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La Sabatina
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La muerte de un líder sindical

Todo lo que representó Carlos Romero Deschamps se lo lleva a la tumba, porque las alternancias —ni las panistas, ni la actual— nada le quitaron. Ni el sueño, vaya

Carlos Romero Deschamps
Carlos Romero Deschamps, ofrece un discurso por el 80 aniversario de la Expropiación Petrolera, en Ciudad de México.EDGARD GARRIDO (REUTERS)
Salvador Camarena

En el país en el que el trabajo formal siempre ha sido considerado no sin razón un privilegio, ha muerto un líder sindical y la noticia supone el recordatorio de tanta cosa idéntica entre los viejos tiempos y la supuesta renovación que cada mañana inunda el discurso que no la realidad.

La muerte de Carlos Romero Deschamps, líder petrolero así haya dejado el puesto hace cuatro años, remueve los tejidos de un sistema que se solaza en la simulación. Todo lo que representó se lo lleva a la tumba, porque las alternancias —ni las panistas, ni la actual— nada le quitaron, ni el sueño vaya.

Si en enero de 1989, con la detención del poderoso líder petrolero Joaquín Hernández Galicia “La Quina”, los mexicanos creyeron que su mundo mejoraría, estaban muy equivocados. Tras un periodo de ajuste arribaría Romero Deschamps, señal de que en México el cambio nada transforma.

“La Quina” fue destronado del sindicato petrolero con lujo de exhibición mediática para que la condena fuera la humillación, no lo que eventualmente sentenciara la justicia. Fue un ajuste de cuentas en la élite, no un cambio de reglas. Cobrada la afrenta, al sindicato de Pemex llegaría un igual.

Corrección: no llegó uno igual —”La Quina” forjó una era de novela—, pero sí uno similar. Otro secretario surgido no de la democracia gremial, sino de la dispensa presidencial, no para la defensa de los trabajadores sino para el trueque de favores, y como correa de transmisión al operar elecciones.

Romero Deschamps reinó en el sindicato petrolero poco más de 25 años. Sin inmutarse, escuchó desde el timón del sindicato petrolero las promesas de seis presidentes que juraron ante la patria que ahora sí, Petróleos Mexicanos se libraría de la corrupción y llegaría la eficiencia. A todos ellos aplaudió.

Se retiró tras un susto mayor. A la mesa donde estaba comiendo en Las Lomas —donde si no comen los líderes sindicales en este país— llegaron en julio de 2019 policía pertrechada como para ir a detener a Al Capone. Pan para el susto: iban por el otro comensal. Tres meses después se fue del puesto.

¿Pero si en tu sillón queda uno de tus incondicionales, si no te pasas los siguientes años en juzgados tramitando amparos, si tu vida no se convierte, luego de las mieles de la plenitud del poder, en una danza de abogados y contadores, de mañaneras y exilio, realmente te derrotó este Gobierno?

Romero Deschamps fue expulsado del paraíso sin caer en ningún infierno. El sistema que lo arrulló por cuarenta años, desde su primera diputación hasta el último día en el senado en 2018, con el cambio sexenal le dejó en la cuneta a merced del olvido más ayuno de persecución real o decomiso de riqueza.

Consuelo y resignación ha deseado Palacio Nacional a los deudos del líder petrolero. Se agradece la franqueza con la que el actual mandatario reconoce que los emblemas de la corrupción de ayer son enaltecidos hoy. Los servicios del sindicato petrolero prestados al régimen se cobran transexenalmente.

Porque el sindicato petrolero es una de esas cosas que pueden ser definidas como el sistema del sistema. Una deidad tolerada por esa santísima trinidad que en la era priista fue Dios padre presidente, Dios hijo Gobierno y Dios Espíritu Santo partido. El sindicato servía a, y se servía de, los tres. Aún hoy.

Los ineficientes gobiernos panistas nada pudieron con ese sindicato ni a la hora de investigarlo por desvíos de cientos de millones de pesos a la campaña de 2000. El efímero retorno del PRI premiaría a Romero Deschamps con una senaduría, como no podría ser de otra manera el nuevo PRI era el de siempre.

Y tras la llegada a la silla presidencial de quien discrecionalmente ataca la corrupción echando buena parte de la suciedad debajo del tapete, Romero Deschamps vio desde la barrera al toro que cuerna a jueces, opositores, prensa y hasta gobiernos extranjeros. Al ceder la plaza conservó la calma.

Quizá haya extrañado ejercer la profesión a la que más dedicó su vida. En México, por lo común, un líder sindical no es un sindicalista, que nadie se confunda. Sindicalista es para libros de texto o para nostalgias juveniles, reales o trasnochadas. Lo suyo, lo suyo, era ser palanca, hacer y cobrar favores.

Aquí volvemos al tema del trabajo y el privilegio. En la república en que cada sexenio se inventa el hilo negro, con no pocas crisis en el camino y demasiados años de crecimiento mediocre, tener plaza fija, ajena a los vaivenes del mercado o de las decisiones presidenciales, es ganarse la lotería.

Romero Deschamps era uno de los señores de la lotería nacional. Bueno para conseguir plazas, para otorgar plazas, para diseñar negocios alternativos desde y para Pemex cuyos puestos de trabajo, por supuesto, serían para los recomendados del sindicato. Negociazo pernicioso para Pemex y la nación.

Petróleos Mexicanos no está en quiebra por culpa de sus trabajadores. Ellos quieren trabajar, pero sexenio tras sexenio la paraestatal ha sido no de México sino del sistema que nació de la cultura de la palanca, el fruto remanente del yo conozco a alguien que tiene un contacto adentro…

Eso es por lo general un líder sindical en México. Eso fue Romero Deschamps. Una de las palancas que no movieron un mundo sino las cuentas bancarias en México y el extranjero del cerrado grupo de la clase política y empresarial que medró con el tráfico de influencias desde que la compañía se nacionalizó.

Ahora que está de moda criticar a la meritocracia habría que poner incienso a la magia de la palancacracia de la que Romero Deschamps fue santón mayor.

Pero no hay favores gratis: el pueblo que llevó alcancías y gallinas para pagar la nacionalización vio por generaciones como la riqueza nacional del subsuelo terminó en jets, rolex, champán y camionetas blindadas de líderes sindicales y políticos que les acompañan. ¡Qué orgullo ser mexicano cada 18 de marzo!

Ha muerto Romero Deschamps, sus pecados personales que los arregle con Dios. Sobre sus pendientes públicos quedará una deuda para la historia y el anecdotario, para la picaresca que llama listos a quienes transan y tontos a quienes carecen de una palanca, un contacto, un amigo en el sindicato.

Mientras averiguamos si llega una o varias novelas sobre sus hazañas y modos, sus obituarios provocan sonrojo de tanto delito que en variado momento le imputaron.

Salve bendita presunción de inocencia, qué mal gusto de la prensa resucitar hoy cuentos legaloides que nunca llegaron a sentencia. Seguro les mueve la envidia por más de medio siglo de no vivir en el error sino del erario. Ingratos.

Qué más prueba quieren de que nada debía tan caballeroso hidalgo si el presidente santigua desde Palacio Nacional vida y obra de Romero Deschamps: “No hay que meterse con los finados, hay que respetarlos”.

Acaso alguien, desobedeciendo al presidente, raye en la pared del panteón, o cerca de la estatua de Fidel Velázquez que increíblemente sigue en pie al lado de la plaza de la República: aquí yace un charro y hace bien, él descansa y el sistema, que tanto le dio y le protegió, también.

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