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Yucatán
Columna
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Sostener el mundo de cabeza desde el Caribe mexicano

El Cuyo, en Yucatán, ya se dio cuenta de que el “desarrollo” turístico convencional es una maldición camuflada. La demanda disparada de bienes raíces, mano de obra barata, agua, electricidad, mariscos, drogas y entretenimiento vuelve incosteable la economía tradicional

El Cuyo, en Yucatán
Vista de la comunidad El Cuyo, en Yucatán (México).Cortesía

El 30 de noviembre asistí a un evento importantísimo para la construcción de un futuro socioambientalmente sostenible. No me refiero a la 28ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que también se inauguró ese día en Dubái, sino al primer “Encuentro del Comité Comunitario de El Cuyo (una población pesquera al oriente de Yucatán) con organizaciones sociales, colectivos, fundaciones, asociaciones civiles y universidades”. Mientras que en éste se inició un diálogo capaz de crear nuevas alianzas de desarrollo comunitario y conservación ecológica, en aquél se confirmó que la diplomacia internacional no está a la altura del reto climático global.

Cuando Henri Polanco, fornido pescador y miembro muy comprometido de la mesa directiva del comité, me convocó a participar en el encuentro, me entusiasmó la posibilidad de visitar esta comunidad; sabía que la organización conservacionista Oceana los asesoró para crear una Zona de Refugio Pesquero para proteger la biodiversidad marina amenazada en las aguas peninsulares por la sobrepesca del pepino de mar, el pulpo y la langosta, entre otras especies; también estaba al tanto del acompañamiento de Impacto Colectivo por la Pesca y la Acuacultura Mexicanas y Transformación de Conflictos Socioambientales durante la formación de su Comité Comunitario; quería conocer esta población ejemplar en la construcción de una pesca sostenible.

Sobre una barra de arena blanca, al interior de la Reserva de la Biósfera Ría Lagartos, El Cuyo se encuentra en una encrucijada histórica entre la economía pesquera a pequeña escala y el auge del desarrollo turístico peninsular, atraído por las playas idílicas de la región. Unas cuantas millas náuticas al este, en el vecino Estado de Quintana Roo, está la popular isla de Holbox, que es una ventana al futuro indeseable para El Cuyo, que ya se dio cuenta de que el “desarrollo” turístico convencional es una maldición camuflada, pues la demanda disparada de bienes raíces, mano de obra barata, agua, electricidad, mariscos, drogas y entretenimiento, vuelve incosteable la economía tradicional pesquera y detona procesos que terminan por desplazar a los habitantes del pueblo.

Por eso, en la primavera de 2022, cuando comenzaron a llegar camiones de material y trabajadores para la construcción de un complejo turístico de dimensiones desproporcionadas con la comunidad, los habitantes se organizaron de inmediato para frenar la obra. A partir de entonces, se consolidó un comité que a seis meses de su creación formal ya tiene una agenda definida de acciones relacionadas con los servicios públicos y comunicaciones, la seguridad social y el fomento de la economía local, la organización comunitaria, el medio ambiente, la educación y la cultura.

El encuentro tuvo un enorme poder de convocatoria. Antes de la inauguración, cuando la explanada de la escuela primaria Nicolás Bravo ya estaba llena de invitados de 32 organizaciones, le pregunté a Sabas del Carmen Polanco, otro miembro de la mesa directiva, cómo se sentía con esta nutrida concurrencia. Él se cruzó de brazos y bromeó con expresión muy seria: “Se llenaba más el Mandala”. Se refería al bullicioso antro de Playa del Carmen donde él trabajó mucho años. Playa del Carmen, la población con la tasa de crecimiento urbano más alta del país, es otro ejemplo de la amenaza que enfrenta El Cuyo. Jesús Bobadilla, experto en avistamiento de aves al que buscan los pajareros de todo el mundo para que los guíe dentro de la reserva, lo mencionó en su presentación: “Playa del Carmen fue una comunidad pesquera y actualmente los pescadores están extintos.” La nueva ciudad caribeña se encuentra en manos de propietarios foráneos y del crimen organizado. Nada menos que a la extinción se enfrentan los habitantes de este lugar.

Encuentro del Comité Comunitario de la población pesquera El Cuyo, al oriente de Yucatán (México).
Encuentro del Comité Comunitario de la población pesquera El Cuyo, al oriente de Yucatán (México).Comité Comunitario de El Cuyo

Mientras que en Dubái se diluían los compromisos sobre el cambio climático gracias a los cabilderos de la industria de los combustibles fósiles, en el encuentro sufrimos el ataque de otro tipo de infiltrados. Durante la presentación de los avances del comité en relación con la red eléctrica y la gestión para adquirir una ambulancia, nos atacó una tropa de mosquitos, probablemente contratados por algún partido político para tronar la organización local. Nos defendimos a cachetadas autoinflingidas. Los organizadores reaccionaron con prontitud y Jesús nos ofreció repelente. De esa manera, se superó la crisis y el diálogo pudo continuar.

Una de las prioridades del comité es la protección de las dunas costeras que separan El Cuyo de la playa, lo cual habla de su extraordinaria conciencia ambiental, pues las dunas son el hogar de muchas especies, locales y migratorias, y fungen como barreras naturales para proteger la costa de los huracanes y el aumento del nivel del mar, una de las consecuencias más devastadoras del deshielo polar que traerá el calentamiento global. Pocas semanas antes del encuentro, el 9 de noviembre, la comunidad había enfrentado con éxito un nuevo intento de saqueo, pues personas ajenas al pueblo habían llegado con camiones y tractores para extraer arena de las dunas y usarla para construir un lienzo charro lejos de la comunidad.

Las dunas costeras son uno de los espacios más codiciados por los empresarios turísticos que quieren ofrecer a sus clientes la cotizadísima “vista al mar”. Como plantea la bióloga Nora Villamil, quien me ilustró al respecto: “frente al mar” o “sobre la playa” significa, en términos ecológicos, estar ubicado en el ecosistema de las dunas costeras estabilizadas, un hábitat soslayado y gravemente amenazado a nivel mundial y en particular en México.

La actividad central del encuentro fueron las mesas de trabajo donde los invitados pudimos dialogar directamente con los miembros del comité. Hubo propuestas muy prometedoras en relación con el manejo de residuos (como los contaminantes aceites de cocina y motor), la restauración del manglar, la formación y capacitación de una policía ambiental, y la recuperación de las artes de pesca tradicionales, entre muchas otras ideas que requerirán compromiso y cooperación para volverse realidad.

El encuentro cerró con mensajes alentadores, aplausos y porras para El Cuyo, en donde se empieza a subvertir el paternal asistencialismo con el que las instituciones del Estado y del activismo muchas veces se acercan a las comunidades. El camino no es fácil, pues la discordia suele debilitar a las organizaciones horizontales en las que muchas veces no se logra un equilibrio justo entre aportaciones y recompensas. Además, el comité deberá resistir los intentos de cooptación política y económica, tarea que sólo se logrará si sus miembros están dispuestos a anteponer el interés comunitario al personal.

Quiero creer que el faro, plantado sobre un cuyo que le da nombre al pueblo, va a guiarlos en las tormentosas aguas de este siglo. La organización comunitaria sin filiación partidista es la última esperanza para un país devastado por la violencia y la corrupción. Mientras en la COP 28, el Gobierno mexicano no hizo mucho por defender a sus vulnerables poblaciones costeras, el último pueblo de Yucatán comenzaba a dar ejemplo de una fortaleza social admirable. Ahí se acaba México y empieza otro lugar; a partir de El Cuyo, más allá del Caribe, del sexenio y de la Agenda 2030, se encuentra otra manera, una esperanza, una comunidad que lucha para que no la revuelquen las olas del turismo y del cambio climático. Regresé de El Cuyo convencido de que la clave de nuestro porvenir global no está en los grandes foros internacionales sino en los encuentros locales como éste; para sostener la vida, hay que parar el mundo de cabeza.

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