J. D. Vance: el pobre chico de los Apalaches y la revolución de la nueva derecha en el Partido Republicano
La meteórica ascensión política del escogido por Trump como candidato a la vicepresidencia se explica por la deriva del conservadurismo estadounidense hacia posturas aislacionistas y contrarias a las élites
En Hillbilly, una elegía rural, las exitosas memorias que lanzaron su carrera política, J. D. Vance se presenta como el narrador confiable de una historia de pobreza y superación personal enclavada en el gran relato de la desindustrialización estadounidense y de la desposesión de las clases obreras blancas del Medio Oeste de Estados Unidos. “No soy senador o gobernador, ni fui secretario de ningún Gobierno. (...) Tengo un buen trabajo, estoy felizmente casado, tengo una casa cómoda y dos perros alegres”, escribe Vance al principio del libro.
Han pasado ocho años desde la publicación de un título que fue aupado a la lista de los más vendidos por una legión de lectores que querían entender a la masa de olvidados por la globalización cuyo desencanto llevó a Donald Trump a la Casa Blanca. Parece, sin embargo, que hubiera transcurrido una eternidad tanto en términos de la peripecia vital de su autor como de su triple salto intelectual. Sigue “felizmente casado” con la abogada, hija de la inmigración india, Usha Chilukuri, a la que conoce de la universidad. Ahora es padre de tres hijos y su historia ―centrada en la madre adicta y en Mamaw, la abuela de armas tomar (literalmente, como se verá después) que lo educó― se convirtió en película de Hollywood. Y el pobre chico de los Apalaches, que estuvo en el Cuerpo de Marines, pudo estudiar derecho en Yale e hizo mucho dinero como inversor de riesgo en Silicon Valley, acabó siendo después de todo senador por Ohio.
El lunes pasado, Trump lo escogió como su compañero en la papeleta de las elecciones del próximo noviembre, así que este hijo de un padre ausente, que adoptó el apellido materno, podría estar a punto de añadir el de vicepresidente de Estados Unidos a la lista de puestos que nunca soñó que desempeñaría. En un par de semanas cumplirá 40 años.
Mucho se ha hablado estos días de los contorsionismos que tuvo que hacer Vance, el conservador “juicioso” al que invitaban a las tertulias liberales y escribía en The New York Times, para acabar de hooligan MAGA y de fiel escudero de Trump, a quien en cierta ocasión llamó en privado “el Hitler de América” y en público definió como “heroína cultural” para las masas. Aunque en realidad, el viaje de este hillbilly ―término que define a esa “gente orgullosa de las colinas” que los de fuera, escribe Vance, tienden a confundir con “paletos en el culo del mundo con los dientes comidos”― no se diferencia demasiado del viaje del Partido Republicano, que esta semana ha escenificado en su Convención Nacional, celebrada en Milwaukee, la sumisión total a Trump y a su familia.
El ascenso de Vance supone también la consagración de la última derivada del conservadurismo estadounidense: la New Right, término que los analistas han reciclado de otra nueva derecha, surgida en los sesenta y que acabó en la Casa Blanca de la mano de Ronald Reagan. Solo hace un par de años la New Right de Vance estaba en los márgenes, pero esta semana ha conquistado el centro del partido. Sus miembros, entre los que también se encuentran el millonario anti-woke Vivek Ramaswamy o el congresista Josh Hawley, han aprendido de los errores del vociferante Tea Party y evitan las exhibiciones lunáticas de los conspiranoicos adscritos a QAnon.
El movimiento se incubó durante los años de Trump en la Casa Blanca y coincide en muchos puntos con el ideario trumpista resumido en el lema “América primero”. Consideran el progresismo como el germen de un colapso civilizatorio que hay que detener a toda costa. Defienden un feroz nacionalismo económico y la línea dura con la inmigración; se muestran escépticos con la tradición tan estadounidense de intervenir militarmente en el extranjero y están dispuestos a la pelea en todos los frentes de la llamada guerra cultural: desde el combate a la ideología woke y sus políticas inclusivas, que consideran solo fuente de discordia, a los ataques a las personas trans.
“Beben de las fuentes intelectuales más oscuras”, explica Ian Ward, joven reportero de Politico y tal vez el periodista que mejor conoce en Washington al candidato a vicepresidente. “Del ‘posliberalismo’ de influencia católica, al populismo y el localismo conservadores, así como varias corrientes de pensamiento neoreaccionario que florecen en internet”. Ward define a Vance como “ágil en el debate”: “Es joven, católico, cerebral, desprecia a las elites (aunque mantiene contactos con su lado oscuro) y se siente cómodo con el lenguaje de la contrarrevolución conservadora”.
Su principal vínculo en la otra cara del poder económico es el halcón de Silicon Valley Peter Thiel. Cofundador de Paypal y uno de los primeros inversores en Facebook, donó 10 millones de dólares en 2022 para la campaña de Vance al Senado y, según cuenta Max Chafkin en The Contrarian, su estupenda biografía del tecnólogo, después se lo llevó a Mar-a-Lago para fumar la pipa de la paz con Trump.
En estos años, Vance también ha forjado una sólida amistad con Don Jr., primogénito del magnate, y, tal y como explicó este en su discurso de la convención, esa relación ha pesado en la decisión de su padre a la hora de escogerlo. Su nombramiento también se ha interpretado como una señal de cortejo del candidato republicano a Silicon Valley, espacio geográfico y mental de espíritu libertario y corazón demócrata en el que Vance conserva vínculos de sus años en San Francisco. (De momento, la candidatura Trump-Vance ya se ha ganado a Elon Musk).
Ward incluyó esta semana a Thiel, con su convicción de que el progresismo, la burocracia del Gobierno y las élites irresponsables están entorpeciendo el progreso tecnológico, en un artículo que repasa los siete pensadores que moldearon intelectualmente a Vance. En la nómina ―en la que falta J. R. R. Tolkien, su escritor favorito―, figuran Patrick Deneen, apóstol del “posliberalismo”, o el filósofo francés René Girard, clave en su conversión en 2019 al catolicismo. La aportación más famosa de Girard es la teoría del “deseo mimético”, según la cual, los seres humanos emulan los deseos de sus semejantes, lo que origina rivalidades y conflictos que resuelven “convirtiendo a un enemigo común en chivo expiatorio”.
Entre la lista de chivos expiatorios de Vance ocupan un lugar destacado esos políticos de Washington que, según dijo el presentador Tucker Carlson en la convención, “saltan por encima de los cadáveres de los americanos muertos por fentanilo para ir al Capitolio a votar la ayuda para la guerra en un país extranjero”. De ahí que la elección del candidato a vicepresidente, con sus radicales ideas en política exterior, haya provocado una onda expansiva más allá de las fronteras estadounidenses.
Preocupación en Ucrania
A la convención republicana asistieron esta semana un grupo de embajadores extranjeros en Washington que siguieron atentamente lo que allí se dijo para tratar de entender lo que traería en términos geopolíticos una segunda vuelta de Trump en la Casa Blanca. Entre esos embajadores estaba la ucrania, Oksana Markarova. Vance se ha opuesto repetidamente a que Estados Unidos continúe ayudando a Kiev en su defensa de la invasión rusa. Tras su designación ha resurgido una entrevista en la que el entonces senador le dijo a Steve Bannon, hoy en la cárcel por desacato al Congreso: “Siendo honestos, realmente no me importa lo que le pase a Ucrania, sea lo que sea”.
Una fuente diplomática europea señaló en Milwaukee la “honda preocupación” de Kiev y sus aliados “sobre lo que Trump y Vance serán capaces de hacer con Putin y Ucrania al día siguiente de jurar el cargo”. También recordó que en su discurso de clausura el magnate citó a Viktor Orbán, primer ministro de Hungría, país miembro de la OTAN. “No hay que olvidar que se ha visto recientemente con Xi [Jinping, presidente chino] y [Vladímir] Putin [presidente ruso], y que también visitó Mar-a-Lago”.
Por esas incertidumbres, el discurso de aceptación de Vance del miércoles en Milwaukee era uno de los más esperados en la arena internacional. Lo colocaron al final de la jornada teóricamente dedicada a los asuntos exteriores, y eso hizo pensar que el candidato a vicepresidente desarrollaría sus ideas en la materia. Por el contrario, ofreció en un discurso pálido, que dejó al descubierto los que tal vez sean su puntos ciegos: la falta de carisma y de conexión de sus modales de intelectual con el trumpismo más atávico.
En su intervención, se limitó a presentar la aventura neoliberal y globalista como un asunto personal para alguien que nació en “Middletown, Ohio, (...) un lugar olvidado por la clase dirigente de Estados Unidos en Washington”: “Cuando yo estaba en cuarto grado, un político de carrera llamado Joe Biden apoyó el Tratado de Libre Comercio, un mal acuerdo comercial que se llevó un sinnúmero de buenos puestos de trabajo a México”, dijo. También responsabilizó a Biden del pacto con China “que destruyó aún más buenos empleos industriales de la clase media estadounidense”, y de la “desastrosa invasión de Irak”. “En cada paso del camino, en pequeñas ciudades como la mía en Ohio, o en las vecinas Pensilvania y Míchigan, así como en Estados de todo el país, los trabajos se mandaban al extranjero y los hijos, a la guerra”. Tras el atentado contra Trump del pasado sábado, Vance acaparó titulares al conectar en un post en X la retórica de la campaña de Biden contra el republicano con el intento de asesinato.
El miércoles también señaló a su madre, que lleva “10 años limpia y sobria” y estaba presente en el palco junto a Trump, pero sobre todo se acordó de su abuela ―Mamaw, en dialecto hillbilly― y de que cuando murió y limpiaron su casa encontraron 19 armas cargadas repartidas por las habitaciones; se ve que necesitaba tener una siempre a mano por si había que defender a la familia. “He ahí el espíritu americano”, sentenció Vance.
El candidato se enfocó también en aliviar las rivalidades deportivas entre Ohio, su Estado natal, y Míchigan. “Ya hemos tenido bastante violencia política”, bromeó. Tras esa broma se esconde el principal encargo de Trump: seducir como en 2016 a los votantes del Cinturón de Óxido, corredor que va de Pensilvania a Minnesota y que un día fue el corazón de la industria pesada. Especialmente, a los de los Estados clave en las elecciones: Pensilvania, Wisconsin y Míchigan. A este último se dirigieron el sábado Trump y Vance para dar en Grand Rapids su primer mitin juntos, el primero tras el atentado.
No se espera que Ohio sea problema: ahí votaron republicano en 2016 y 2020. La decena de sus delegados presentes en Milwaukee consultados por este periódico coincidieron en definir a Vance como “un hombre con los pies en la tierra”. También en que la elección de uno de los suyos será buena para un Estado “a menudo olvidado”. “Es como Trump en 2016, un político que no es un político; por eso creo que lo ha escogido, porque se ve reflejado en él”, opinó Tracie Sánchez, republicana de Lima (Ohio).
Estos días, algunos medios han señalado la ironía de que Vance se mudara tras ser elegido senador a Del Ray, un barrio acomodado de Alexandria, al otro lado del Potomac. Es la clase de lugar ideal para que vivan y eduquen a sus hijos en colegios liberales las élites de Washington a las que tanto desprecia.
Si sale elegido vicepresidente, le esperan cuatro años aún más cerca del corazón de la bestia: la residencia oficial que está en los terrenos del Observatorio Naval, al noroeste de la capital. Quién sabe si como paso previo a ocupar Duante cuatro u ocho años la Casa Blanca: la ley impide a Trump, que además estará a punto de cumplir 82, ser presidente de nuevo. En 2028, Vance tendrá todavía toda su carrera por delante. Contagiados de la euforia de una convención triunfalista, muchos delegados se relamían estos días en Milwaukee ante la perspectiva no ya de una victoria en noviembre, sino de una reconquista total: el sueño de 12 años de republicanismo à la Trump-Vance por delante.
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