Sergio Ramírez, ‘honoris causa’ de la Universidad de Guadalajara: “Nadie me puede exiliar de mi lengua”
El premio Cervantes hace un recorrido en su discurso de agradecimiento a través de la historia de los autores exiliados por los autoritarismos y las dictaduras. “El poder rastrero pone precio a la cabeza de los escritores”, afirma
El escritor nicaragüense Sergio Ramírez ha aceptado este miércoles el doctorado honoris causa causa que le ha entregado la Universidad de Guadalajara, en México, con una reivindicación de los escritores que han debido marchar al exilio por la persecución de tiranías y dictaduras. Aquel niño nacido en Masatepe, un pequeño pueblo del país centroamericano, que a los seis años escribía historias con tiza sobre el piso de la tienda de sus padres, forma parte de la lista de creadores que han debido lanzarse allende los mares para escapar de la cárcel, la represión y el silencio de los déspotas. “El poder rastrero pone precio a la cabeza de los escritores”, ha afirmado en un conmovedor discurso en el que ha dicho, sin embargo: “Nadie me puede exiliar de mi lengua”.
Ramírez, que fue férreo opositor de la dictadura somocista, se involucró en el movimiento sandinista para hacer la revolución, fue vicepresidente de la Nicaragua revolucionaria y candidato a la Presidencia en los noventa del pasado siglo, ha hecho un mea culpa público. “Fui un mal político”, ha dicho. “Las utopías devienen en distopías”. Ramírez ha pedido, por lo tanto, que no se le recuerde como político. “Parece que está llegando el tiempo en que uno debe preguntarse sobre la forma en que quisiera ser recordado, no tengo duda en responderme a mí mismo que quisiera serlo, antes de nada, como escritor”, ha afirmado el autor de Castigo Divino.
El hermoso paraninfo de la Universidad de Guadalajara, decorado con murales de José Clemente Orozco, fue la sede de una conmovedora y cálida ceremonia en la que las autoridades académicas han nombrado a Ramírez como uno más de esa casa de estudios que año con año organiza la Feria Internacional del Libro (FIL). Francisco González Madariaga, rector de artes de la universidad, se ha encargado de presentar al nicaragüense, cuya nacionalidad fue arrebatada por el régimen de Daniel Ortega y la justicia bajo su mando lo condenó por “traición a la patria” y lo obligó al exilio, en España. Ramírez, dijo, no sucumbió al poder, le dio la espalda para anteponerse a libertad. El académico afirmó que el autoritarismo no es compatible con la producción literaria y que el centroamericano representa la biografía de quien ha actuado en consecuencia. “Sergio cree en el futuro, porque viene del camino de la tiranía”, ha afirmado González Madariaga.
El rector saliente de la universidad, Ricardo Villanueva, ha recordado que Ramírez forma parte ya de las personalidades que su academia ha reconocido con el más alto honor, entre ellas tres premios Nobel de Literatura, el peruano Mario Vargas Llosa y el colombiano Gabriel García Márquez, así como el mexicano Carlos Fuentes. Fue este escritor quien en la pasada década de los ochenta afirmó en este periódico que con Castigo Divino Ramírez había escrito “la gran novela centroamericana”. El nicaragüense ha sido también galardonado con el Premio Alfaguara por su obra Margarita, está linda la mar, que rescata un verso de Rubén Darío, el más grande escritor originario de ese país centroamericano. Darío no marchó al exilio perseguido por dictaduras, pero sí vivió largas temporadas lejos de su país para encontrar su destino, crecer como poeta. Su compatriota, sin embargo, ha hecho la maleta sin la idea clara de volver al país tropical de enormes lagos y selvas hirsutas que es el escenario de sus novelas y cuentos.
Ramírez ha dicho sobre su exilio: “Hace algún tiempo, por azar, me encontré en el forro de una maleta las llaves de mi casa de Managua. Me las había metido en el bolsillo, como siempre, aquella mañana en que Tulita [Gertrudis, su esposa] y yo salimos hacia el aeropuerto sin saber que, al cerrarse la puerta tras nuestros pasos, ya no volveríamos a traspasar el umbral”. Y ha agregado: “Recordé entonces, al tenerlas de nuevo en la mano, a los judíos de Sefarad desterrados en 1492 de España por decreto de los reyes católicos, y cuyos descendientes, siglos después, conservan en Tesalónica, en Estambul, en Jerusalén, las llaves de las casas de sus antepasados”.
Y ha hecho referencia a una historia que cuenta Manuel Vicent en La Llave, de 2014: “La del comerciante de ámbar a quien se encontró en un mercado de Estambul: ‘Había realizado varios viajes a España con la llave de una puerta que solo estaba en sus sueños. La puerta no existía, pero pensó que, tal vez, la cerradura pudiera estar en manos de algún chamarilero’. Hasta que, ‘entre los cachivaches de una almoneda, que regentaba un gitano de Plasencia, encontró una cerradura herrumbrosa del siglo XV en la que su llave encajaba y funcionaba perfectamente’. Y dijo: ‘Así es como se abre y se cierra el destino’. Una llave guardada abre y cierra el destino, y una maleta abierta significa también las incertidumbres y las esperanzas del destino que pesa sobre todo exiliado. Incertidumbre, pesar, nostalgia, esperanza, que son las marcas de la imposibilidad del regreso a la tierra natal. Cuando salimos de Managua aquella mañana de mayo hace ya tres años, llevábamos cada uno de los dos, como siempre, una sola maleta, y esas maletas siguen aún sin cerrarse. El síndrome de la maleta abierta denuncia al exiliado que no se resigna a quedarse, y espera siempre regresar. Estar de paso es hallarse siempre esperanzado de volver”.
El escritor ha recordado en su discurso a decenas de creadores que han tenido que dejar sus países por las dictaduras o los caprichos de gobernantes absolutos. Recordó a Víctor Hugo: “Obligado a huir de Francia por la tiranía de ‘Napoleón el pequeño”, como llamaba él a Luis Napoleón Bonaparte, y desterrado escribió Los Miserables en la isla de Guernsey, en el canal de la Mancha. La circular de la policía secreta que forzó a Hugo al exilio, fechada el 3 de diciembre de 1851, decía: “Hoy, a las seis en punto, se ofrecerán veinticinco mil francos a cualquiera que arreste o asesine a Hugo. Saben dónde está. No le dejen escapar bajo ningún pretexto”. Recordó a Ovidio, “desterrado por el emperador Augusto a los confines más inhóspitos del imperio romano”. A Haroldo Conti, secuestrado y desaparecido a manos de la dictadura del general Videla en Argentina, en 1976; a Rodolfo Walsh, asesinado en Buenos Aires en 1977 por la misma dictadura tras publicar su Carta abierta de un escritor a la Junta Militar; mencionó el destierro del venezolano Rómulo Gallegos, autor de Doña Bárbara, primero bajo la dictadura de Juan Vicente Gómez y luego bajo la de Marcos Pérez Jiménez: al cuentista Juan Bosch, exiliado por la dictadura del generalísimo Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana; a Pablo Neruda, quien tuvo que huir de Chile bajo el Gobierno de Gabriel González Videla, a quien había apoyado.
Ramírez ha afirmado que “en América Latina se ha pagado siempre un alto precio por la palabra libre. El ruido de los disparos para ahogar las palabras. El silencio de los calabozos. Los cementerios clandestinos. Muerte, desaparición, cárcel, destierro”. Lo dice el hombre que, como centenares de nicaragüenses, ha dejado el país por la tiránica mano de Ortega, el revolucionario devenido en dictador. Una nueva dictadura familiar. Escritores, periodistas, intelectuales, músicos. Ramírez, Gioconda Belli, el periodista Carlos Fernando Chamorro, la feminista Sofía Montenegro, todos condenados al exilio y desterrados, sus bienes confiscados y sus obras prohibidas.
Ese temor lo acompaña. Ha recordado también la historia de Sandor Marais, quien “sintió que había muerto” cuando sus libros, que entonces solo podían leerse en húngaro, también fueron prohibidos en su patria. “Le extirparon la voz como castigo. No solo nadie podría leerlo al otro lado de la guardarraya, ni siquiera en Polonia, o en Austria, donde no estaba traducido, sino que tampoco podría ser leído en su propio país. Como que no existiera. Y se suicidó en el exilio, ya sin lengua”, ha narrado. “Nicaragua es un país más pequeño que la Hungría de Sandor Marais, y por eso me intriga y me aterra, esa posibilidad de que nadie pudiera oírme más allá de mis fronteras, o la de quedarme alguna vez sin lengua. El limbo de las palabras, o su infierno. Pero yo, con mi lengua recorro todo un continente, atravieso el mar, y siempre me dejaré escuchar. Y si mis libros están prohibidos en Nicaragua, las veredas clandestinas de las redes sociales hacen que lleguen a mis compatriotas lectores, igual que pasaba antes con los libros inscritos en las listas negras de la inquisición, que atravesaban de contrabando las fronteras a lomo de mula, o burlaban las aduanas, escondidos en barriles de vino, o de tocino”.
El nicaragüense pertenece “a esa larga tradición de quienes pagan un precio por sus palabras”, pero ha afirmado en un paraninfo lleno de un público entregado a su relato: “Hay algo de lo que nunca nadie podrá exiliarme, y es de mi propia lengua. Porque mi lengua de escribir realidades y de crear mundos imaginarios es una lengua que no conoce fronteras”. La lengua de Ramírez, el niño que escribía historias con tiza en el piso de la tienda de sus padres en su natal Masatepe, sigue viva a pesar de las cadenas de la dictadura que quiere callarlo.
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