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Pensándolo bien
Columna
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¿Hay PRI más allá de la CFE?

Tengo la impresión de que el Gobierno conseguirá de los priistas los votos que necesita para su contrarreforma energética. Si la Administración acepta modificar o flexibilizar un par de puntos polémicos, tales legisladores podrán argumentar que su intervención fue decisiva para mejorar estas leyes

Jorge Zepeda Patterson
El presidente del PRI, Alejandro Moreno
Rubén Moreira y representantes del PRI durante una conferencia de prensa en la Cámara de Diputados.PRI

En las próximas semanas sabremos si el obradorismo enfrentará una oposición significativa en los años por venir o si tiene el camino pavimentado para un largo proyecto transexenal. Mucho se ha dicho sobre los perjuicios o los beneficios que podría provocar la iniciativa que ha presentado el ejecutivo para darle a la Comisión Federal de Electricidad (CFE) mayor injerencia en el manejo de la energía. El debate será abordado en el Poder Legislativo en las próximas semanas, lo cual significa que escucharemos todo tipo de argumentos sobre las ventajas y las desventajas que estas reformas tendrán en la economía del país y en el bolsillo de los consumidores. Habrá tiempo para desglosar los pros y los contras de unos y de otros, más allá de la obvia polarización política que colorea los apasionados posicionamientos de los involucrados y sus personeros.

Pero ahora simplemente quisiera abordar el tsunami político que esta ley podría traer aparejada. No solo estaría en juego el futuro de la luz, sino también la naturaleza y fuerza de la oposición política en nuestro país. Como es bien sabido, Morena y sus aliados requieren necesariamente de los votos del PRI, tanto en la Cámara de Diputados como en la de senadores para alcanzar las mayorías calificadas que se requiere para cambiar la constitución en materia energética.

Eso convierte a los 70 diputados y 12 senadores priistas en el fiel de la balanza para darle o quitarle al presidente su ansiada contrarreforma energética. Se ha dicho que esto representa un cheque en blanco para el propio PRI, pues estaría en condiciones de negociar muy caro su amor. Algo que, en teoría, es el sueño de cualquier organización política minoritaria: convertirse en la fuerza que decide la coyuntura histórica de un país. El problema es que también pondría en juego la existencia misma del propio PRI y, por ende, la fuerza real de la oposición, o la falta de ella.

Ahora mismo resulta difícil comprender cuál es la esencia de este partido. Su base social ha sido tomada por el obradorismo. Las banderas que sostiene Morena son mucho más fieles al contenido programático del PRI histórico que la agenda que hoy sostiene el cascarón en el que se ha convertido este partido. Nacionalismo, estatismo o conciencia social son reivindicaciones que la corriente tecnócrata que se apropió de esta organización abandonó hace mucho tiempo. No es casual que el obradorismo haya tomado uno a uno los gobiernos regionales en manos del tricolor. A principios del sexenio este partido gobernaba en la mitad de las entidades federativas, hoy solo en cuatro y muy probablemente no tendrá una al terminar la Administración. A la falta de base social habrá de añadirse la ausencia de base territorial. Como el viejo PARM, el PRI enfrenta el riesgo de convertirse en un membrete meramente ocupado por cuadros políticos profesionales sin representación social alguna, más allá de los vestigios de algunas organizaciones campesinas y populares también de membrete o en proceso de serlo.

El salinismo apostó por la modernización del país y perdió. Fue una fórmula política y económica que dio la espalda a los sectores sociales y ramas económicas tradicionales, bajo la premisa de que los sectores punta sacarían al resto del país de la pobreza. Como sabemos el resultado no fue ese, sino la profundización de diferencias producto de un crecimiento desigual. El Gobierno de Peña Nieto había intentado relanzar la estrategia salinista, en versión política Atlacomulco, y lo que consiguió fue pintar a la tecnocracia de una pátina de frivolidad y corrupción. Las mayorías abandonadas respondieron a ese desprecio abrazando la propuesta de cambio enarbolada por Andrés Manuel López Obrador. Hoy mismo el PRI ya no sabría bien a bien dónde están sus banderas.

López Obrador ha señalado con cierta razón que cada uno de los legisladores priistas tendrá que decidir si actúa de acuerdo con los principios priistas de Lázaro Cárdenas y López Mateos, o los de Carlos Salinas. Preeminencia del Estado en materia energética o, por el contrario, predominio de las fuerzas del mercado.

Ojalá fuera así, pero me temo que lo que van a tener en mente cada uno de esos priistas no será el potencial beneficio del país sino el de sus carreras políticas. Muchos de ellos están ya en proceso de decidir si dan el salto a Morena, como lo han hecho antes muchos de sus correligionarios. Pero incluso los que prefieran seguir siendo cabeza de ratón que cola de león, tendrán que valorar si les conviene ser parte de un gran bloque opositor o un rival circunstancial y asequible al poder.

Tengo la impresión, dada la correlación de fuerzas, de que el Gobierno conseguirá del PRI los votos que necesita para su contrarreforma. Puede llegar por la vía de un acuerdo de conjunto con los líderes de este partido o por el saldo positivo de sumas y restas en el cabildeo con cada uno de los legisladores. Muchos de estos simplemente están esperando una razón política que legitime su aprobación. Si el Gobierno acepta modificar o flexibilizar un par de puntos polémicos, incluso de alcances meramente simbólicos, tales priistas podrán argumentar que su intervención fue decisiva para mejorar estas leyes; es decir que no habrían traicionado su oposición original. Dependerá, ciertamente, de la capacidad política de negociación y la flexibilidad del propio Ejecutivo. Alguna señal ya ha enviado al incorporar a la Secretaría de Gobernación a operar parte de estos cabildeos. Si bien la CFE es la fuerza que dota de criterios técnicos los argumentos de la propuesta, todo indica que Bucareli ha comenzado a emplearse a fondo en la negociación de cada uno de estos decisivos votos.

La pregunta es qué pasará con el PRI después de esto. De entrada, la posibilidad de una alianza electoral con el PAN y el PRD de cara a las elecciones de 2024 prácticamente quedaría hecha trizas. Algo que quizá decepcione a muchos, pero no a los priistas que encontraron poco rentable la intentona en las elecciones pasadas. Esto en lo político; lo económico y energético es otra historia.

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