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Crianza
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Debo enseñar a mi hija el mar?

En el mundo contemporáneo casi todo, la comida, la cultura, la información, está al alcance la mano: se pierde así la experiencia del descubrimiento

Es raro no ver el mar hasta la adolescencia, pero también es bonito verlo de repente.
Es raro no ver el mar hasta la adolescencia, pero también es bonito verlo de repente.Safia Fatimi (Getty Images)
Sergio C. Fanjul

Hay gente que no ve el mar hasta los 15 años, y siempre recuerda cómo fue ver el mar por primera vez, qué día era, quién le llevó, cuánto tembló ante la visión del horizonte y la espuma de las olas. Como al comienzo de Cien años de soledad cuando, ante el pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía recuerda “aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. Es raro no ver el mar hasta la adolescencia, pero también es bonito verlo de repente. ¿Qué pensará esa gente del mar, del hielo? Al menos siempre tienen una historia que contar.

Me crie cerca del mar, de modo que no recuerdo el momento en el que vi el mar por vez primera. Más bien el mar fue creciendo conmigo, en perfecta sincronía con el resto del mundo alrededor. Las nubes, las aceras, la violencia. Ahora el mar, tan insistente, me alucina y me atormenta, porque siempre me habla de la eternidad y de la muerte. Me pregunto si debería mostrar el mar a Candela, y que crezca con la presencia cotidiana del salitre, o alejarla de la orilla hasta que sea adolescente y luego ella pueda decir: “Recuerdo el día que mi padre me llevó a ver el mar, y el mar me pareció tal cosa”. Sería robarle el mar durante algunos años, pero regalarle algo que hoy en día escasea: un descubrimiento.

En realidad, Candela ya ha visto el mar varias veces: el del sur, el del levante y el del norte, el de verdad, ese Cantábrico furioso y salado que embate los acantilados y que promete llevarnos a las profundidades sin retorno. Sin embargo, a Candela le ha dado igual la mar océana, se ha quedado mirando cualquier cosa pequeña al alcance de su mano o de su pie, incapaz de abarcar la grandeza terrorífica de lo que se le proponía. Aún estamos a tiempo de ocultarlo.

La pena es que ahora ya casi no hay casi descubrimientos. Recuerdo descubrir, progresivamente, a lo largo de mi vida, el arroz tres delicias, la pizza, el sushi, los tacos, por último, ese poke hawaiano que me hubiera gustado no descubrir nunca. En la España de los ochenta y los noventa, cuando crecí, la comida extranjera iba entrando poco a poco y con recelo a un país de lentejas y truchas. Candela, en cuanto cobre conciencia, lo tendrá todo a su disposición.

La era de internet llegó cuando yo tenía apenas 15 años. Fui desentrañando la red, las páginas web, los blogs, los chats, hasta que surgieron las redes sociales y, finalmente, la inteligencia artificial. Cada paso fue un aprendizaje progresivo que me despertó al prodigio y los peligros. Candela, en cambio, lo tendrá todo a mano, la música en Spotify, el cine en mil sitios, los libros. Desconocerá lo que es anhelar un disco y dispondrá de información en abundancia. Tendrá a su disposición la cultura humana en su totalidad, en una época en la que parece que ya no se puede inventar nada más allá de la nostalgia y el pastiche posmoderno. Quizás sea Candela quien invente algo nuevo.

Candela habitará un mundo en el que todos parecen estar hastiados de todo, donde todo parece haber sido contemplado en exceso, donde todo es conocido y está disponible al instante. Me pregunto cómo podré hacer yo para que, más allá de la infancia primigenia, pueda seguir descubriendo algo del mundo. Por eso no sé si seguir llevándola al mar o hacer que lo descubra en el futuro, si es que queda.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.

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