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COLUMNA
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Atsoo. “Mujer indígena” como respuesta

Entre la izquierda que hace un uso fácil de la frase y la derecha que aprovecha para evidenciar su desprecio, las mujeres de muchos pueblos indígenas seguimos resistiendo al racismo y al colonialismo patriarcal

Yásnaya Elena A. Gil
Escultura La joven de Amajac, de la cual se construirá una réplica que para sustituir a la estatua de Cristóbal Colón en Paseo de la Reforma, de Ciudad de México.
Escultura La joven de Amajac, de la cual se construirá una réplica que para sustituir a la estatua de Cristóbal Colón en Paseo de la Reforma, de Ciudad de México.Nayeli Cruz

Un fenómeno interesante de cuando personas identificadas con la izquierda se incorporan al aparato de gobierno es que el universo léxico que se utilizaba en la lucha contra los anteriores regímenes se comienza a escuchar dentro de las instituciones. En muchas ocasiones significa que los anhelos con los que se relacionan palabras como “descolonizar” o “autonomía” para el caso de los pueblos indígenas han tomado cauces institucionales. No debatiré aquí si esos cauces son los más adecuados pero es verdad que cuando se hacen críticas desde diversas luchas sociales y espacios no gubernamentales a ciertos fenómenos vemos reflejadas en las respuestas palabras con las que también nos identificamos. No estábamos acostumbrados a que se use ese léxico desde una postura oficial.

En un debate sobre el uso de la violencia por parte de la policía con una persona que había elegido pasar de la lucha social a la función institucional, mi interlocutor argumentó que mi crítica a los cuerpos policiacos reflejaba “clasismo” contra las personas que integran estas agrupaciones. Dado que me identifico con la lucha en contra del clasismo, el hecho de que la persona con la que establecí la discusión haya utilizado esa palabra, me obligó a detenerme para evaluar ese uso de un léxico que antes no era frecuente en la defensa de las acciones de la policía. De algún modo, las palabras para criticar el comportamiento de un sistema opresivo ahora eran susceptibles de ser utilizadas en defensa de ese mismo sistema, como si súbitamente el hecho de que ese sistema ya estuviera a cargo de la izquierda hubiera suspendido la opresión.

Algo semejante sucede cuándo algunas personas defensoras del proyecto gubernamental actual argumentaron a favor de Tlali, la primera opción que se había manejado para sustituir la estatua de Cristóbal Colón, diciendo que su colocación era parte de un proceso de descolonización. El uso de esos elementos léxicos dentro del discurso de funcionarios y defensores del actual gobierno se relaciona también con el hecho evidente de que, desde la derecha, una buena parte de las críticas que se hacen al presidente de la República y a muchas políticas gubernamentales están empapadas de racismo, de clasismo y de un gran desprecio a las clases populares. Sin embargo, este uso en agentes del gobierno del léxico con el que se han identificado movimientos sociales, luchas comunitarias o luchas por defensa del territorio entraña otro peligro: una apropiación que abone a domesticar y a neutralizar, al menos discursivamente, a una oposición y resistencia al gobierno que no es el de la derecha, una oposición de base a los megaproyectos del sexenio, una oposición que no disputa el control del estado sino que apuesta por la defensa del ambiente, de los pueblos indígenas, del territorio y de otras maneras comunales de hacer política. Por esta razón, me sorprende y me preocupa cuando agentes del estado que hablan en contra de la organización que plantea el EZLN utilicen ahora frases como “mandar obedeciendo” para describir sus funciones en el gobierno; por una parte se desprecia la opción que el EZLN y las Juntas de Buen Gobierno plantean a la vez que se hace un uso instrumental de una frase que nació dentro de un planteamiento específico. La frase se desliga del contexto y de la lucha en que tomó sentido y desde la que fue enunciada para servir ahora como eslogan de personas actuando dentro del Estado. Esta situación me hace pensar en cómo es necesario construir y renovar constantemente las frases, palabras y narrativas que dan sustento discursivo y semántico a las luchas que defienden el ambiente, el territorio y otras estructuras sociopolíticas históricamente golpeadas por el modelo del estado-nación.

Un mecanismo parecido se pone en marcha cuando, desde los micrófonos oficiales, se utiliza la frase “mujer indígena” como respuesta a distintos conflictos, crisis y problemas que surgen dentro del gobierno. Ante la renuncia de la presidenta del Consejo Nacional Para Prevenir la Discriminación (Conapred) en medio de una airada polémica, Andrés Manuel López Obrador planteó que debería elegirse a una mujer indígena como titular de dicho consejo. Una vez que se hizo el anuncio, diferentes redes, colectivas y asociaciones de mujeres indígenas lanzaron comunicados para pedir que el proceso tomara en cuenta sus voces y sus propuestas, muchas de estas colectivas propusieron e impulsaron la candidatura de mujeres de diferentes pueblos indígenas. Por su parte, la Asamblea Consultiva del Conapred postuló a seis candidatas para presidir este organismo mientras que el presidente de la República presentó una terna para el mismo cargo, en sus palabras estas tres mujeres indígenas eran “auténticas representantes del orgullo, la grandeza y el México profundo”. Ha pasado más de un año y la página del Conapred muestra un espacio vacío en el directorio, no hay un nombre en la presidencia del organismo.

Meses después, en medio de otra polémica suscitada por el nombramiento de la escritora Brenda Lozano como agregada cultural de México en España, el presidente de la República declaró que en su lugar pediría al canciller mexicano que nombrara para esa agregaduría a una mujer indígena, fuera una poeta zapoteca del Istmo o bien una mujer “mexica” del centro del país (supongo que quería decir mujer nahua). Después de varias semanas, ese nombramiento no se ha concretado.

Una vez más, cuando se anunció que la estatua de Cristóbal Colón en el Paseo de la Reforma en Ciudad de México sería sustituida, la propuesta oficial fue de nuevo: una mujer indígena. En un primer anuncio, se dijo que sería una escultura de una mujer olmeca “estilizada” con nombre en náhuatl (Tlali) y realizada por el escultor Pedro Reyes; ante las quejas, la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, anunció que sería el Comité de Monumentos y Obras Artísticas en Espacios Públicos de Ciudad de México quien decidiría la escultura en sustitución. El 12 de octubre de este año, Sheinbaum dio a conocer que sería una réplica de la “Señora de Amajac” la que se colocaría en Paseo de la Reforma, esta pieza fue descubierta este año en Veracruz y está fechada en el posclásico tardío. Ni las mujeres olmecas ni las mujeres huastecas del posclásico tardío fueron, por fortuna, mujeres indígenas.

La categoría indígena deriva del orden colonial al que las mujeres de pueblos originarios nos seguimos enfrentando en la actualidad, esta situación presenta retos y opresiones pero también respuestas creativas de resistencia a lo largo de estos últimos cinco siglos, incluyendo las opresiones derivadas del establecimiento del Estado mexicano. Resulta preocupante, por decirlo de algún modo, que la frase “mujer indígena” se utilice como una respuesta fácil cuando se trata de evidenciar que las formas y las ideas de la izquierda en el poder han cambiado con respecto del régimen anterior. Cada vez que se ha enunciado “mujer indígena” sea para Conapred, sea para la agregaduría cultural o para sustituir la estatua de Colón, voces desde la derecha evidencian racismo y desprecio, un racismo que no se cansa de recordarnos que no hay mujeres indígenas que tengan las capacidades y los requerimientos necesarios para ocupar esos cargos.

Para quienes participan de luchas en contra del racismo, resulta difícil criticar “mujer indígena” como estrategia discursiva para espacios que les han sido negados estructuralmente, ¿quién que abogue por un mundo más justo se opondría a que sea una mujer indígena la elegida?, quien se oponga podría ser acusado de racista. Sin embargo, es importante desnudar el mecanismo narrativo y evidenciar los problemas de hacer de la frase “mujer indígena” un instrumento discursivo fácil que nos instrumentaliza una vez más en medio de polémicas generadas en espacios oficiales. Entre la izquierda en el poder que hace un uso fácil de la frase “mujer indígena” sin concretar nada y la derecha recalcitrante que aprovecha para evidenciar su racismo y desprecio, las mujeres de muchos pueblos indígenas seguimos, como dice la antropóloga kaqchikel Aura Cumes, resistiendo cotidianamente al racismo y al colonialismo patriarcal.

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