Amanda de la Garza o cómo llevar los márgenes a las instituciones culturales
La gestora cultural mexicana nombrada subdirectora artística del Museo Centro de Arte Reina Sofía en Madrid se ha propuesto deconstruir el canon, arrojar luz sobre aquello que no estuvo visibilizado por la historia del arte
Es un siete de marzo de 2022 en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco. Son las vísperas de las marchas del 8M en la Ciudad de México. La curadora, socióloga y antropóloga Amanda de la Garza, directora del Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC) y de Artes Visuales de la UNAM, vestida con un falda y blazer negros, pero con el desenfado de unos tenis deportivos, participa en un encuentro de mujeres para repensar el mundo después del patriarcado. Lee sus tarjetas y pregunta al público reunido: “¿Incluir a las mujeres en la historia del arte es lo mismo que producir una historia del arte feminista?”. No lo es, responde con voz grave, y queda en un video de YouTube.
Una pantalla proyecta piezas fotográficas de Elsa Oviedo, Tania Candiani y Azahara Gómez. Vemos a una mujer que sostiene la bandera nacional intervenida por los colores de la lucha feminista. Luego, un colectivo de mujeres tocando el teponaztli —un instrumento musical prehispánico— por los andenes del metro Zócalo, el centro de la capital mexicana, una acción que busca la enunciación política sobre el espacio. Finalmente, una madre buscadora, de uno los colectivos de familiares de desaparecidos, cocina la receta favorita de su deudo.
“Ese es el mundo del post-patriarcado, donde no sea solo cumplir con las condiciones de igualdad y equidad […] sino ser capaces de ir más allá y analizar los objetos de la teoría de la metodología del arte feminista. En ese sentido, ¿cómo se traduce en el hacer cultura?: en políticas culturales, criterios de gestión y curaduría y en una transformación profunda de las instituciones culturales. Por supuesto que todavía no estamos en ese momento, pero quisiéramos imaginar ese futuro posible”, dice.
De la Garza, de 42 años, originaria de Monclova, Coahuila, es la curadora y gestora cultural que ha comisariado y coordinado más de treinta exposiciones de arte moderno y contemporáneo, que asumirá el próximo mayo el puesto de subdirectora artística del Museo Centro de Arte Reina Sofía en Madrid, y que se suma a una lista de mexicanos que se encuentran liderando los museos fuera de su país. Desde su llegada al MUAC, a inicios de 2020, se propuso deconstruir el canon, despatriarcalizarlo, decolonizarlo, arrojar luz sobre los márgenes, aquello que no estuvo visibilizado por la historia del arte, artistas que no habían sido coleccionados o exhibidos, programados, las deudas infinitas. Su ascenso ha sido meteórico. Luego de ocho años de trabajar como curadora asociada del MUAC —bajo la batuta de Cuauhtémoc Medina—, tiempo en el que también fue curadora en proyectos independientes, co-curadora de la XVII Bienal de Fotografía y de la primera revisión de la colección del Museo Amparo, asumió la dirección de ese museo universitario, y cuatro años después, se postula y se lleva una plaza en el Reina Sofía, entre una cincuentena de aplicaciones.
Vivimos un cambio generacional en las instituciones culturales: “estamos siendo partícipes de las grandes conversaciones, de la conversación de género y de la teoría queer, partícipes de la conversación sobre el arte de los pueblos originarios y de cómo los márgenes se vinculan ahora con las instituciones culturales”. Es un cambio generacional. “Está ocurriendo en muchas partes del mundo a nivel institucional, donde grandes figuras históricas de directoras, directores de museos importantes que han dejado los cargos. Viene naturalmente un cambio. Hemos demostrado que hay un conjunto de profesionales, curadoras y curadores, que estamos a la altura de un reto que es dirigir las instituciones”, dice De la Garza.
Dos mundos a la vez
“Son dos mundos, dos mundos a la vez”, dice y repite en su oficina. “Estoy terminando mi gestión, todo lo que tengo que dejar listo. Todo el proceso cuando finaliza una gestión es una parte compleja de documentar, pero también afectiva. Todavía no estoy allá [el Reina Sofía], pero ya empiezo a pensar en función de esa nueva posición. Es un momento interesante, lo digo con sentimientos encontrados, dejar el museo, al equipo, la institución en la que he estado tantos años. El MUAC va a seguir adelante pero ya no voy a estar en ese camino”, dice. Arriba del despacho, un espejo de agua ilumina la fachada durante el mediodía de un miércoles de febrero de 2024.
Todo lo que sucede en el museo pasa por aquí. Ban Vautier, Francis Alÿs, Amor Muñoz, Mariana Castillo. Artistas que han expuesto bajo su gestión, yendo del performance, la instalación, la imagen-movimiento y hasta la fotografía. De la Garza toma la entrevista en un sillón, viste una blusa color crema, pantalones verdes y unos tenis amarillos fosforescentes que mueve de vez en vez. Además de algunos diplomas, en las paredes destacan algunos carteles de programas públicos del museo, como La libra rosa, una venta de fanzines feministas y queer, y un retrato grupal con todo el staff que la ha acompañado en el museo. Su despacho está en el sótano de este edificio de Teodoro González de León, que nació dándole “espacio a los artistas que empezaron a tener visibilidad en los años noventa y que operaron los espacios independientes —la generación de la Panadería, la Quiñonera o Temístocles 44—, artistas que tuvieron que abrirse camino fuera de los museos en tiempos en que las instituciones solo daban cabida a artistas vinculados a la pintura”, dice el crítico Édgar Hernández.
“Me siento contenta porque logramos superar la pandemia. El museo estaba fuerte en sus contenidos, en su relación con el público, fuimos capaces de adaptarnos”. La apuesta del MUAC, blindado por el aparato académico de la UNAM, la universidad más grande de Latinoamérica, ha sido convertirse en arena pública, un espacio de conversación, desde el arte, sobre la sociedad, el mundo, la historia. Para eso hay que “saber cuáles deben ser las preguntas para hacerlo, algo que hace bien el equipo curatorial. Son nuestras funciones como museo público. Cuál va a ser la perspectiva por adoptar en un marco amplísimo de prácticas que están sucediendo y que es un universo inabarcable”, dice.
Arriba de su despacho, en las salas curatoriales, están plasmadas las líneas de trabajo que empezó a trazar a lo largo de su gestión. Los 380.000 alumnos de la UNAM para el ciclo 2023-2024 tienen que pagar 20 pesos (1.20 dólares) con su credencial vigente. Un grupo entra al museo y lo primero que encuentran es un Hillman 1955 intervenido con azulejos y cortinas, es una pieza de la mexicana Betsabeé Romero que evoca a los autos destartalados y abandonados en los barrios marginales latinoamericanos. En las salas, una pintura de Beatriz González, de Colombia, muestra a un grupo de trabajadoras sexuales que fueron asesinadas, cuyos cuerpos desnudos fueron abandonados al borde de un río. De Venezuela, Alexander Apóstol, artista homosexual, expone retratos de los estereotipos de su país, códigos de género, raza e identidad que acompañan las ideologías sudamericanas. De Argentina, una escultura de vidrios blindados acribillados por trescientos impactos de bala; uno se sobrecoge por el sonido de escopeta que cubre la sala, una pieza de Enrique Ježik.
“Me parece que la sensibilidad social cambió, aunque ya no usemos cubrebocas”, dice jugando con un anillo, que se quita y pone. “Me refiero a cómo los jóvenes interactúan, tienen otra dinámica, tuvieron que transitar años fundamentales de su desarrollo personal, a distancia, con clases virtuales. Transformó sus dinámicas sociales. Si antes la fotografía fue la tecnología que modificó nuestra relación con el mundo, ahora las redes sociales lo están transformando y el arte no está exento de eso”.
Una asistente interrumpe. Le pide que firme unos documentos. En tanto, ella habla de Las Brillantinas: un colectivo de artistas que comparten proyectos de arte feminista en Instagram. Tiene como emblema el glitter, símbolo de la marcha feminista de 2020. “Es un periódico mural digital sobre las mujeres importantes en el pensamiento feminista, de género y queer”, dice.
El día de la marcha del 8M de 2024, Las Brillantinas crearon un “brillamóvil”, una bicicleta y una estación a la vez en la que estuvieron imprimiendo carteles para la marcha. “¡Vivan las brillantinas!”, escribió una usuaria. El punto de encuentro fue la “Glorieta de las mujeres que luchan”, en el Paseo de la Reforma, la arteria principal de la capital.
“También para las instituciones se está configurando el mapa [postpandemia], no sabemos cómo va a terminar o en qué va a resultar. Pero sí noto más el cambio en términos de quienes disfrutan del museo, de cómo se relacionan con ciertas obras, se ha configurado un cierto gusto social a través de la imagen”, dice.
Demasiadas cosas
El periodista Sergio Rodríguez Blanco escribió que la llamaron Amanda por una canción de Víctor Jara, el trovador de la Revolución socialista de Salvador Allende. Sus padres habían tenido una militancia de izquierda en los años de la Guerra Sucia. “Mi papá era sociólogo, profesor de la Universidad Autónoma de México (UAM) y mi mamá es ingeniero químico, que trabaja en la universidad de Chapingo. Para ellos siempre fue importante que fuéramos a un museo, no teníamos ninguna conexión con artistas, ninguno de sus amigos eran artistas, sino más bien gente de sus ámbitos profesionales”, recuerda. Enrique, su padre, miembro emérito del Sistema Nacional de Investigadores y figura importante en el desarrollo de los estudios del trabajo en América Latina, falleció en marzo de 2021. La revista Sociología del Trabajo, de la Complutense, lo recordó: “Apoyó movimientos sindicales en conflictos y por esa causa sufrió varios días de prisión. Estuvo siempre atento a la evolución del sindicalismo en México, apoyando a los que mantenían autonomía respecto del Estado”.
De la Garza nació en Monclova en 1981 porque la familia de su padre era de allá, norteña, pero vivió siempre en el centro del país entre Puebla, Oaxaca y Guanajuato, hasta que a los 14 llegó a Ciudad de México a estudiar el bachillerato en el CCH Sur, perteneciente a la UNAM. “En mi casa siempre hubo libros, mis papás fomentaban la literatura. Jamás se imaginaron que yo me iba a dedicar a algo relacionado con arte”. Le empezó a gustar la fotografía, interesada en el cuerpo. En esos años recorría el campus de Ciudad Universitaria, que le ofrecía enormes posibilidades de desarrollo intelectual y apreciación artística. Tomó clases de danza. Caminaba desde el CCH hasta el taller coreográfico e iba a las muestras de cine, tomaba talleres de literatura, poesía, “cosas que te ofrece la universidad, que te permiten justamente crecer”.
Estudió Sociología ahí y empezó a trabajar en una asociación civil dedicada a la evaluación de programas sociales. Hizo un posgrado en Ciencias Antropológicas en la UAM-Iztapalapa y posteriormente una maestría en Historia del Arte-Estudios Curatoriales en la UNAM, que la conectaría con el MUAC. “Me empezó a interesar conectar el ámbito de lo visual con la teoría social, como vía de investigación. Pero también cómo las imágenes aportaban una densidad a la cual podían desarrollarse otro tipo de ideas. En la juventud tuve una serie de curiosidades relacionadas con eso, vínculos entre literatura, cuerpo y fotografía. Pero no tenía muy claro cuál era el camino para trabajar en un museo. Tomé un seminario de fotografía en el Centro de la Imagen, ahí conocí a un conjunto de personas importantes en mi vida, sobre todo un colega artista, la primera persona que me invitó a escribir sobre arte, Isaac Torres [artista y urbanista], que tuvo una muestra individual que tenía que ver con foto y sociología”.
“El mundo me parecía extraordinariamente interesante, me interesaba la arquitectura, la antropología, la sociología. También escribir. En la medida de mis posibilidades, teniendo que trabajar o estudiar, siempre intenté darle cabida a esas curiosidades, meterme un poco en documentales con un colega uruguayo, Guillermo Amato. Hice guiones para estos documentales con beca del FONCA, sobre vivienda social, muy caseros, me interesaba la sociología urbana y la antropología visual y me metí en diplomados acerca de eso. Como que en mi vida, de los veinte a los 35 años, tenía un mundo muy rico en términos de todo lo que me interesaba”, dice.
Escribiría de arte, arquitectura, urbanismo, fotografía, danza y poemas en las páginas de La Tempestad, Arquine, Domus, entre otras publicaciones. La literatura la siguió rondando, tomó talleres con Cristina Rivera Garza, Rocío Cerón, Hernán Bravo Varela. Confiesa que intentó entrar a la Fundación de las Letras Mexicanas para emprender también una carrera de escritora, pero no lo logró. Fue programadora y coordinadora del festival de poesía Enclave. La lista sigue. Ella repasa su quehacer profesional, de una disciplina a otra, y entonces se detiene:
“Estaba haciendo demasiadas cosas, en un momento dado tuve que ir dejando. Y cuando entré al MUAC, todavía hicimos dos ediciones de Enclave, hasta que ya no fue posible para mí. Tomé la decisión de concentrarme y decir esto [el arte] es lo que quiero para mi vida. Para mí los objetivos no es ‘quiero lograr este puesto’, los objetivos que tenía eran ‘quiero escribir tantos artículos este año’, ‘quiero escribir, quiero curar en el futuro una exposición de este artista’. ‘Voy a aplicar a tantos proyectos para hacer una exposición por fuera y ampliar mi red de trabajo’. En esos ocho años en el MUAC sí estuve dedicada a cumplir los objetivos que me tracé”.
Admiración y rechazo
Es un día de junio de 2017. De la Garza toma el micrófono en el Tercer Foro de Museos que se celebra en Guadalajara. Los flashes de las cámaras iluminan su rostro. Para romper el hielo, dice: “Ustedes saben que la curaduría es un término que se emplea para cualquier tipo de cosas: curaduría de vinos, curaduría de comida, curaduría de música. El término ‘programador’ de festivales de artes vivas o festivales de cine ha quedado obsoleto […].Todo el tiempo nos encontramos con una mezcla de admiración y rechazo hacia la labor de los curadores. Podemos entenderlo sintiéndonos mal porque la gente no nos comprende, o desde otro punto de vista, el de un fenómeno social”.
Es 2012. Entra al MUAC con el cargo de curadora asociada. “Es en este espacio donde desarrolló su carrera, con muchos proyectos paralelos, ahí fue donde hizo su despliegue, la institución en la que creció y terminó dirigiendo. Fue un espacio importante para ella como para muchas de nosotras, que nos hemos formado ahí”, dice Helena Chávez Mac Gregor, curadora e investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas. La recuerda trabajando en proyectos que tenían que ver con cine y documentación, llevando las exposiciones de Jonas Mekas (2013), Harun Faroki (2014), Jeremy Deller. (2015), que exploran la imagen-movimiento desde el campo artístico.
Es 2014. Verónica Gerber interviene los muros del museo para la exposición Los hablantes, las curadoras asignadas fueron De la Garza y Cecilia Delgado Masse. “Amanda me contactó, me invitó a intervenir los muros, cualquier recoveco que no fuera un espacio de exhibición”, recuerda. Gerber acababa de escribir un libro, le mostró los dibujos que habían nacido de ese proyecto y le contó que tenía ganas de hacer algo sobre los diagramas de Venn, el blanco y negro, en un ensayo visual. “Amanda trabaja mano a mano, las prácticas dialogan y se acompañan desde un lugar profundo. El proceso fue revelador, sensible, inteligente. Recuerdo estar sentadas revisando mis cuadernos y escucharla decir que mis dibujos se estaban desprendiendo de ese libro para convertirse en otra cosa más. Suena pequeño pero fue un proceso importante, la capacidad de señalar en el momento exacto que hay un proceso transformándose”, dice.
Es 2015. Más de cien voluntarios caminan entre la Biblioteca Nacional y el MUAC, a una distancia de 200 metros, en Ciudad Universitaria. Eligen un libro de poesía y regresan al museo, a una sala, donde hay una mesa con una máquina de escribir, y teclean las frases que recuerdan. Es una pieza de Jorge Méndez Blake, invitado a explorar la cercanía entre la biblioteca y el museo. La curaduría estuvo a cargo de De la Garza y Alejandra Labastida. “Lo interesante fue trabajar con una visión expandida de lo que puede ser el museo. Las curadoras trabajaron en la negociación con la Biblioteca, fueron fundamental para llevar más allá los límites tradicionales del museo. Y expandir está visión del curador, como un negociador”, dice Méndez Blake.
Vida fuera de la institución
En la pared hay dos cuadros de Pablo Helguera que pertenecen a la serie Artoons. Uno tiene la provocadora frase: “What gets lost when one becomes institutionalized?”. Amanda de la Garza, con un vestido ligero claro, por la ola de calor que se anunció para estos últimos días de febrero, explica el cuadro.
“Pablo Helguera es un artista mexicano que lleva años viviendo en Nueva York. En esta serie tiene frases que él va anotando de lo que se dice en las reuniones de trabajo. Me gustó mucho esa frase, ponerla aquí, en la oficina de la dirección, pensando en qué es lo que se pierde cuando uno asume un rol institucional, una voz institucional. [Para] entender que hay procesos en el ecosistema de la cultura en los que es importante que ocurran muchas cosas fuera de los museos. Que haya una escena independiente fuerte. Producto de la necesidad de tener otro tipos de procesos más dúctiles, frescos, contestatarios, que hay un mundo que ocurre afuera de la institución”.
De la Garza dice que es urgente un cambio en las instituciones, que se repiense la relación con los espacios independientes, las comunidades artísticas y cómo se establece la vinculación con otro tipo de diálogos que beneficie al ecosistema cultural. “Puse está frase para acordarme de que existe vida fuera de la institución”.
Después de Colectivo Cherani (2021), que convocó a artistas de la comunidad purépecha; de Maternar (2022), una exposición de cómo el arte ha revisado las formas sociales en las que se configura la maternidad —y que generó una jornada de conversatorios—; de Giro gráfico (2022), un encuentro de bordadoras, representantes de colectivos relacionados a las desapariciones; de Luchadoras (2023), que recaba la historia de las mujeres en la lucha libre y que llegó a la Fundación Casa de México en España; y de las piezas de Nuria Güell, sobre la trata de personas, que detonó un coloquio con especialistas, Amanda de la Garza asegura que pudo conectar al museo con el tiempo presente. “Una institución si no es capaz de entender hacia donde se está moviendo, si no es capaz de hacer preguntas futuras, es difícil que tenga relevancia”.
Ahora mira el camino recorrido. “Los retos que enfrenté al asumir la dirección [del MUAC] fue adoptar una posición respecto a cómo se puede ejercer el poder de manera distinta […]. En este momento tan relevante de transformación social, las mujeres que accedemos a puestos de liderazgo, en cabezas de instituciones, nos tenemos que preguntar cómo queremos ejercer ese liderazgo. De una forma patriarcal o no. Abrir otras posibilidades o ir aprendiendo cómo hacerlo de otra manera, porque nadie sabe cómo hacerlo de facto”. Y antes de terminar la entrevista, agrega una cosa más:
“En México, un país con profundas desigualdades, con enormes problemas de racismo y clasismo, una mujer, que estudió en universidades públicas, morena, que proviene de una familia de profesionistas, que no viene de las clases altas, qué significa en términos de lo que pueda aportar a una institución. Me refiero a cómo una posición de liderazgo tiene que traducirse en una reflexión sobre el poder y sobre lo que posibilita el arte”.
¿Como será el último día en el MUAC antes de partir al Reina Sofía? “Emotivo. Está oficina va a estar vacía de mis objetos y afectos. Y probablemente esa foto [la del staff] deje de estar aquí. Va a ser un día emotivo. De agradecimiento a mi equipo, al MUAC, a la UNAM. Sí, va ser un día importante en mi vida”.
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