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opinión
Columna
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¿Hay humanidad después de la vida?

En contextos afectados por la violencia surgen escenarios que nos hacen reflexionar sobre cómo el derecho debe atender a la realidad, incluso a la más desgarradora

El colectivo de Nogales de Buscadoras de la Frontera
El colectivo de Nogales de Buscadoras de la Frontera, durante el segundo día actividades en la Primera Brigada Internacional de Personas Desaparecidas en el estado de Sonora (México).Adolfo Vladimir/Cuartoscuro

¿Las personas fallecidas tienen derechos?

¿Hay humanidad después de la vida?

En contextos afectados por la violencia surgen escenarios que nos hacen reflexionar sobre cómo el derecho debe atender a la realidad, incluso a la más desgarradora. En nuestra región miles de personas buscan a un familiar desaparecido y miles han fallecido sin identidad.

Hoy que conmemoramos a las personas que fallecieron quisiéramos compartir nuestro andar como trabajadoras humanitarias y agradecer a las familias que nos han permitido acompañarlas en el camino de búsqueda y restitución.

“Aquí fue donde me mataron”: la memoria

Martina sobrevivió a la matanza de sus seres queridos. Toda su familia, incluida ella, fue llevada a la orilla de un río y rociada de balas. Como era muy pequeña, Martina quedó debajo de los cuerpos. Su instinto de sobrevivencia le dijo que debía quedarse quieta, calladita, hasta que los hechores se fueran. Así sobrevivió y caminó dos días buscando ayuda. Memorizó el camino de una fosa improvisada donde con ayuda de sus vecinos enterraron a su familia.

20 años después Martina recorrió el mismo camino para recuperar los cuerpos. “Aquí fue, aquí fue donde me mataron”, repetía insistentemente. Ese día recuperamos los restos de ocho personas: dos adultos y seis menores.

Jurídicamente la memoria es “la forma en que las personas construyen y relacionan el pasado con el presente en el acto de recordar”. Para el equipo forense la memoria era reconstruir el pasado a través de la recuperación de los restos humanos. Para Martina, era el recuerdo del camino que la llevaba a sus seres queridos. Para ella y su comunidad, era la prueba de que todos estos años estaban diciendo la verdad.

“¿Puedo poner música para que la escuche?”: el vínculo

Luego de caminar un par de horas llegamos a un clarito en la montaña: un sitio señalado con una cruz hecha con palitos. Comenzamos la excavación en silencio y a unos 80 centímetros de profundidad hallamos los primeros restos. Los huesos se mezclaban con la ropa colorida, característica de la región.

En el equipo forense nos asegurábamos de seguir el protocolo de excavación: exponer la evidencia, medir, registrar con fotografías y anotar los hallazgos.

De pronto, irrumpió la voz de un jovencito: “¿Puedo poner música para que la escuche mi abuelito?”. Su abuelito, quien estaba siendo exhumado. Conmovidos, seguimos trabajando. Es de suma importancia cumplir con los protocolos. También lo es recordar nuestra propia humanidad.

Por fin te encuentro: la entrega

“Busco a mi hermano. Era alto, así como yo, nos llevábamos un año. Yo no sé si él está allí enterrado, los vecinos me contaron; pero no voy a evitar que se busque, todos somos humanos y tenemos derecho a tener nuestra familia”, nos dijo don Matías.

Después nos dio toda la información que pudo recordar: detalles sobre los dientes de su hermano, su estatura, sus heridas: “los vecinos me contaron que se cayó de un caballo, que se quebró la pierna y se curó solito, que solo lo vendaron”.

Terminada la exhumación su hermano fue identificado a partir del análisis integral de la información sobre el sitio del hallazgo, los aspectos científicos (odontológicos, antropológicos y físicos) y la correspondencia de elementos traumáticos: encontramos esa fractura mal resanada en el fémur, uno largo y robusto con un callo óseo enorme.

Al finalizar los procesos legales don Matías y su familia nos pidieron acompañarlos a casa para poner los restos en el ataúd. Les daba pena y miedo tocar los huesos. En el patio el silencio era profundo mientras sacábamos los huesos del embalaje. De pronto don Matías tomó el fémur de su hermano y soltó finalmente el llanto contenido por décadas. “Hermanito”, decía mientras le daba besos.

“Hermanito, hijita, hijito, por fin te encuentro”, estas son las palabras que hemos escuchado en los momentos más importantes de la historia de las personas a las que acompañamos. Encontrar tiene un sentido propio y profundo para cada familia. Para el derecho y la ciencia forense es una responsabilidad imperativa.

La pregunta “¿las personas fallecidas tienen derechos?” no tiene vigencia, ni siquiera desde una perspectiva jurídica. La realidad nos ha demostrado que las personas fallecidas deben recibir un trato respetuoso y digno, por ellas mismas y por sus seres amados.

Los Convenios de Ginebra, que regulan el derecho internacional humanitario, incluyen obligaciones respecto a la búsqueda, recolección, tratamiento e identificación de las personas fallecidas en conflictos armados, y sus principios se han impregnado en el derecho internacional de los derechos humanos y se han extendido a países con poblaciones expuestas a otras situaciones de violencia.

A pesar de que el derecho al trato digno de las personas fallecidas es uno de los pilares del derecho internacional humanitario, su materialización en los países sigue siendo un tema de discusión.

Cuando los Estados incumplen con normas nacionales e internacionales sobre la adecuada gestión de cadáveres aumenta el número de personas dadas por desaparecidas, y puede constituir una falta de respeto hacia ellas y hacia los derechos y necesidades de sus familiares.

Todas las personas fallecidas tienen derecho a ser identificadas y restituidas a sus familias. En el marco de las conmemoraciones a los difuntos recordamos que es un imperativo humanitario hacer todo lo posible para que las personas sean identificadas y las familias se reencuentren con sus seres amados.

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