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De ‘padres helicóptero’ a ‘madres bocadillo’: cómo la hipervigilancia crea niños miedosos y sin autonomía

La hiperpaternidad es el tipo de crianza que consiste en estar encima del menor constantemente, atendiendo o anticipando cada uno de sus deseos. Este comportamiento impide que estos aprendan a buscarse la vida, a manejar la frustración o hacer frente a los contratiempos

El concepto de 'padre helicóptero' se refiere a aquellos progenitores que sobrevuelan en todos los contextos la existencia de sus hijos.
El concepto de 'padre helicóptero' se refiere a aquellos progenitores que sobrevuelan en todos los contextos la existencia de sus hijos.Stanislaw Pytel (Getty Images)

La periodista Eva Millet cuenta en su libro Hiperpaternidad (Platafoma Editorial) que su abuela recomendaba actuar ante los niños “como si fueran muebles”. Es decir, ignorarlos hasta que se les pasara la rabieta o dejaran de molestar. Ahora, Millet considera que se pasa del “modelo silla o mesa” a ponerlos en un altar. “La hiperpaternidad es el tipo de crianza que consiste en estar encima del niño o niña constantemente, atendiendo o anticipando cada uno de sus deseos, estructurándoles sus jornadas, ocio incluido, y solucionándoles cada problema que surja”, detalla. En miles de hogares son el centro absoluto de la familia, el polo de atención y cuidados, como si el mundo girase alrededor de ellos como astro sol.

El concepto de padre helicóptero viene por aquellos progenitores que sobrevuelan en todos los contextos la existencia de sus hijos. Como cuenta la periodista, la primera vez que apareció el término fue en el libro Between Parent and Teenager, publicado en 1969, escrito por el psicólogo y pedagogo Haim G.Ginott. “Mi madre sobrevuela por encima de mí como un helicóptero”, se lamentaba una adolescente en su consulta. No resulta muy complicado detectarlos: son los padres y madres entregadísimos e hipersufridores, cuya función es evitar cualquier accidente o pequeño rasguño. Lo que antes era normal y natural como subirse a los árboles, ahora es una retahíla de: “Mejor no”, “Bájate de ahí”, “Es peligroso, vaya a ser que el diablo enrede”.

Millet considera genuinamente españoles a los padres-bocadillo: “Los que persiguen a sus hijos o hijas en el parque con la merienda en la mano o, si son menos activos, se limitan a ser su paciente sombra”. La opinión de la psicóloga Maribel Martínez quedan recogidos en Hiperpaternidad: “Este tipo de crianza, basada en llevar a los hijos siempre entre algodones y resolverles como norma sus problemas, lo que hace es inutilizarlos tanto a nivel emocional como para cosas pragmáticas”. Puede que el mensaje que reciban es el de “solo no puedes”. Y, como afirma Millet, lo que se les dice entre líneas es: “No eres capaz”. “Tener a alguien que no permite que te equivoques impide aprender a partir de los errores cometidos, y esto es clave para el desarrollo”, escribe Martínez.

Podría parecer que se les facilita la vida, se les educa y acompaña, se les mima sanamente, pero se les está privando de la adquisición de autonomía. La maestra y psicopedagoga Estefanía del Pozo Asensio, conocida en redes como Mi Pizarra Educativa (en Instagram cuenta con 32.500 seguidores), considera que el exceso de presión o de cuidados solo puede traer consecuencias negativas: “Tenemos que educar a niños y niñas para que sean autónomos, que sean capaces de resolver sus problemas, que tengan sus tiempos y espacios, que razonen y desarrollen su imaginación y creatividad”.

Para Del Pozo, un niño es autónomo cuando es capaz de desarrollar las tareas que le corresponden a la edad: “Esto permite ver mejor las capacidades que tienen, aprenden a equivocarse y a no buscar únicamente la excelencia, con la presión y la ansiedad que esto conlleva”. Los padres y madres hipervigilantes también trastocan la autoeficacia de los niños y niñas, es decir, su capacidad de confiar en sus capacidades para alcanzar objetivos. “Si se ven capaces de resolver diferentes situaciones, de encontrar varias soluciones a un problema, repercute directamente en la autoestima”, afirma la maestra.

La sobreprotección también está directamente relacionada con el temor y el miedo. Impide aprender a buscarse la vida, manejar la frustración y hacer frente a los contratiempos. Para la psicóloga Marta Segrelles, crecer con excesivo miedo puede llevar a no saber diferenciar una alerta de un peligro real. “De adolescentes y adultos pueden sentirse tremendamente abrumados ante situaciones cotidianas como la toma de decisiones, un cambio de planes o un imprevisto en el contexto social”, asegura.

El miedo es una emoción que nos protege, y que en situaciones relacionales aparece por herencia o propia experiencia. “Lo que observamos con frecuencia tiene que ver con la herencia, pues este estilo de crianza desde el miedo puede afectar a los hijos en forma de conductas más preocupadas, exigentes o evitativas en las situaciones nuevas”, afirma la psicóloga especialista en heridas de infancia.

Los niños necesitan seguridad, no control en sus relaciones. “Haber sido criados desde la sobreprotección hace que en la vida adulta puedan llevar una especie de gafas con las que mirar el mundo y con las que ven amenazas en todos los lugares”, dice Segrelles. La hiperpaternidad les dificulta confiar en sus capacidades para afrontar situaciones, así como dudar de los recursos propios para sostener emociones o situaciones. “Cuando crecen suelen sentirse como una carga y no quieren molestar, están cómodos obedeciendo y estando al servicio de los demás”, concluye. Las frustraciones son parte de la vida, es por eso que la tarea familiar es ayudar a encajarlas, no evitarles trámites y brindarles caparazones o instaurarlos en el centro de aisladas bolas de cristal.

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