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No hay paz para Irinea Buendía, símbolo de la lucha contra los feminicidios en México

La madre que cambió el modo de investigar estos crímenes lleva casi 12 años esperando una sentencia contra el presunto asesino de su hija Mariana Lima

Irinea Buendia sostiene un retrato de su hija Mariana Lima, en 2020
Irinea Buendía durante una entrevista en Ciudad de México, en febrero de 2020.GUSTAVO GRAF MALDONADO (REUTERS)
Elena Reina

Han pasado 12 años desde que Irinea Buendía vio el cadáver de su hija todavía tibio y decidió que aquello no iba a quedar así. En 2010 los asesinatos a mujeres suponían un muerto más en el rosario de homicidios que cada día azotaba México, enfrascado en la fallida guerra del Gobierno de Felipe Calderón contra el narco (de 2006 a 2010). Las autoridades concluyeron rápido y sin apenas investigación que Mariana Lima se había suicidado. Carpetazo. Pero Buendía era consciente del maltrato físico y psicológico que sufría Lima desde que se casó con un comandante de la policía del Estado de México. Un tipo poderoso a nivel local contra el que emprendió una cruzada legal que la convirtió en un símbolo contra los feminicidios en el país. Es imposible entender el código penal de cualquier Estado mexicano, la lucha de cientos de madres después, sin mencionar el vía crucis de esta madre. Lo que no se menciona a menudo es que, más de una década después, no hay paz en la casa de los Buendía. Y sin ella, tampoco en la del resto de familias a las que les arrebataron a sus hijas.

La enésima audiencia a la que Buendía acude desde que en 2016 se reabriera el caso de su hija se pospuso este jueves. En ese año, su lucha por presentar pruebas y recurrir cualquier fallo judicial que apuntara al suicidio, escaló hasta la Suprema Corte de Justicia donde, en una decisión histórica, además de fallar a favor de reabrir la investigación, y a fondo, del caso de Lima, se elaboró un decálogo sobre cómo se debe abrir una carpeta cuando se trate de la muerte violenta de una mujer. En 2016, la sentencia de Mariana Lima supuso un referente nacional que cayó como un meteorito en los miles de casos sin resolver o mal resueltos en el resto del país. Gracias a ese fallo, cientos de madres apelaron después al máximo órgano judicial. Y algunas, demasiado pocas, han obtenido justicia.

Al otro lado del teléfono, Buendía enumera cada una de las atrocidades a las que el sistema de justicia mexicano la ha sometido, a ella y a su familia. Habla desde un hospital, y mientras espera una cita cuenta como en piloto automático cómo es que siendo un referente de la lucha contra los feminicidios, el crimen de su hija sigue estancado más de una década. Que su yerno, el excomandante Julio César Hernández Ballinas, en prisión desde hace casi seis años, cada día les gana una batalla. Cuenta también cómo siente que nadie quiere “realmente resolver el problema”. Cómo después de cinco años muerta, desenterraron en 2015 el cadáver de su hija con el único objetivo de destapar la verdad. Y que a sus 70 años está cansada, pero no piensa parar.

—¿De dónde saca usted las fuerzas, Buendía?

—Del día que vi a mi hija sin vida, golpeada, bañada, con claras evidencias de que había sido estrangulada y todavía el vil y cobarde asesino se atrevió a decir que se había suicidado. De ese momento que la veo y no me queda duda de que sus últimas horas fueron de extrema violencia, de ahí saco la fuerza.

Irinea Buendía se encuentra en una  protesta en el municipio de Nezahualcóyotl, Estado de México.
Irinea Buendía se encuentra en una protesta en el municipio de Nezahualcóyotl, Estado de México.Sáshenka Gutiérrez (EFE)

El testimonio de Buendía se ha repetido a lo largo de estos años dramáticamente. El rosario de mujeres asesinadas a las que en primera instancia se trata de cerrar el caso con un presunto suicidio no han sido pocas: por ejemplo, Lesvy Berlín Osorio, de 22 años, colgada de una cabina telefónica en el campus de la UNAM en mayo de 2017; o el de Fátima Varinia Quintana, de 12, secuestrada, torturada y asesinada a golpes a unos metros de su casa cuando volvía de la escuela. “La sentencia de Mariana ayudó para que se resolvieran esas sentencias. Ella tenía 29 años cuando la asesinaron, no la dejaron litigar, pero sigue litigando por medio de quien quiera echar mano de ese fallo de la Suprema Corte”, apunta Buendía, que recuerda además el proyecto de vida de su hija: ser abogada.

Que el feminicidio de Lima siga impune lanza un mensaje desesperanzador para el resto de madres que cada día luchan por llevar justicia al crimen de sus hijas. En México son asesinadas al día alrededor de 10 mujeres. Una cifra que no ha dejado de aumentar desde que existen registros y que, pese a que el Gobierno presume un estancamiento —no aumento— en las cifras generales de homicidios, los asesinatos de mujeres siguen siendo la gran cuenta pendiente del Gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Y de todos los anteriores.

“La justicia en México o no llega o es muy tardada”, resume la directora del Observatorio del Feminicidio, María de la Luz Estrada. “Cuando se ganó la sentencia, se dijo: “Ganamos perdiendo”. Porque había que volver a hacer una investigación de cero y habían pasado cinco años. Y aún así les demostramos a la Fiscalía del Estado de México y a todo el país, que si se investiga una muerte violenta de una mujer con la debida diligencia, se consigue dar con los feminicidas”, añade Estrada. En México la impunidad para cualquier crimen supera el 94%, según un último informe de México Evalúa, que revisa la información oficial sobre el trabajo de las fiscalías y jueces en 2020.

Buendía convive, además de con la impunidad, con el miedo de que le maten a otro hijo. Ella consiguió acceder al Mecanismo de Protección a Defensores de Derechos Humanos, similar al de los periodistas y que de poco les ha servido a unos y a otros cuando los agresores han querido acabar con sus vidas. Hace dos años intentaron asesinar a balazos a otra hija, Guadalupe Michel Lima mientras viajaba en su coche hacia una audiencia por el caso de su hermana en la capital. Y ahora, hace solo un mes, a uno de sus hijos que habían agredido con un cuchillo en la cabeza, le han quitado la escolta que lo protegía en ese programa para Defensores. “Es muy lamentable el riesgo en el que nos encontramos simplemente por exigir justicia”, agrega Buendía.

“Mire, más que nada me siento defraudada, engañada, enojada, dolida”, insiste. El caso de Mariana Lima, que después de que se retomara se ha ido extendiendo en el tiempo hasta desproteger, revictimizar y herir más a su familia, sigue en una fase de audiencias periciales. La vista que esperaba Buendía este jueves ni siquiera era para conocer la sentencia definitiva del caso, sino para continuar avanzando en la acusación ya formal de Ballinas por el feminicidio de su hija. “En noviembre fui a entrevistarme con el presidente del Tribunal de Justicia del Estado de México por este asunto. Y me dijo que ya sabía por dónde iban, que era una simulación para cansarnos, pero que iba a tomar cartas en el asunto. Finalmente, no hizo nada o, si lo hizo, no valió de mucho. El sistema de impartición de justicia nos sigue restregando en la cara que pueden hacer lo que les dé la gana y no les importan los feminicidios”, añade.

Irinea Buendía durante una protesta a las afueras del palacio municipal de Chimalhuacan, Estado de México.
Irinea Buendía durante una protesta a las afueras del palacio municipal de Chimalhuacan, Estado de México. Rodolfo Angulo (CUARTOSCURO)

Buendía se aferra a la lucha como el día en que decidió que su vida iba a cambiar para siempre. Que la muerte de su hija no iba a ser un número más. Aún recuerda el tatuaje con el nombre de su yerno y presunto asesino en la espalda del cadáver de su hija: Ballinas. “No pienso callarme, ni aunque esté cansada”, dice. “No voy a dejar de gritar. Las madres sabemos que no podemos hacer eso, porque es cerrar los ojos en la oscuridad y no van a contar con la comodidad de nuestro silencio”.

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Elena Reina
Es redactora de la sección de Madrid. Antes trabajó ocho años en la redacción de EL PAÍS México, donde se especializó en temas de narcotráfico, migración y feminicidios. Es coautora del libro ‘Rabia: ocho crónicas contra el cinismo en América Latina’ (Anagrama, 2022) y Premio Gabriel García Márquez de Periodismo a la mejor cobertura en 2020

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