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La conjura wixárika por la lluvia en plena ola de calor

Diseminado por el norte de México, cada año el pueblo indígena sale en peregrinaje hacia el desierto de San Luis Potosí para invocar al agua. EL PAÍS les acompaña en un rito cada vez más urgente ante la sequía que amenaza su cultura y su vida

Wixárikas
Wixárikas reunidos durante la ceremonia en Wirikuta.Martín Maisonave

Es la víspera del día de San Juan y México está seco. Las lluvias se han retrasado y en todo el territorio se vive una intensa ola de calor, con temperaturas que en algunos estados rebasan los 45 grados. En la sierra norte de Jalisco, hábitat de varias comunidades wixaritari (plural de wixárika), la sequía se cataloga como severa. Para este pueblo indígena del centro-oeste mexicano, la actual no es solamente una temporada incómoda sino una realidad que amenaza la continuación de su cultura ancestral y de su vida.

Desde el semidesierto potosino, en el corazón del país, Minjares Valdez Bautista, maestro de primaria y autoridad del pueblo wixárika, comparte cómo se vive la situación en su comunidad, Santa Catarina, en Mexquitic, Jalisco: “Allá en la sierra mucho ganado se está muriendo, los animales están flacos, hay mucha pérdida. Si no llueve, la semilla original está en riesgo. También las plantas y todo lo que nos da oxígeno”.

Por eso este 2023, la ceremonia tradicional de petición de lluvia se vive con un sentido de urgencia. Cada año, miembros del pueblo wixárika, también conocidos como huicholes, viajan desde sus localidades en Jalisco, Nayarit, Durango o Zacatecas hasta uno de sus cinco lugares sagrados: Wirikuta, en San Luis Potosí. El lugar donde nació el sol, según su cosmovisión. Peregrinar hasta aquí es una forma de renovar la alianza con sus deidades y con los ancestros, mediante la celebración de ceremonias y entrega de ofrendas para “la renovación de la vida”. Así se regenera el ciclo de las lluvias y se favorecen las cosechas.

“El pueblo wixárika viene con el corazón en la mano; ojalá las deidades nos escuchen, y si no, de todos modos hay que hacer la lucha, no hay que darnos por vencidos, tenemos que ser insistentes”, dice antes del comienzo de la ceremonia Valdez, quien también es el actual coordinador del Consejo Regional Wixárika. “Lo que queremos ofrecer a nuestras familias, a las plantas y a los animales, es que haya vida”.

Él y otras autoridades del pueblo wixaritari –conformado por más de 80.000 personas, según el último censo– se han dado cita el viernes 23 de junio en el ejido de Margaritas, municipio de Catorce, una pequeña localidad con calles de tierra seca y casas de adobe. Es parte de Wirikuta, una región de 140.000 hectáreas donde se concentran cientos de santuarios huicholes. El Consejo Wixárika describe a su sitio sagrado como la “casa del venado azul, casa de las flores azules que giran y mueven el universo desde tiempos inmemoriales; libro de libros, biblioteca sagrada, altar matriz de la vida, jardín de los ancestros que iluminan el camino de toda la humanidad”.

Wixárikas Día de San Juan
Wixárikas en la víspera del día de San Juan.Martín Maisonave

Wirikuta, además, es un territorio megadiverso, donde se concentran la mayoría de las especies que habitan el gran desierto chihuahuense. Hay cientos de cactáceas endémicas, y una en particular que por miles de años ha sido el sacramento de los wixaritari: el peyote o hikuri (Lophophora Williamsii), un cactus verde azul que es su vía directa de comunicación con los dioses. La llamada cacería sagrada del peyote es un elemento central del peregrinaje al desierto y de la forma de vida wixárika. Su consumo en contextos ceremoniales les otorga el “don de ver”.

Por todo lo anterior, la lucha de este pueblo para proteger un territorio en el que no habita pero que forma parte fundamental de su cultura, se ha extendido durante más de una década. Las batallas legales del pasado han permitido suspender varias concesiones a mineras nacionales y extranjeras. Pero en el territorio aún existen amenazas, principalmente por la expansión acelerada de empresas agroindustriales.

Los peregrinos wixaritari llegan a lo largo del día en varias camionetas, y se reúnen en la casa de Eduardo Guzmán, ejidatario de Las Margaritas y uno de sus principales aliados entre los teiwarixi o mestizos. Él es miembro del Comité por el Cuidado y la Defensa del Agua y la Tierra de Catorce y uno de los fundadores del colectivo Sincronía Wirikuta, a través de la cual se han recibido cientos de donativos de distintos lugares del mundo para apoyar los traslados de los participantes a la ceremonia.

También desde las redes sociales de la organización, y por segundo año consecutivo, se lanzó un llamado a levantar “altares-espejo”: ofrendas personales o colectivas para unirse simbólicamente al rezo wixárika. “Hemos lanzado la voz para que se levanten los altares espejo en todo el mundo y propicien una sincronía que alimente la conciencia de toda la humanidad para renovar la manera como nos relacionamos con la naturaleza”, dice el Consejo en un comunicado. Varios artistas apoyan activamente la causa, como el músico Rubén Albarrán (Café Tacvba) o los actores Daniel Giménez Cacho y Damián Alcázar. Según los registros Sincronía Wirikuta, entre 2022 y 2023 se levantaron 799 altares-espejo en los cinco continentes.

El “abuelo fuego”, o tatewari, se prende antes de la caída del sol y los participantes comienzan a reunirse a su alrededor, preparados para pasar toda la noche en vela. Entre la comitiva indígena hay un gobernador, Rafael Torres, de Santa Catarina; una comisariada de bienes comunales; un presidente de la cultura; un cuerpo de ancianos; autoridades agrarias; miembros del comité de vigilancia de Wirikuta; y los jicareros, o autoridades religiosas de distintos centros ceremoniales. Eusebio de la Cruz González y Ambrosio López Díaz son los chamanes o mara’akate: “los que saben soñar”. El último es también el chamán cantador, un intermediario entre los humanos y los espíritus de ancestros y deidades.

Cerca de 80 personas, entre wixaritari y mestizos, rodean al fuego y al altar, donde se mantiene encendido un sahumerio con copal junto a las ofrendas. La noche avanza entre cantos, palabras en lengua wixárika y episodios de llanto del marakame cantador. Al menos un par de veces, Minjares Valdez se acerca a los mestizos para traducir “cómo avanza el diálogo con las deidades”. Nos cuenta, con voz afligida, que esta vez no hay seguridad sobre la renovación del mundo, y que esto tiene que ver con la falta de compromisos y unidad entre los wixaritari, pero también de parte de los mestizos.

Un grupo de mujeres cristianas de Las Margaritas se une al ritual al amanecer. Llegan cantando en fila india hasta el lugar donde se celebra la ceremonia. Ellas también, desde sus creencias, participan en el rezo colectivo de petición de lluvia. Las actividades ceremoniales y la entrega de ofrendas a las deidades continúan hasta pasado el mediodía del sábado pero en otro sitio, a una hora de distancia en auto: el Cerro de la Nariz, considerado la puerta de Wirikuta. Desde la cima se contempla la inmensidad del desierto.

Más tarde, las autoridades indígenas se reúnen para redactar un pronunciamiento y comunicar los mensajes recibidos de sus “deidades naturaleza”: el sol, el fuego, el venado, las madres abuelas de la lluvia, el mar. “Nos hablaron de un desequilibrio que afecta a todo el planeta y nos advirtieron que es casi inevitable un colapso que pone en peligro la vida tal como la conocemos. [...] Todos los ancestros vivos nos urgieron a trabajar unidos en un rezo ceremonial que ayude a levantar la energía herida de nuestro planeta”.

En el documento reconocen al presidente Andrés Manuel López Obrador por promover un Plan de Justicia para el pueblo wixárika, y al mismo tiempo le solicitan que éste se cumpla antes del término de su administración. Además hacen dos demandas puntuales: Una: que se reconozca el carácter sagrado de Wirikuta y en consecuencia, se detenga el crecimiento de las empresas agroindustriales en la región: tomateras, parques eólicos y granjas avícolas y porcícolas que ponen en riesgo los recursos naturales y el territorio. Dos: “que se suspenda para siempre la tecnología antilluvia [o cañones antigranizo] en toda la región”, porque “no se puede permitir que las agroempresas impidan la lluvia en el jardín de la sabiduría divina”.

El domingo 25 de junio, poco después de que las autoridades indígenas habían emprendido el regreso rumbo a sus comunidades en la sierra jalisciense, el cielo del altiplano potosino se cubrió de nubes y cayeron las primeras aguas en Wirikuta.

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