Efecto Pigmalión: cuando las expectativas de los padres y madres no son las de sus hijos
Los objetivos de futuro que se marcan a los niños durante su infancia, a veces, son la continuación de la historia y aspiraciones de sus progenitores. Es aconsejable reforzarles, pero siempre para cumplir sus sueños, no los de los adultos
Hay determinadas actitudes de padres o madres que se repiten de generación en generación. Una de ellas es generar expectativas en los hijos con el objetivo de que logren determinadas metas que los adultos no alcanzaron o dirigir sus pasos para que consigan anhelos personales. Así, algunos progenitores envían a su descendencia, pese a la indiferencia de estos, a clases de kumo para desarrollar su potencial; otros los acompañan a clases de pintura para ver si en un futuro cursan Bellas Artes; y los hay que hacen derrapes continuos con coches de carreras de juguete confiando en despertar el interés por la automoción.
Las aspiraciones que proyectan los progenitores sobre sus hijos se enmarcan dentro de lo que se conoce como efecto Pigmalión. En 1965, Robert Roshental, psicólogo y profesor de Harvard y quien le dio nombre, y la educadora estadounidense Leonore Jacobson investigaron cómo las expectativas de los maestros sobre el rendimiento de sus estudiantes podían influir en su desempeño real. Ambos descubrieron que cuando los profesores creían que ciertos estudiantes eran intelectualmente talentosos, esos alumnos tendían a mostrar un aumento en el rendimiento académico. Esta dinámica sugiere que las expectativas de los demás pueden afectar el comportamiento de las personas, de manera que las profecías se vuelven realidad. Aunque este fenómeno por el cual las creencias de una persona influyen directamente en la conducta, el rendimiento y los resultados de otra no siempre es algo positivo.
En este tipo de gestos de los padres existe la concepción subyacente, que no siempre es consciente, de que los hijos son una prolongación de su propio ego. “De tal modo que sus logros y fracasos se perciben un poco como propios. A poca gente le resulta tolerable el propio fracaso, y a veces es incluso más doloroso el fracaso de sus hijos. Se proyectan expectativas muy grandes, frustraciones propias y deseos no alcanzados para que sean satisfechos por sus niños y adolescentes”, explica María Sánchez Corrales, psicóloga general sanitaria y fundadora de Creciendo Psicología. Desde que uno sabe que va a ser padre se empieza a generar una imagen de ese hijo; se inicia un vínculo prenatal y una idea sobre lo que se espera de él. “Como buen mecanismo protector, pensamos en cosas positivas, sobre todo si es una maternidad elegida y deseada”, sostiene la psicóloga perinatal Diana Sánchez. “Puesto que el deseo de tener un hijo suele ir acompañado de muchos proyectos para ellos, cambios de vida para los padres y para toda la familia, los progenitores proyectan sus propios deseos no cumplidos, o frustrados, en el camino de su propia vida y, de este modo, los hijos se convierten en ese hilo de continuación de la propia historia”.
Las expectativas que se proyectan sobre los hijos tienen influencia en muchos niveles, y en algunas ocasiones es algo positivo. “Si se tienen altas expectativas, y se van cumpliendo, se facilita el desarrollo de habilidades, como por ejemplo si les hablamos desde pequeños sobre aquello en lo que consideremos que son brillantes”, dice Sánchez. El efecto Pigmalión puede convertirse en algo eficaz si se valora de forma positiva a los niños, si se les refuerza y se potencia sus habilidades para que consigan cumplir sus sueños, según sostiene Sánchez. “Al tener expectativas positivas”, prosigue, “los progenitores influyen en el comportamiento de sus hijos y, a la vez, su manera de actuar repercute en los demás, creándose un efecto circular”.
Sin embargo, otras veces puede ser negativo, ya que no siempre los niños alcanzan la meta exigida, lo que genera en los progenitores frustración y sensación de fracaso. “Los menores intentan no defraudar, cumplir esos requerimientos, lo que se denomina profecía autocumplida. Pero es negativo si los adultos solo centran su atención y cuidados en torno a dichas supuestas potencialidades: los hijos pensarán que ese es su valor, lo que puede ocasionar que no se sientan amados de forma genuina”, explica la psicóloga.
En la escuela, crear expectativas al alumnado tiene también efectos beneficiosos, según algunos estudios. Por ejemplo, el artículo Expectativas docentes y sus relaciones con el rendimiento, el autoconcepto y la ansiedad en matemáticas de los estudiantes de Primaria, publicado en 2023 en la revista Psicología Social de la Educación, muestra que el empeño eficiente de los docentes se relaciona positivamente con el rendimiento de los estudiantes así como con el autoconcepto y negativamente con la ansiedad hacia las matemáticas. También el texto Expectativas de los docentes y profecías autocumplidas: lo conocido y lo desconocido, controversias resueltas y no resueltas de 2005, difundido en la Revista de Psicología Social y de la Personalidad, expone que el ánimo de los docentes “sí impacta en los estudiantes, y esto puede ser particularmente fuerte para los estudiantes de grupos estigmatizados”.
“Estimular a los alumnos a desafiarse a sí mismos, a creerse que son capaces de realizar ciertas tareas, a tener mayor autoconfianza, es positivo para estimular sus capacidades”, incide Sánchez. Sin embargo, según reitera esta experta, esta práctica puede presentar la otra cara de la moneda: que las expectativas sean negativas, o excesivas; que no se enseñe a manejar la frustración; que no se entienda que no todo el mundo puede ser Einstein o Rosalía o Bill Gates o que no se es un fracasado por no obtener siempre la máxima puntuación en los exámenes.
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