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El nuevo cardenal Arizmendi: homófobo, polémico y progresista en lo social

El religioso mexicano, premiado por el papa Francisco, ha asumido posturas progresistas sobre migración y el zapatismo y posiciones cuestionables sobre los abusos en la Iglesia y la homosexualidad

Elías Camhaji
Felipe Armendariz
Felipe Arizmendi Esquivel, en una misa en el Estado de Chiapas en 2007.Moysés Zuñiga (Cuartoscuro)

La Iglesia católica en México está “apoltronada”, sentada cómodamente sin que su mensaje llegue a las comunidades pobres y más alejadas. Esa es la advertencia que lanzó este domingo Felipe Arizmendi, obispo emérito de San Cristóbal de las Casas (Chiapas). “Que el Espíritu Santo nos ayude a seguir el ejemplo y el mandato de Jesús, para que, renunciando a la comodidad, la pereza, la indolencia, la apatía, la indiferencia, el miedo y el egoísmo, su Buena Nueva llegue por todas partes”, escribía en su columna en El Sol de Toluca. Horas más tarde llegaron noticias desde el Vaticano. El papa Francisco lo había elegido como uno de sus 13 nuevos cardenales.

“No por presumir, pero, siendo joven sacerdote, disfruté mi ministerio en comunidades campesinas e indígenas”, agrega Arizmendi, con un título de Teología Dogmática por la Universidad de Salamanca. Nacido en 1940 en Chiltepec, una comunidad que apenas rebasa el millar de habitantes a dos horas de Ciudad de México, el sexto mexicano en recibir el birrete cardenalicio ha defendido en más de cinco décadas de sacerdocio la vocación social de la Iglesia católica.

Siendo todavía un preadolescente cuando ingresó como seminarista, inició su carrera parroquial en el central Estado de México bajo el amparo de Arturo Vélez, un obispo cercano al grupo Atlacomulco, una importante facción dentro del Partido Revolucionario Institucional (PRI), y primo de Alfredo del Mazo, exgobernador y abuelo del actual mandatario mexiquense, apunta el sociólogo Bernardo Barranco. “Como otros obispos que entran muy niños a la Iglesia, tiene enormes dificultades para entender las dinámicas sociales", señala Barranco, que se refleja en posturas muy conservadoras en lo moral. Arizmendi es al mismo tiempo “uno de los obispos más importantes que ha tenido el país en los últimos 20 años”, en palabras del propio Barranco.

Su gran oportunidad llegó en febrero de 1991, cuando fue nombrado obispo de Tapachula, en la frontera entre México y Guatemala. Arizmendi llegaba así con la encomienda de llevar el evangelio a uno de los puntos rojos del tránsito de migrantes centroamericanos y a Chiapas, el Estado más pobre de México.

Los migrantes son hermanos”, afirmó a mediados del año pasado. “Ha sido siempre un hombre íntegro y un pastor cercano, amable y comprometido. Es una buena noticia para México”, escribió en Twitter Alejandro Solalinde, un sacerdote que se ha distanciado del establishment católico en el país por sus posiciones políticas y que ha destacado por su apoyo a los inmigrantes. La fama de Arizmendi como un mediador respetado se hizo patente con su nombramiento, aplaudido por rebeldes como Solalinde y la Conferencia del Episcopado Mexicano. “Una grata sorpresa y un merecido reconocimiento nos ha regalado hoy el papa Francisco”, celebró Carlos Aguiar Retes, arzobispo primado de México.

Tres años después de la llegada de Arizmendi explotó el movimiento zapatista y Chiapas se convirtió en el epicentro político-religioso del país, comenta Barranco. Samuel Ruiz, entonces obispo de San Cristóbal, medió en el conflicto entre el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y el Gobierno. Ruiz, apodado Tatik (caminante) por los pobladores de su diócesis, era una figura incómoda para la dirigencia católica, calificado como “obispo rojo” por permitir que las misas se dieran en lenguas originarias y reivindicar los reclamos de los indígenas, a los que por siglos no se les permitió siquiera caminar por la misma banqueta que los mestizos. Ambos obispos tenían buena relación, pero Ruiz fue señalado como instigador de las protestas y el Vaticano saltó la sucesión eclesiástica que ponía como nuevo obispo a Raúl Vera, hoy en la diócesis de Saltillo, a 1.700 kilómetros de Chiapas, y puso en su lugar a Arizmendi.

Nunca se produjo la ruptura entre Ruiz y Arizmendi que esperaba el Vaticano. El nuevo obispo llegó en marzo de 2000 a San Cristóbal y apostó por reconocer los reclamos de los zapatistas para lograr una paz duradera. “[El zapatismo] es construir desde abajo la fraternidad, la justicia y otro tipo de democracia, de vida”, dijo en 2016. “Era un obispo muy mesurado, eso fue una cualidad que le sirvió para pasar momentos muy complicados”, comenta Roberto Blancarte, profesor del Colegio de México.

Arizmendi ganó prestigio a fuerza de sensatez, declarando en 2015 y tras reunirse con la autoridad electoral, que la Iglesia no debía inmiscuirse en política. “No soy quien para dar lecciones partidistas electorales, pero sí para defender los principios éticos que proceden del Evangelio”, señaló, sin renunciar a su voz como un actor de peso en el país: “Ciudadanos: no nos dejemos engañar por la propaganda, ni comprar por los regalos”.

La “invasión de erotismo”

Aquella prudencia se vio trastocada en 2010, cuando el obispo achacó los abusos sexuales y la pederastia en la Iglesia al “erotismo” de los niños. “Ante tanta invasión de erotismo no es fácil mantenerse fiel tanto en el celibato como en el respeto a los niños”, dijo el sacerdote, en declaraciones que mancharon su legado y que se produjeron en pleno escándalo por los abusos de Marcial Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo, fallecido en 2008.

Los especialistas Blancarte y Barranco coinciden en que no es raro este doble papel de la jerarquía eclesiástica: a veces progresista en lo social, otras muy conservadora en lo moral. “Es un reflejo de lo que es actualmente la Iglesia en el mundo”, afirma Blancarte.

Jorge Mario Bergoglio dejó de lado el episodio más oscuro en la trayectoria de Arizmendi y dio a su diócesis un papel central en su primera visita a México en febrero de 2016. Las marimbas y cantos de mariachi en tzeltal engalanaron la visita de seis horas de Francisco a San Cristóbal, en la que reivindicó la labor social del obispado y visitó la tumba de Ruiz. El Papa almorzó con Arizmendi y degustó un “pollo a la Bergoglio”, preparado por Socorro Arizmendi, la hermana del obispo.

Arizmendi se jubiló de su obispado en noviembre de 2017, pero no ha renunciado a dar su opinión en los temas que rodean, y a veces incomodan, a la Iglesia católica en más de 30 libros publicados. “Antes no había este problema de homosexualismo, pero hoy se está dando por el contagio [que los jóvenes] tienen con las comunidades urbanas y con las universidades”, dijo en 2016 Arizmendi, férreo defensor de la familia tradicional, denunciante eterno del “libertinaje” de la sociedad y convencido de que la pandemia de la covid-19 es una oportunidad “para que enderecemos el rumbo”. Apenas en junio pasado, el obispo emérito quedó atrapado en el fuego cruzado en un enfrentamiento entre criminales y fue herido de bala cuando visitaba Chiltepec. Su nombramiento es de corte honorífico y, tras rebasar los 80 años en mayo, no podrá participar en los cónclaves para nombrar a un nuevo Papa. “Es un premio simbólico”, apunta Barranco, para un hombre culto, audazmente prudente, respetuoso del mundo indígena, pero siempre marcado por luces y sombras.

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Sobre la firma

Elías Camhaji
Es reportero en México de EL PAÍS. Se especializa en reportajes en profundidad sobre temas sociales, política internacional y periodismo de investigación. Es licenciado en Ciencia Política y Relaciones Internacionales por el Instituto Tecnológico Autónomo de México y es máster por la Escuela de Periodismo UAM-EL PAÍS.

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