Otro día de sangre en México: La violencia hace presencia sin que el Ejército o la política puedan hacerle frente
Los criminales acaban con la vida de dos decenas de personas en Michoacán durante el fin de semana, mientras el conteo de muertos en matanzas continúa
El conteo diario de muertos en México parece servir solo a título de inventario. Raro es el fin de semana que no acaba con decenas de cadáveres y cientos de balas sembradas por el suelo de cualquier Estado. El lunes, la vida sigue sin mayor espanto. Un día es Zacatecas, el siguiente Guanajuato, al otro Jalisco o Tamaulipas sin que se pueda precisar quién se lleva la peor parte. La hemeroteca sitúa muy alto a Michoacán, donde desde inicios de este año la lluvia de pólvora es incesante. Lo mismo son minas bajo tierra que balas cruzando el aire. La Fiscalía ha ajustado el número de muertos este domingo en 20, aunque hay heridos hospitalizados tras la masacre perpetrada por un grupo criminal que ha vaciado sus armas largas en un palenque donde se disputaban unas peleas de gallos, práctica muy común en México. Violencia sobre violencia. Cada mes, en México los homicidios suman alrededor de 3.000, unos cientos arriba o abajo, según los datos del Gobierno.
Los sicarios del narco perfeccionan sus herramientas de guerra mientras miles de personas se ven obligadas a abandonar sus pueblos, los alcaldes caen acribillados, la policía deserta y el Ejército no puede contener la sangría. A principios de febrero, un campesino pisó una mina y murió, su hijo quedó grave. Así empezaba el año Michoacán, sabiendo que el fuego está agazapado también bajo tierra. Días después eran dos periodistas, Armando Linares y Roberto Toledo los que se enfrentaban sin armas a sicarios en motocicleta que acabaron con sus vidas. El fuego tiene la misma marca: el crimen organizado. El asesinato del alcalde de Aguililla y un funcionario del Ayuntamiento fue perturbador porque hay cosas que se ven venir pero nadie sabe cómo frenarlas.
Pronto se vio la necesidad del Ejército en una tierra que parece fuera del Estado de Derecho, desprotegida, desamparada y a su suerte. Decenas de militares entraron en Michoacán para frenar los crímenes en una tierra rica. Debajo de las minas se desenvuelven también las raíces de los aguacates y de los limoneros, que dejan un hermoso paisaje de fabulosos beneficios, pero nada de eso es ajeno a la violencia tampoco. Las siglas del terror son casi siempre las mismas, CJNG, la marca del cartel Jalisco, que se pelea en guerra abierta contra grupos delictivos locales. Más fértil es la tierra, más balas silban por el aire. La presencia de los uniformados en Aguililla no impidió el asesinato de su alcalde unas semanas después.
Los colgados de los puentes en Zacatecas, las balaceras y detenciones sonadas en Tamaulipas, los cuerpos regados en las calles se hicieron casi invisibles ante el fusilamiento de 10, quizá 17 personas alineadas contra una pared en San José de Gracia, de nuevo Michoacán. Asistían a un funeral. Los criminales pudieron llevarse los cuerpos y limpiar de sangre el escenario hasta casi desaparecer el delito para siempre. Pero las noticias tienen que hacerse a un lado para incorporar las siguientes. Este domingo, en Tinajas, se superó la tragedia: 19 muertos en un palenque clandestino donde se disputaban peleas de gallos. No fue una balacera, ha dicho el periodista Marcos Morales, que se encontraba en el lugar: “Ha sido una ejecución”.
La zona del terror, entre Guanajuato, Michoacán y el Estado de México, no es casual. Como en otros triángulos del crimen, en este se maneja el huachicol, es decir, el robo de combustible de los ductos, un sabroso mercado ilegal que se nutre de la violencia para seguir su curso. Fentanilo, cocaína y otras drogas son también las palabras clave del conflicto para el que no se atisba solución.
El presidente del Gobierno ha estrenado el lunes repitiendo que la violencia no se combate con violencia, que hay que atacar las causas. Generalmente se refiere a la pobreza y la corrupción en la que viven cientos de pueblos, abocados por esa razón a caer en las redes del narco, ya sea cultivando amapola o alistándose en los ejércitos de sicarios. Andrés Manuel López Obrador defiende que solo sacando a los jóvenes de esa espiral de hambre sin horizonte tendrá fin el crimen algún día. Enarbola sus programas sociales, como el de Sembrando vida, un proyecto de reforestación para el que se prestan ayudas estatales, o las becas para que los jóvenes sigan estudiando, entre otros planes cuyos resultados no se antojan a corto plazo. El presidente ha lamentado lo ocurrido, que atribuye a la pelea entre grupos delictivos que operan en la zona y ha comunicado que ya se han enviado equipos hasta Michoacán para atender a la población y para la investigación de lo ocurrido. “Una masacre”, ha señalado el presidente.
Masacre es ya una palabra que se queda corta en México, donde la población muestra preocupantes signos de anestesia ante el horror que sacude el territorio sin descanso. El interés o la conmoción por los sucesos más macabros se diluyen en unas horas, unos días, quizás, como lo ocurrido en el Estadio de Querétaro el 6 de marzo. Ese día, el presidente López Obrador lo achacó a la falta de valores entre parte de la población: “Debemos de tener en consideración, ante estos hechos lamentables, que se debe continuar moralizando al país y atendiendo los orígenes de la violencia”. “Estos son resabios de los gobiernos neoliberales anteriores”, añadió. La violencia no es nueva en México, lleva décadas dejando miles de muertos y desaparecidos por el país. Atribuirlo a la falta de moral es distinguir a todo un país con un sorprendente marchamo. Puede ser cosa del pasado, pero el presente está hundido en sangre e impunidad judicial sin que se presente una solución inmediata para atajar tanto horror.
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