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“Ahí están esos indios campesinos”: un caso de amenazas a ambientalistas en Ciudad de México

Vecinos de Santa María Nativitas, en Xochimilco, denuncian insultos y coacciones de las autoridades locales por la defensa a ultranza de un pequeño parque

Diego López (d), Andrés Castillo (i) Elvia Solares y Daniel Vázquez, en el semillero de Zacapan, esta semana.
Diego López (d), Andrés Castillo (i) Elvia Solares y Daniel Vázquez, en el semillero de Zacapan, esta semana.CLAUDIA ARÉCHIGA
Pablo Ferri

El amor por los árboles ha hecho de Diego López un personaje singular. Estudiante de agronomía, vecino del sur de Ciudad de México, ha dedicado los últimos diez años de su vida a cuidar de un pequeño parque que hay junto a su casa, el viejo semillero Zacapan. López, de 29 años, entiende el verbo cuidar en sentido amplio. No se trata solo de regar o plantar árboles, a veces ha tenido que poner el cuerpo. Nunca le ha molestado, pero ahora teme una escalada. Esta semana recibió, por primera vez, una amenaza de muerte: “Hijo de tu puta madre, ¿te gusta vivir?”.

El semillero Zacapan es un milagro entre dos carreteras. Apéndice repudiado del bosque de Nativitas, en pleno corazón de Xochimilco, los vecinos han peleado por conservarlo como parque. López evoca los intentos de los gobiernos locales por intervenir el espacio, iniciativas que constituyen una especie de calendario de la resistencia. En estos años, políticos, administradores y arribistas han tratado de construir allí tres mercados, uno de ellos de plantas, un foro de conciertos y eventos para cientos de personas, un hospital y, ahora, un Pilares, marca de las casas de cultura que impulsa el actual Gobierno de Ciudad de México, dirigido por Claudia Sheinbaum.

El parque aparece así como un símbolo de la resistencia ciudadana ante la inercia depredadora del mundo moderno. Frente a las grandes infraestructuras y la especulación inmobiliaria, el parque. Frente al mercado ilegal de extracción de agua de los pozos, el parque. Frente a la mercantilización de las chinampas, el parque. Frente a la delincuencia, el parque, el parque, el parque. Diego López aún recuerda cómo era aquel lugar antes del rescate, que ellos protagonizaron, ya hace más de diez años. “Aquí era el cementerio de mascotas y el basurero”, cuenta.

Ni a él ni a sus compañeros les gusta la idea de los Pilares. No entienden por qué hay que convertir el parque -con sus ahuehuetes gigantescos, su vieja casa de bombas del porfiriato, su luz melosa de media tarde- en otra cosa. ¿Por qué un parque no puede seguir siendo un parque? Lo ignoran. Tampoco es que pidan explicaciones, pero pelean. Y a veces la cosa se pone fea, como hace unas semanas, cuando fueron a reunirse con funcionarios de la alcaldía Xochimilco y un trabajador salió a insultar a los que esperaban en la puerta, entre ellos López. “Era un hombre con chaleco azul. Nos vio y dijo, ‘ah mira, ahí están los indios de Nativitas, ahí están esos campesinos’. Luego, como que se puso a hablar por su celular y como que le decía a alguien que si no nos íbamos en tanto tiempo le avisaba para que vinieran a limpiar”, recuerda.

Un cartel de la lucha por preservar el Semillero de Santa María Nativitas, en Xochimilco.
Un cartel de la lucha por preservar el Semillero de Santa María Nativitas, en Xochimilco.CLAUDIA ARÉCHIGA

Fue una de tantas situaciones desagradables, intercambios que caracterizan la relación con el poder político y que tiene a López y los demás desconcertados. Para ellos, los operarios de la alcaldía funcionan como una pequeña mafia que cuando aparece por el parque es para hacer destrozos. Así pasó en febrero, cuando funcionarios llegaron a limpiar el semillero y, en vez de hacerlo, arrancaron unas lonas que López y otros vecinos de Nativitas habían colgado en la entrada, exigiendo respeto para el lugar. Aquel día, López se llevó un puñetazo y varios empujones. Él piensa que la amenaza de muerte, recibida hace unos días en su bandeja de mensajes de Facebook, está directamente relacionada con el asunto de las lonas.

Aunque pudiera parecer una rencilla sin importancia, el historial de ataques y agresiones contra defensores del medio ambiente en México exige redimensionar la amenaza. Según el Centro Mexicano de Derecho Ambiental (CEMDA), en el país se registraron el año pasado 238 agresiones contra defensores del medio ambiente. Además, 25 fueron asesinados. En el caso de las agresiones, la más común es la intimidación, justo el tipo que ha sufrido López y que han sufrido sus compañeros por parte de trabajadores de la alcaldía Xochimilco.

Pilares sobre cavernas

En la memoria de Elvia Solares figura un recuerdo añejo que permite entender cómo era antes el semillero. “Pues mira, yo estaba en la secundaria y un día pasaba por aquí y tropecé. Y de repente empezó a brotar el agua en chorro. Aquí todo era agua”, cuenta, entre geranios recién plantados. A sus 66 años, la mujer pisa ahora la tierra sin que el agua salga. En Xochimilco, el subsuelo se ahueca. Donde antes había agua, ahora hay cavernas.

Con el paso de los años y la demanda creciente de Ciudad de México, Xochimilco y sus pozos se han convertido en los principales abastecedores del monstruo urbano. No lejos del semillero, Solares, López y el arquitecto Andrés Castillo muestran los restos del viejo acueducto del porfiriato, que sube urbe arriba por toda la avenida División del Norte, donde todavía hoy es visible. La historia del despojo cuenta ya más de 100 años, dicen los vecinos.

Obsoleto el acueducto, pozos y manantiales se siguieron explotando, hasta el punto de que el agua que bajaba de los cerros dejó de llegar a los famosos canales, que hoy hacen las delicias de los turistas. El arquitecto Castillo explica que nunca antes fue tan evidente la pobreza creciente del subsuelo como en 2017, cuando precisamente uno de los canales se secó repentinamente. “Fue por culpa de una grieta. Geólogos de la UNAM descubrieron que debajo de los canales hay dos cavernas enormes y en el techo de una se abrió una grieta. Solo una de esas cavernas tiene 20 metros de diámetro”, explica.

La antigua casa de bombas del semillero, abandonada.
La antigua casa de bombas del semillero, abandonada. CLAUDIA ARÉCHIGA

México entero se preocupó entonces por Xochimilco. Los barqueros de las trajineras lamentaron lo ocurrido y auguraron un futuro complicado. Todo el mundo habló entonces de la contaminación del agua de los canales de Xochimilco, que ahora llega de una planta depuradora en Iztapalapa. Todos lamentaron la muerte terrible del axolote, anfibio autóctono que ya apenas existe en libertad en la zona. Pero al final, la ciudad reparó el canal, los barqueros respiraron aliviados y cerveza y orines volvieron a compartir espacio en las trajineras.

Castillo cuenta toda esta historia para llegar a lo que le interesa, el último proyecto que los políticos, apoyados por algunos vecinos, quieren desarrollar en el semillero. Los Pilares. “Lo que quiero decir es que aquí no se debe construir nada porque los techos de las cavernas pueden vencerse”, explica. Castillo, como López, como Solares, no acaban de entender la insistencia de la alcaldía, respaldada por omisión por el Gobierno de la ciudad. “Quieren imponer un proyecto a huevo”, lamenta, “y nosotros les hemos ofrecido emplazamientos distintos para que hagan los Pilares”.

Sentados en el pasto a media tarde, los tres y otros integrantes de su colectivo ven las motos pasar por el semillero. Los conductores han tomado el viejo andador de los patos, nomenclatura de la época de las lagunas, como un atajo entre las dos carreteras que limitan el parque. Solares suspira y dice a media voz que son la “chinita en el zapato” de las autoridades y que por eso la han tomado con ellos. López se ríe, asumiendo su papel de chinita, contento por lo que significa vivir allí, junto al semillero. “Yo creo que por eso las amenazas, porque luego luego publicamos todo en redes. No les vamos a dejar”, zanja.

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Sobre la firma

Pablo Ferri
Reportero en la oficina de Ciudad de México desde 2015. Cubre el área de interior, con atención a temas de violencia, seguridad, derechos humanos y justicia. También escribe de arqueología, antropología e historia. Ferri es autor de Narcoamérica (Tusquets, 2015) y La Tropa (Aguilar, 2019).

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