Odile Rodríguez de la Fuente, divulgadora científica: “Los niños tienen que estar en la naturaleza”
La bióloga, hija del mediático naturalista Félix Rodríguez de la Fuente, publica ‘La historia más fascinante del mundo’, un libro informativo para toda la familia en el que explica la creación de la Tierra y cuál será el futuro del planeta si la humanidad no aprende a integrarse con lo natural
Odile Rodríguez de la Fuente (Madrid, 51 años) siempre ha sentido una conexión muy fuerte con la naturaleza. No recuerda cuándo nació ese amor, pero sí que le “chiflaba” aprender todo lo que le enseñaba su padre, el mediático naturalista Félix Rodríguez de la Fuente...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
Odile Rodríguez de la Fuente (Madrid, 51 años) siempre ha sentido una conexión muy fuerte con la naturaleza. No recuerda cuándo nació ese amor, pero sí que le “chiflaba” aprender todo lo que le enseñaba su padre, el mediático naturalista Félix Rodríguez de la Fuente, que murió en un accidente aéreo cuando ella tenía siete años. “Me gustaba salir al campo con él, aprender sobre las aves, sobre cómo funcionaba la naturaleza, levantar una piedra y enseñarme lo que había debajo…”. Esa herencia y esa pasión Odile la acabó convirtiendo en su profesión.
Bióloga y divulgadora científica, su trabajo durante los últimos años ha estado centrado en dar charlas, conferencias y explicar para empresas el cambio climático y lo que este supone para la humanidad. Ahora publica La historia más fascinante del mundo (Molino, 2024), un libro informativo para toda la familia donde enseña las etapas y la creación del planeta Tierra, 4.600 millones de años de existencia, a través de un reloj y en 24 horas. Un viaje extraordinario que la bióloga recomienda leer con los hijos y asombrarse “ante la portentosa historia que tenemos a nuestras espaldas”.
PREGUNTA. En La historia más fascinante del mundo decide explicar el origen de nuestro planeta a través de un reloj. ¿Por qué?
RESPUESTA. Es una forma de relativizar. La mayoría de la gente se queda estupefacta cuando se da cuenta de que nuestra especie ha aparecido en los últimos cuatro segundos de esas 24 horas. Los dinosaurios, por ejemplo, la gente piensa que eran el pasado remoto de la Tierra, sin embargo, no es así, son de hace unas pocas horas. Sin embargo, las bacterias son las más importantes en la actualidad y son las que han estado el 75% de la historia de la vida en el planeta. Eran lo único que existía. Creo que es una buena forma de darnos perspectiva, que es un poco, en general, lo que nos falta. Todo es tan rápido que a veces hay que subirse al pico de una montaña y ver el valle desde la distancia.
P. ¿Es un libro para compartir en familia?
R. Esa es la idea. Está pensado para que un niño a partir de los siete años lo pueda comprender y que, junto a sus padres, vaya descubriendo la historia más apasionante de todas. Somos seres sociales, seres que nos hemos construido a partir de historias. Nos une ese asombro compartido de darnos cuenta de que somos el producto de todo esto, de esos cerca de 4.000 millones de años de evolución de la vida sobre el planeta. Es una forma de unirnos más allá de nuestras diferencias culturales, de idiomas… Somos una misma especie en un mismo planeta y todos pertenecemos a un tronco común que es el de la vida.
P. Escribe en el prólogo que uno de los primeros recuerdos que tiene de su infancia es el de su padre contando historias. La historia sobre la Tierra, su creación y lo que desconocemos, ¿es un tema que fascina en la infancia?
R. Sí. Los niños tienen una imaginación increíble. Empiezas a hablarles del pasado y tienen una gran capacidad de comprensión. Incluso hay niños que pueden ayudar a sus padres a ese viaje de la imaginación, a comprender cosas que, en muchos sentidos, se nos escapan a los adultos. Nuestro gran reto con este libro era no hacerlo demasiado complejo para los niños. El tema de las células es complejo, pero también tengo el ejemplo de mi padre: él llegó a todos los niños y nunca rebajó el lenguaje. Los adultos somos los que nos vamos cerrando cada vez más y vemos la vida a través del filtro de las gafas de nuestras querencias y, sin embargo, en los niños, es al revés.
P. ¿Es importante entender el papel que tiene el ser humano en la historia de la Tierra?
R. Sí. Hemos inaugurado un nuevo episodio geológico bautizado con el nombre del Antropoceno. Estamos influyendo en todas las esferas que conforman un sistema que ha estado perfectamente equilibrado durante ciento de millones de años. Y, sin darnos cuenta, estamos alterando esto. Estamos hablando de un cambio climático a una inusitada velocidad pero, también, de una sexta gran extinción masiva. La velocidad de la pérdida de biodiversidad es mil veces lo que sería si no estuviéramos los seres humanos haciendo lo que estamos haciendo. Si nos cargamos eso, estamos cargándonos nuestro propio salvavidas. La esperanza también impregna el libro, porque la naturaleza tiene una capacidad de regeneración increíble, pero no podemos seguir atentando contra nosotros mismos y nuestra propia salud.
P. ¿Cómo pueden ayudar las familias para que no avance tan deprisa el cambio climático?
R. Una de las cosas de las que menos se habla es la de cultivar nuestra humanidad. Esa calidad de tiempo en familia: compartir historias, salir al campo, pasear juntos… Todo esto está construyendo la humanidad del futuro. Construyendo esa capacidad para afrontar un momento histórico en el que todo va demasiado rápido. En el que los problemas mentales y emocionales van al alza, no solamente con la adolescencia, sino también con los adultos. Yo creo que la naturaleza es un reflejo de nosotros y cuando nosotros nos empecemos a cuidar y a cuidar a las familias, que son las que alimentan esas plantitas que son los niños, cuanto mejor estemos la humanidad, mejor estará también el planeta.
P. Habla también en el libro de que no somos especies y espacios, cada uno por su lado, sino que estamos conectados. ¿Cómo se transmite eso a las futuras generaciones?
R. Sobre todo a través de la experiencia. Es fundamental para la salud mental, emocional y física de los niños. Ese vínculo de sentirnos como una parte de la naturaleza está en nosotros: experimentar, respirar aire puro, ver el cambio de las estaciones, oler los olores del bosque, ¡comer tierra, incluso! Los investigadores están descubriendo cosas realmente asombrosas de hasta qué punto necesitamos ese vínculo y, los niños, ya sienten esa conexión, pero, para poder realmente afianzarlo, tienen que estar en la naturaleza.
P. Como especie, ¿qué nos deparará el futuro?
R. En eso también soy buena hija de mi padre. Cuando le preguntaban cuál era su especie favorita, él contestaba que el ser humano. Sentía profunda admiración por el fenómeno de la vida, por lo portentoso que ha generado. Tenía fe en que ese experimento de la existencia no podía ser el peor invento. En el fondo, estamos en una adolescencia colectiva que se revela, cuestiona a sus padres y tiene que ir en contra de todo. Nosotros, como humanidad, nos tenemos que revelar en contra de la naturaleza y pensar que sabemos más pero, quizás, para tocar fondo. Para darnos cuenta de que no podemos hacer nada sin ella y creo que esto forma parte de este despertar. Al final, esa naturaleza buena que existe en nosotros triunfará, se pondrá la conciencia al servicio de la vida y seremos sus mejores custodios.
Puedes seguir Mamas & Papas en Facebook, X o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter quincenal.