases en una escuela en la sierra de Oaxaca, el 22 de abril de 2021.
Un grupo de niños toma clases en una escuela en la sierra de Oaxaca, el 22 de abril de 2021.Andrea Murcia (CUARTOSCURO)
Columna
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Najäw. La gramática como derecho

El acceso al conocimiento gramatical está condicionado por el estatus sociopolítico de cada idioma. Hay más estudios gramaticales de las lenguas hegemónicas que de las que no lo son

Yásnaya Elena A. Gil

Al igual que sucede con la enseñanza de las matemáticas, la gramática tiene generalmente una mala fama de ser árida y, en algunas ocasiones, ha sido tildada de ser francamente aburrida. Sin embargo, esta percepción me parece que deriva de las maneras en las que se ha implementado su enseñanza, yo considero que pocas cosas hay tan apasionantes como saber del funcionamiento de algo tan fundamental como son las lenguas que hablamos. “Mi cerebro sabe de mí, yo no sé nada de él” escribió el novelista portugués José Saramago y algo así podemos decir del sistema gramatical de las lenguas que hablamos. Las lenguas tienen estructuras, sistemas dinámicos, paradigmas, en fin, un andamiaje oculto a nuestra percepción en primera instancia. De las lenguas que hablamos, tenemos conciencia sobre todo de las palabras, pero de las estructuras internas casi nada alcanzamos a distinguir, sabemos qué significa “pensar” pero no sabemos naturalmente que pertenece al paradigma de la primera conjugación.

Podemos usar las lenguas para hablar de tantos aspectos de nuestro mundo interior, de nuestras percepciones y del mundo que nos rodea, pero no conocemos el funcionamiento del sistema lingüístico que nos permite hacer todo eso. La escritura implica ya tener un conocimiento gramatical básico por lo que durante el proceso de alfabetización nos hacemos conscientes de varios aspectos gramaticales. Por ejemplo, los espacios en blanco que voy colocando entre palabras indican que conozco la frontera entre ellas. Mientras hablamos no colocamos silencios entre las palabras, ¿cómo sabemos entonces dónde colocar los espacios en blanco cuando las escribimos? El habla es un continuo sonoro que no hace cortes entre palabras, al escribir colocamos esos cortes en forma de espacios en blanco. La frase “voy a ir a leer” muestra espacios en blanco entre la palabra “voy” y la palabra “a” aunque al pronunciarla digamos “voya”. Colocar ese espacio en blanco implica el conocimiento gramatical de que “a” es una preposición y una palabra gramaticalmente independiente. Conocer la gramática puede ser muy placentero pues nos permite hacer conscientes las estructuras con las que predicamos del mundo y con las que articulamos nuestros pensamientos. También es posible comparar estos sistemas, darnos cuenta de que el orden en el que preferentemente colocamos las partes de una oración en castellano es Sujeto, Verbo, Objeto mientras que en lengua mixe preferimos el patrón Verbo, Sujeto, Objeto. La gramática comparada nos informa de la existencia de lenguas que prefieren las preposiciones mientras que otras prefieren las posposiciones. Las lenguas del mundo despliegan un sorprendente abanico de opciones.

La posibilidad de realizar reflexiones gramaticales y hablar de ellas se encuentra estrechamente relacionada con la función metalingüística del lenguaje humano. Podemos usar la lengua para hablar de ella misma. Esto no es posible, hasta donde sabemos, para todos los sistemas de comunicación. El sistema de comunicación que utilizan las abejas para informar a otras sobre la distancia y la dirección donde se hallan las flores con polen no les permite comunicar sobre las características de ese sistema mismo. La danza con la que se comunica esta especie no puede ser utilizada para comunicarle a otras abejas sobre las características de esa misma danza mientras que la humanidad puede utilizar su sistema de comunicación lingüístico para comunicar sobre las características de ese sistema. En este punto, la poética y la gramática se tocan en tanto que ambas son de algún modo metalingüísticas.

Sin embargo, es posible pasar toda la existencia hablando una lengua sin conocer casi nada de su funcionamiento gramatical, de las estructuras y rasgos que le son propios. El acceso a ese conocimiento gramatical está condicionado actualmente por el estatus sociopolítico de cada idioma. Hay más estudios gramaticales de las lenguas hegemónicas que de las que no lo son. Mi propia relación con el conocimiento gramatical estuvo, en un principio, atravesada por el proceso de aprendizaje del castellano como segunda lengua. Aun cuando el mixe era mi lengua materna, nada sabía de su funcionamiento; con siete años de edad me enseñaron que el castellano tenía cinco vocales además de un buen puñado de diptongos. Por contraste, a mis 19 años seguía sin saber cuántos vocales tenía mi lengua materna, la lengua con la que cotidianamente me comunicaba con mi familia, con amigos queridos o con la que podía expresar y pensar todo lo que necesitara. Con el paso del tiempo y con ayuda del lingüista Rodrigo Romero, comencé un proceso mediante el cual, mediante la aplicación de los métodos necesarios para la descripción lingüística, los aspectos más elementales de mi lengua materna se me fueron revelando.

Mi abuela solía pedir que grabaran su voz en un cassette para mandarnos cartas auditivas a quienes nos encontrábamos lejos de ella en la ciudad. Cada sábado nos reuníamos Rodrigo y yo para escuchar uno de esos cassettes y transcribir las palabras del mixe utilizando el alfabeto fonético internacional, un sistema de notación que puede servir para todas las lenguas del mundo. Este trabajo, lento y detallado, un trabajo que necesita de establecer análisis, contrastes y hacer inferencias, me trajo uno de los mayores placeres y satisfacciones: pude por fin enterarme que mi lengua materna, esa lengua tan familiar, tan íntima, tan cotidiana, tenía siete vocales. Con el paso del tiempo, me enteré de la existencia de un movimiento mixe que trabajaba para enseñar a leer y escribir en nuestra lengua y pude conocer, por tanto, mucho más de las características gramaticales de ella y pude, por fin, aprender a escribir en mixe. Durante estos años después de aquel acercamiento inicial, me he ido enterando a través de los estudios de muchos lingüistas mixes y akäts (no mixes) de las características gramaticales del mixe, también he podido ir descubriendo estos rasgos en múltiples “eurekas” emocionados. Estudiar la gramática de mi lengua se ha vuelto en un acto significativo que pretende rebelarse contra las condiciones que permitieron que durante 19 años no pudiera siquiera enterarme del número de vocales que tenía mi lengua. Derivado de los estudios gramaticales, hemos establecido convenciones para colocar espacios en blanco cuando escribimos en mixe, ahora sé que debo escribir “yakmen” y no “yak men” porque yak- es un prefijo y no una palabra independiente. Esto que parece tan establecido para el castellano, ha implicado todo un proceso en el caso de nuestra lengua, de modo que algo tan básico como puede parecer la colocación de los espacios en blanco en la escritura se convierte en un asunto muy relevante del que tenemos que estar conscientes todo el tiempo al escribir mixe.

Por todas estas razones, trato de compartir el conocimiento gramatical que tengo de mi lengua materna lo más que puedo. Sé que ese conocimiento no se nos será dado en las aulas del sistema educativo mexicano, la enseñanza y el estudio de la gramática del mixe se hace en espacios alternativos que vamos construyendo en el proceso colectivo de resistencia lingüística. Mi deseo es que las niñas y los niños hablantes de mixe tengan el derecho de conocer sobre las características de la lengua que hablan como sucede con la población infantil hablante de lenguas hegemónicas. De algún modo, que el acceso a la enseñanza de la gramática sea también un derecho. Desearía pues, que no tengan que esperar 20 años para saber el número de vocales de su lengua materna.

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