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Columna
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Ne’ep. Una milpa sociopolítica

La milpa se opone a la lógica de cultivo de la agroindustria capitalista que ha privilegiado el monocultivo

El taller de la colectiva Mujeres de la Tierra producen a través de sistemas de cultivo tradicionales.
El taller de la colectiva Mujeres de la Tierra producen a través de sistemas de cultivo tradicionales.Quetzalli Nicte Ha Gonzalez.
Yásnaya Elena A. Gil

Una milpa, ese sistema agrícola tan característico de Mesoamérica, es decididamente mucho más que un campo de maíz. Una milpa, sobre todo, no es un campo de maíz, en otras palabras, una milpa no es un monocultivo. En ese sistema complejo al que llamamos milpa, el maíz, el frijol, la calabaza, el chile, los tomatillos, el amaranto y una gran diversidad de plantas no cultivadas que llamamos quelites tienen lugar y crecen en interconexión. Dependiendo del clima y de la región, los componentes de la milpa pueden ir cambiando así como las variedades de las semillas cultivadas. Las plantas sembradas en la milpa producen sus frutos al mismo tiempo que crecen las plantas silvestres que también serán aprovechadas para la alimentación. La milpa contiene también toda la serie de conocimientos complejos que se han desarrollado en esta región del mundo para cultivar las plantas que hay en ella y seleccionar las que crecen de manera silvestre, contiene también los simbolismos, los rituales asociados a su ciclo, la tradición culinaria para cocinar lo que se cosecha de ella, el conocimiento del clima y el paso de las estaciones así como refleja también la adaptación al entorno natural que por milenios las sociedades mesoamericanas han desarrollado. Una milpa no es un campo de maíz y esto es muy claro para quienes estamos cerca de la milpa, a pesar de todo. A través de las lenguas de la región, este sistema va tomando nombres distintos pero en todas ellas, la constante es que hace posible, alienta y se basa en la diversidad.

Esto que es posible decir de la milpa también se puede extender a otras tradiciones agrícolas del mundo, la diversidad de los sistemas de cultivo es una constante a través del espacio y del tiempo. A este elogio de la diversidad, se opone a la lógica de cultivo de la agroindustria capitalista que ha privilegiado el monocultivo en aras de conseguir mayor producción. Bajo esta lógica, la milpa desaparece y se transforma en campos de maíz transgénico fertilizados químicamente en donde los herbicidas combatirán todo asomo de quelites. La obsesión por el monocultivo ha requerido también el uso de plaguicidas y otras sustancias químicas que combaten la existencia de los agroecosistemas y que, lamentablemente, también han puesto en riesgo la vida de las personas que viven cerca de estos centros agroindustriales como lamentablemente la producción masiva de soja ha evidenciado. En Michoacán, los campos de aguacate Hass han deforestado bosques y han desplazado cultivos diversos para privilegiar el monocultivo de una sola variedad de este preciado fruto. El monocultivo ahoga las posibilidades de la diversidad y la complejidad; el monocultivo capitalista combate la riqueza propia de las tradiciones agrícolas del mundo.

Una vez establecida esta oposición entre sistemas como la milpa y el monocultivo de la agroindustria quisiera usarla ahora como metáfora para mostrar de mejor manera otras oposiciones posibles. Si consideramos que, a través del tiempo, han existido una gran diversidad de sistemas para organizar y coordinar la vida en común de las sociedades humanas, el modelo del Estado-nación se ha constituido en un monocultivo sociopolítico funcional al capitalismo que ha combatido la existencia de una gran gama de opciones. El mundo, hace trescientos años al menos, comenzó a configurarse bajo un solo modelo que ahora ha colonizado a casi todo el planeta: el modelo de Estado-nación que ahora utilizamos como sinónimo de la palabra “país” tiene una voluntad totalizante, tiene la intención de mediar y regular todas las manifestaciones de nuestra vida social. Nos parece casi natural el hecho de que el mundo esté actualmente dividido en poco más de doscientas entidades legales llamados países, pensamos que siempre ha sido así y que no hay más opciones. Lo naturalizamos tanto que hablamos, por ejemplo, del México antiguo, como si Teotihuacán fuera solo una manifestación antigua del país actual que no existía en el periodo clásico. Percibimos que las fronteras establecidas por los estados-nación son naturales y que su existencia está plenamente justificada y es legítima. Estas entidades se basan en un modelo más o menos uniforme país por país y genera además todo un imaginario que se manifiesta en el nacionalismo de estado. Dado que este modelo está presente en casi todo el mundo, podríamos decir que el campo mundial está siendo sembrado con este monocultivo y como buen monocultivo combate la existencia de otras posibilidades. Las estructuras organizativas basadas en ideas y postulados distintos a los del estado contemporáneo han sido frecuentemente leídas como una amenaza a la unidad de estos mismos estados, los reclamos de autonomía de los pueblos indígenas para organizarse políticamente de la manera que deseen han sido acusados de pretender “balcanizar” México, por mencionar un ejemplo. Los sistemas sociopolíticos de muchas comunidades indígenas han sido nombrados despectivamente como “usos y costumbres” sin reconocer que son, efectivamente, sistemas sociopolíticos en sí mismos. El monocultivo del Estado-nación ha aplicado herbicidas dolorosas para impedir el crecimiento de las muchas posibilidades distintas de organizar y coordinar la vida pública.

Una de las alternativas más conocidas al modelo del estado nación la constituyen las estructuras comunales de muchos pueblos indígenas, por esta razón se ha dado en hacer una oposición binaria entre estado-nación y comunidad como opciones antagónicas. Sin embargo, si me permiten la metáfora, al estado-nación se opone no solo una opción sino una milpa de estructuras de organización sociopolítica. Antes de la consolidación del estado, en el mundo existieron, y aun existen, diversas maneras de organizar y coordinar la vida en común. A pesar de la depredación y el combate por parte del monocultivo estatal, hallamos alternativas múltiples y concretas: la comunalidad serrana en Oaxaca, la propuesta de confederación kurda, los caracoles zapatistas, las estructuras clánicas y nómadas que siguen recorriendo distintos territorios, las estructuras de autogestión punk que florecieron y aun florecen en los ambientes urbanos, el anarquismo colectivista o las estructuras tribales de diversos pueblos indígenas, solo por mencionar algunos ejemplos. Todos estos sistemas han resistido a pesar de los herbicidas aplicados por el monocultivo del estado-nación. Todas esas posibilidades están en funcionamiento y son maneras contemporáneas de existir en el mundo. La oposición no es pues binaria, no es estado-nación versus comunidad, es estado-nación y una posibilidad de un mundo que permita una milpa sociopolítica, un mundo que permita en libertad tantas opciones posibles en coexistencia. Ante el monocultivo del estado, hagamos milpa.

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