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Un eclipse oscurece la Tierra de los mayas: Mata’al Si’ikill, no te comas al sol

El anillo de fuego reúne a miles de personas en las zonas arqueológicas de Yucatán. Desde 1991 no se veía un fenómeno igual en México

Vista del eclipse en la zona arqueológica de Edzná, Campeche.
Vista del eclipse en la zona arqueológica de Edzná, Campeche.Michael Balam Chan (CUARTOSCURO)
Alejandro I. López

Las filas para entrar a Uxmal, antigua ciudad maya y la séptima zona arqueológica más visitada del país en 2022, lucen inusualmente largas. Entre llaveros, pulseras y silbatos que simulan el rugido de un jaguar, parte de la oferta cotidiana de los vendedores cazaturistas que rondan las taquillas, el artículo estrella de hoy son los lentes de cartón. No es un día cualquiera: después de 32 años, México vuelve a ser testigo de un eclipse solar, un fenómeno especialmente visible en la península de Yucatán, la misma región en la que los mayas, observadores meticulosos de la bóveda celeste, levantaron templos y edificaron ciudades a partir de sus conocimientos sobre el cielo nocturno.


La gente se reúne para ver el eclipse solar en la zona arqueológica de Chichén Itzá.
La gente se reúne para ver el eclipse solar en la zona arqueológica de Chichén Itzá.LORENZO HERNANDEZ (REUTERS)

Tres horas antes de que el ‘anillo de fuego’ se complete en el cielo de Yucatán, Teresa y Carlos, un matrimonio de artesanos, ya tomaron un sitio en el Cuadrángulo de las Monjas, una plaza rodeada de cuatro edificios con terrazas y escalinatas que hace más de mil años fungió como patio de los gobernantes de la antigua ciudad. Tras un viaje de poco más de 200 kilómetros, ambos visten bermudas, lentes oscuros y playeras negras con una imagen alusiva al fenómeno astronómico y la fecha en la espalda. “Vivimos en Valladolid, pero venimos especialmente a ver el eclipse, porque aquí iba a abarcar lo máximo”, explica Teresa Castillo (63 años). Mientras sostiene una caja de zapatos con agujeros, un instrumento de fabricación casera que sirve para mirar el paso del eclipse indirectamente, Carlos González (62 años) recuerda que hace más de medio siglo, en su natal Oaxaca, fue testigo de un fenómeno similar que oscureció el día durante tres minutos. “El eclipse anterior que vi de niño fue en Miahuatlán. Lo recuerdo muy bien, yo tenía unos 6 o 7 años. De hecho eso fue lo que me motivó a venir aquí, esos recuerdos de niño que se quedan grabados porque veía a los científicos de la UNAM, de la NASA, equipos de Europa… me impactó mucho la cantidad de gente en medio de la nada reunida para ver un espectáculo impresionante, que me marcó. Y aquí estamos”, explica con entusiasmo, el mismo que lo llevó a trazar el eclipse que lleva en su playera conmemorativa: “como el Sol no me lo pudieron imprimir, entonces lo hice a mano”.

Pablo Romero (36 años) mira al cielo y describe a sus sobrinos lo que ve a través de un filtro de soldadura, un pedazo de vidrio rectangular del tamaño de una tarjeta utilizado por los herreros para proteger su vista. La Luna ha comenzado a cubrir la circunferencia solar y en poco más de una hora protagonizará el ‘anillo de fuego’, un instante para el que Romero, trabajador en una fábrica del céntrico Estado de Puebla, lleva preparándose más de tres años. Él es una de las millones de personas que observaron el último eclipse total de Sol que atravesó México la tarde del 11 de julio de 1991, cuando el día se transformó en total oscuridad durante más de seis minutos. Se trató de uno de los eclipses más largos del siglo, un fenómeno seguido con interés por universidades y medios masivos de comunicación que provocó peregrinaciones masivas a zonas arqueológicas y plazas públicas para levantar la vista al cielo con curiosidad y asombro. Tres décadas después, los ecos de aquél día le han guiado hasta Uxmal tras una incansable labor de convencimiento y ahorro. “A mi familia le fui barajando la idea poco a poco y fuimos haciendo ahorros, planeando sobre la ruta, los lugares y hoteles que íbamos a visitar para rematar acá, entonces se les hizo padre la idea y los fui convenciendo”, explica.

Estudiantes observan el eclipse en la zona arqueológica de Uxmal, Yucatán.
Estudiantes observan el eclipse en la zona arqueológica de Uxmal, Yucatán.Paola Atziri

En la parte más alta de la antigua ciudad maya, miles aceleran los preparativos cuando la luz del Sol comienza a atenuarse. A diferencia de la noche súbita que provoca un eclipse total, en esta ocasión la Luna, incapaz de cubrir el disco solar por completo, provoca un efecto óptico que se hace más evidente quince minutos antes de la anularidad. Entre filtros de soldadura, lentes especiales y cajas de zapatos con agujeros, una multitud de turistas extranjeros y nacionales, danzantes con cascabeles en los tobillos y seguidores new age vestidos totalmente de blanco, mantienen una cuenta regresiva con una hora fijada: las 11.23 de la mañana, el instante en el que el satélite natural parecerá engullir al Sol y dará paso al esperado ‘anillo de fuego’.

Al pie del Palacio del Gobernador, un edificio de nueve metros de alto decorado con mascarones dedicados al dios maya de la lluvia, los primeros aplausos y expresiones de asombro advierten al resto de la llegada del punto máximo del eclipse. Al unísono, un grupo de cinco estudiantes mayas de 9 a 23 años recrean un antiguo ritual de la región y gritan repetidamente Mata’al Si’ikill, (no te lleves al Sol), una voz en maya yucateco que hace alusión a la alteración del orden cósmico que, desde la cosmovisión maya, significaba la ocultación del disco solar a causa de un eclipse. “La Luna se está comiendo al Sol. Antes se creía que esa Luna era un monstruo, una serpiente o algo terrorífico que se estaba comiendo al Sol, haciéndonos creer que era el fin de mundo; sin embargo, los mayas eran tan inteligentes que hicieron una estrategia para espantar, que se vaya la Luna, y decían Mata’al Si’ikill, eso quiere decir ‘no se lleven al Sol’, porque queríamos que nos regresaran el día, para que nosotros ya no creamos que es el fin del mundo y al final hacíamos un pequeño rezo pidiéndole a Dios para que eso no suceda y a la vez, agradeciendo”, asegura Mariana, una de las estudiantes al finalizar el ritual.

Poco a poco, el Sol comienza a salir del radio lunar. La atención vuelve a disiparse y la mayoría abandona rápidamente la zona arqueológica. La mirada vuelve a lo terrenal, mientras algunos aprovechan para tomarse fotos y compartirlas en redes sociales. Los danzantes agitan sus maracas y hacen sonar sus caracoles. El Sol ha salido victorioso de su último encuentro con la Luna.

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Alejandro I. López
Es editor SEO en EL PAÍS México y América. Antes en National Geographic en español, Architectural Digest y Muy Interesante. Economista por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
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