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Columna
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Äp. En torno al Día de Muertos

Cuando estas fiestas se convierten en mercancías pasan por un proceso de homogeneización que genera expectativas de cómo debe lucir una ofrenda, de cuáles son los significados de cada elemento y cuál debería ser la experiencia de los turistas

Yásnaya Elena A. Gil
Una ofrenda dedicada a familiares en el municipio de Juchitán, Oaxaca.
Una ofrenda dedicada a familiares en el municipio de Juchitán, Oaxaca.Luis Villanueva (EFE)

En mi contexto, el Día de Muertos es la fiesta familiar más importante del año. Así como en otras tradiciones se cocina una serie de platillos especiales para festividades importantes, en Mesoamérica se cocina para marcar estos días como fechas extraordinarias que interrumpen el tiempo cotidiano. Las celebraciones de la Navidad en estas montañas palidecen en comparación con lo fundamental que estas fechas resultan para nuestras familias y comunidades, la Navidad nunca ha sido tan preparada y esperada como el Día de Muertos. Tal vez, desde el nombre en español pareciera que se trata de un solo día, el día de muertos, pero lo cierto es que esta fiesta dura mucho más tiempo.

Pasar estos días fuera de casa es muy lamentable, porque el transporte colectivo que nos lleva de las ciudades cercanas a nuestras comunidades resulta a todas luces insuficiente y muchas veces colapsa. Hay una crispación en el ambiente que marca la inminencia de un gran suceso, la seguridad de que algo impactante está por suceder. Los anuncios comienzan con un viento suave, pero frío y constante; mi abuela me explicaba, como le habían explicado a ella de niña, que ese viento es el aliento de los muertos que, como ya se acercan, van enfriando el ambiente con su fría respiración que los precede y nos alcanza anticipadamente. Tenemos así un universo propio en el aliento de nuestros ancestros, si me permiten parafrasear a Vicente Huidobro.

Como toda festividad importante, el día de muertos está envuelto en un universo narrativo propio, hay historias que se repiten una y otra vez como la de un peculiar personaje que no creía en estas festividades y que, para burlarse de ellas, en lugar de platillos y alimentos, dejó en el altar piedras como ofrenda, lo que después sucedió nos alecciona desde la infancia sobre la importancia de preparar el mejor altar posible. Algunas semanas antes, las autoridades comunitarias anuncian el tequio para limpiar el panteón y nos recuerdan por el altavoz del pueblo que es necesario desyerbar y arreglar los caminos de modo que todo esté limpio y preparado.

A estos días precede un gran mercado, el domingo previo se realiza el tianguis más concurrido y más importante de todo el año. Hay que acudir muy temprano si se quiere adquirir los productos de mejor calidad y evitar las compras de pánico. Hace unos años no alcancé a comprar pulque que en estas fechas se convierte en un preciado y muy perseguido bien, tuve que peregrinar por comunidades vecinas hasta encontrar aunque sea algunas jícaras tan necesarias para poner a fermentar con piloncillo con tiempo suficiente para colocar esta bebida en el altar.

Una de las características de estas fiestas es que cada región imprime un sello distinto en la celebración y en los platillos que se ofrendan, cada elemento del altar habla del contexto geográfico y del ecosistema de las personas que las colocan. Las flores que se usan para adornar también son diferentes en cada lugar y no todo se reduce al cempasúchil, la variedad de las flores amarillas no deja nunca de sorprenderme. En el altar es posible leer el territorio por los productos propios de cada lugar, el altar nos habla de la geografía en la que está colocada. La gran diversidad de panes de muerto nos dice también de que esta festividad se encuentra muy lejos de las interpretaciones que el mercado y el turismo pretenden hacer de estas fiestas como un fenómeno más o menos homogéneo.

Los altares y las ofrendas del Istmo de Tehuantepec son bastante distintos a los altares serranos e incluso es posible hallar diferencias marcadas en los rituales entre comunidades muy cercanas. La comida que se prepara refleja también muchas diferencias. Es difícil incluso hablar de una sola tradición culinaria para estas fiestas. ¿Qué es la comida oaxaqueña? ¿Existe la comida oaxaqueña? O para ser más precisos, ¿existe una sola comida oaxaqueña? Con ese nombre casi siempre se refieren a la comida de los Valles Centrales que incluye ingredientes originarios e ingredientes del viejo continente. Fuera de eso, lo que tenemos es contraste y diversidad, casi ninguna generalización se puede sostener. Cada comunidad elabora su tradición culinaria para estas fechas y la trasmite en cada cocina. Sería necio suponer que los límites arbitrarios de las entidades federativas pueden también convertirse en límites gastronómicos.

En contraste con esta diversidad, cada vez es más palpable cómo el mercado y algunos discursos nacionalistas moldean la idea de un Día de Muertos que es homogéneo y por supuesto, “muy mexicano”. La fijación del día de muertos como estereotipo parece haber hallado un punto culminante con la muy conocida película Coco producida por Pixar y distribuida por Walt Disney Studios. Más allá de las cualidades estéticas y narrativas que pueda tener o no esta película lo cierto es que ha ido creando una serie de expectativas sobre estas festividades y fijando un imaginario cada vez más homogéneo. En una entrevista sobre estas festividades que tanto gustan a turistas y antropólogos, me hicieron una pregunta acerca de las fotografías que se colocan en el altar y que permiten que los espíritus puedan visitarnos, la sorpresa del entrevistador fue grande cuando respondí que los altares de mi comunidad tradicionalmente no se colocan fotografías.

Los aspectos en los que el mercado y el nacionalismo mexicano se relacionan de manera más cómoda con los pueblos indígenas tienen que ver con las manifestaciones estéticas y culturales de nuestros pueblos porque estas manifestaciones pueden ser aprovechadas y apropiadas para su explotación comercial y turística o para la construcción de un discurso identitario nacional. Cuando estas fiestas se convierten en mercancías pasan por un proceso de homogeneización que genera expectativas de cómo debe lucir una ofrenda, de cuáles son los significados de cada elemento y cual debería ser la experiencia de los turistas a los que se les venden paquetes para visitar determinados panteones y comunidades. Por fortuna, las celebraciones de mi comunidad han logrado escapar hasta ahora de lo que sucede en otros contextos y aún podemos recibir invitados más que turistas y compartir todo lo que en estos días sucede. Así que, desde estas montañas, con algunas cazuelas hirviendo en el fogón y muchos preparativos por terminar, les deseo felices fiestas.

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