_
_
_
_
_

Salvador Cacho o cómo romper el estigma del abuso sexual infantil

El hombre de 36 años cuenta la violencia sexual que sufrió desde los 6 años hasta los 14. México es el país donde más se cometen estos delitos. Solo 1 de cada 1.000 acaba en sentencia

Salvador Cacho sobreviviente de violencia sexual infantil
Salvador Cacho, en la Ciudad de México, el 18 de abril de 2024.Paulina Estrada Cepeda (EL PAÍS)
Jorge Vaquero Simancas

Salvador Cacho, a sus 33 años, se repite un mantra cada mañana: “Lo que me pasó, me marcó, no me define. Lo que me pasó, me marcó, no me define”. El hombre cuenta con valentía que en febrero de este año se atrevió a dar el paso y denunciar a quién había abusado sexualmente de él desde los 5 años hasta los 14. Era un primo hermano de su madre que le llevaba 8 años, Felipe, al que veía cada domingo en las reuniones familiares. México es el país donde más se cometen este tipo de delitos. Solo 1 de cada 1.000 acaban en condena.

La familia

A Salvador lo suelen comenzar cuestionando con una pregunta. “¿Eras un niño descuidado?”. Una primera revictimización lanzada a sus padres. “Tuve una familia normal, unida, con mucho cariño. Mi madre me llevaba a todos lados y no me dejaba quedarme a dormir en casa de nadie”, explica el hombre.

Solo había dos excepciones. Cuando sus padres querían salir o tenían algún compromiso, dejaban a Salvador en casa de su abuela o en casa de su tío, el padre de su agresor, en la colonia San Ángel. “Ahí fue el primer abuso, cuando yo tenía entre cinco o seis años y él tenía 13 o 14. Había frotamientos y en la noche se masturbaba conmigo”, recuerda Salvador.

La familia materna de Salvador, que él define de corte “conservador, mexicano, tradicional y machista”, se reunía cada domingo. Había quedadas para montar a caballo en Cuautla, para disfrutar en un pequeño rancho en el Estado de México o para jugar frontón en la antigua fábrica abandonada de la familia en la capital. Lo más común eran las comidas en casa de su bisabuela Nina, a la que consideraba su “mejor amiga”.

Muchas veces ese “lugar de cariño” se convertía en una pesadilla. “Alguna vez llegaba a pasar que Felipe y yo subíamos a ver la tele o a jugar y me encerraba en el cuarto de mamá Nina, o en la oficina de la casa detrás del cuarto del costurero, y ahí abusaba de mí”, recuerda.

Los abusos que Salvador relata venían acompañados de una sumisión psicológica. “Esto es entre tú y yo, esto también te gusta a ti, nadie te va a creer, tu mamá no te va a querer”, le decía Felipe. Y surtió efecto. “Este maltrato psicológico deriva en un ‘ni en chiste voy a abrir la boca”, explica Salvador.

Todo el daño se reflejó en el niño. “Empezó a haber cambios en mí. Problemas en la escuela, bajas calificaciones, llamadas de los profesores para que fuera a terapia. Había entrado en un proceso de disociación cognitiva y estaba envuelto en una sumisión respecto a él”.

Los peores momentos llegaron cuando Salvador tenía 14 años. Felipe 21. “Ya en los últimos episodios había violencia porque yo mostraba resistencia. Pasamos de abuso sexual infantil a abuso sexual infantil con violencia”, explica Salvador. Por esos abusos, cuando su primo era mayor de edad, son por los que Salvador ha denunciado a su agresor.

El quiebre

El último abuso tuvo lugar en 2003. El punto de quiebre trece años después. “En 2016 me llama la hermana de Felipe para pedirme ayuda. Su exmarido había abusado sexualmente de sus dos hijos”, explica Salvador, que quería decirle que su hermano también había abusado de él hacía 13 años. No pudo. “Ahí me di cuenta de cómo había sido mi historia. Se me revolvió la panza, se me vino el mundo encima y me quise morir” recuerda.

Salvador volvió a terapia. Unos meses después decide contarle por primera vez a su madre lo que había sufrido de pequeño. “Lo más importante fue explicarle a ella que no había sido culpable. Los agresores no solo traicionan la confianza de la víctima, también la de la familia completa”, explica. Su madre le creyó, una de las principales preocupaciones de Salvador. “Mi madre desde ese momento siempre ha sido mi roca. Hay muchas historias, y estás si son trágicas y terribles, en las que los padres no le creen a los hijos”, razona.

Desde ese momento, tanto él como su madre rompieron lazos con la familia materna sin explicar el porqué. Y Salvador decidió dar el paso para denunciar. Se acercó a un grupo de abogados y la primera respuesta fue un no. “Ya prescribió, ya expiró, cómo lo vas a comprobar”, le decían. En 2016, cuando Salvador tenía 26 años, el Código Penal federal establecía que los delitos sexuales contra menores prescribían cinco años después de que la víctima hubiera cumplido los 18 años.

La esperanza

En octubre de 2019, la senadora del Partido Acción Nacional (PAN) Josefina Vázquez Mota presentó una propuesta en la cámara Alta para eliminar la prescripción del delito de abuso sexual infantil. “En ese momento estábamos en el proceso de sanar nosotros y reconstruirnos, pero se abrió una puerta para la esperanza”, explica Salvador, que vio la noticia con escepticismo. La burocracia tenía que hacer su trabajo.

Salvador recuerda perfectamente el 12 de septiembre de 2023, siete años después de que le contara a su madre que había sido víctima de abuso sexual infantil. La Cámara de Diputados había aprobado la no prescripción de los crímenes sexuales contra menores. “Ese día llegué a casa de mi mamá brincando y le dije ‘¡Ya pasaron la ley!”, recuerda el hombre. Un mes después, el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador la publicó en el Diario Oficial de la Federación.

Desde ese momento Salvador decide ponerse de nuevo en contacto con los abogados. En un principio le dijeron que la ley no era retroactiva, los delitos anteriores a ese octubre de 2023 no podían ampararse. “Aunque bueno, haz una relatoría de los hechos, a lo mejor hay ciertos episodios que no han prescrito”, le dijeron. Salvador tuvo que releer lo que escribía de pequeño. “Me aventé un clavado a mis diarios. Reconstruir todo ha sido de los ejercicios más difíciles de mi vida”, recuerda. “Sí podemos”, respondieron desde el bufete.

El estigma

Salvador tuvo que decidir entre denunciar los abusos que habían ocurrido en el rancho familiar del Estado de México o los que habían ocurrido en la capital, en casa de su agresor y la de su bisabuela Nina. Finalmente, decidió hacerlo en Ciudad de México, el 19 de febrero de este año. Tuvo que dejar fuera uno de los abusos en el rancho familiar en el que también participó un amigo de Felipe, Abraham.

El sábado 13 de abril detienen a Felipe y lo trasladan al Reclusorio Oriente. Al día siguiente es la audiencia, a la que Salvador no estaba obligado a acudir. “Yo quería, pero me decían que tendría que hacerlo desde el cuarto de testigos protegidos”, relata. “Yo lo quiero ver de frente. Hoy puedo verlo a la cara”, contestó. En ese frente a frente, Salvador liberó años de tensión. “Ahora sí, voltéame a ver. Y con los mismos huevos que me encerrabas en el cuarto de mamá Nina, mírame a los ojos”, le dijo a Felipe.

El juez decidió dejar en libertad a Felipe tras una fianza y dejar su pasaporte, a la espera de otro juicio que se celebraba una semana después. “Lo primero que hice fue pedirle una reconsideración. Aunque en la parte de la sanación, ya había una justicia restaurativa dentro de todo esto”, explica Salvador. Alguien muy importante le había dicho un día: “Para que esto no te haga más daño, tienes que entender que tu justicia es poder denunciar”.

Tras terminar el juicio, Salvador decide dar un paso más allá y subir a sus redes sociales dos vídeos exponiendo su caso. Era hora de romper el estigma de que a los hombres nunca los violan. “Me lo advirtieron desde el minuto uno. ‘Te van a acusar a ti, la gente te va a voltear la cara, te van a decir que lo estás haciendo por otros intereses, te van a tachar de puto, maricón, te gustaba que te violaran”, explica Salvador, que había trabajado en terapia la revictimización.

Personas cercanas le dijeron que por qué exponía su caso a la opinión pública y que era lo que buscaba 21 años después del último abuso. Primero quería encontrar la justicia. “Quiero que se pudra en la cárcel. Él se robó una parte de mi infancia que no me puede devolver”, relata Salvador. Segundo, concienciar: “Con que alguien se acerque y me diga ‘yo conocí tu historia y denuncié', entonces yo habré aportado a este mundo un granito de arena”.

Lo peor que le pueden preguntar a Salvador, que a partir de sus vídeos ha pasado por numerosos medios de comunicación contando su caso, es que porque tardó tanto en demandar a su agresor. “Porque denuncié cuando tuve las herramientas, el valor, lo pude verbalizar, tuve la red de apoyo de amigos y familiares, encontré a los abogados que querían llevar mi caso. Uno denuncia cuando puede”, explica el hombre.

México fue en 2021, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el país del mundo en el que más se abusó sexualmente de menores. Ese año hubo 22.410 víctimas de violencia sexual infantil en México, según el último Censo Nacional de Procuración de Justicia Estatal de 2023. En esa cifra no se define que de cada 1.000 casos cometidos en el país, solo 100 se denuncian. De estos, solo 10 llegan al juez, y solo un 1% acaba en una sentencia condenatoria. El pasado sábado Felipe quedó libre del delito de abuso sexual infantil porque el juez dictaminó que los crímenes habían prescrito.

Suscríbase a la newsletter de EL PAÍS México y al canal de WhatsApp y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este país.


Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_
Tu comentario se publicará con nombre y apellido
Normas
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_