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En la corte de Donald Trump: viaje a las entrañas de la convención republicana

Delegados de Micronesia, todas las variantes del ‘merchandising’ MAGA y euforia generalizada ante la perspectivas electorales del partido: las claves de la aclamación del expresidente como candidato

Republican National Convention
Delegados de Texas en la Convención Nacional Republicana de Milwaukee, este martes.Julia Nikhinson (AP)
Iker Seisdedos

Cuando el sábado pasado las balas silbaron peligrosamente cerca de la cabeza de Donald Trump, Vince Fusca estaba allí, entre el público que seguía la intervención del expresidente desde las gradas colocadas a su espalda. Este lunes, día en que Trump hizo una reaparición triunfal en la Convención Republicana con la oreja izquierda vendada tras el ataque, Fusca paseaba con su inconfundible sombrero de ala corta entre los expositores del evento, que se celebra hasta el jueves en Milwaukee.

“Al verlo desde detrás caer al suelo de la manera en que cayó, me dije: ‘Ya está, lo mataron”, explicó a EL PAÍS, mientras un par de simpatizantes del candidato republicano esperaban para hacerse una foto con él. Ellos también lo habían reconocido de tanto ver el vídeo del intento de asesinato, un metraje reproducido en los últimos días algo así como un billón de veces en todos los rincones del planeta.

Fusca no supo responder a la pregunta de cómo él y los que lo rodeaban pudieron mantener la calma en esos momentos, aunque aseguró que estaba “dispuesto a entrar en acción para neutralizar al tirador”, un muchacho de 20 años llamado Thomas Matthew Crooks cuyas motivaciones aún son un misterio para los investigadores. Sus planes, añadió, eran viajar directamente a Milwaukee desde el lugar en el que se celebró el mitin, una granja en Butler (Pensilvania) cercana al lugar donde vive, pero cambió de idea: mejor pasar el domingo en casa, “asimilar el trauma”, y conducir al día siguiente. “Esto no me lo podía perder de ninguna manera; soy un convencido seguidor de Trump desde el principio”, dijo Fusca, que adquirió cierta notoriedad en 2022 como candidato fallido al Senado por Pensilvania.

En la imagen izquierda, Vincent Fusca el sábado pasado en el mitin de Pensilvania. A la derecha Fusca en la convención republicana.
En la imagen izquierda, Vincent Fusca el sábado pasado en el mitin de Pensilvania. A la derecha Fusca en la convención republicana.

El intento de asesinato que ha puesto patas arriba la campaña electoral estadounidense a menos de cuatro meses de la cita con las urnas, no solo ha prolongado los 15 minutos de fama de Fusca en el MAGAverso, un universo cuyo epicentro se ha trasladado por unos días a esta ciudad del Medio Oeste, también ha añadido interés a una convención que se anunciaba previsible, aburrida casi. Ha servido además para que la aclamación del líder, llamémosla “entrumpización”, sea total: la totalidad de los cerca de 2.500 delegados votaron el lunes por él, pese a que otros candidatos, Vivek Ramaswamy, Ron DeSantis y, sobre todo, Nikki Haley, lograron arañar unos cuantos votos en las primarias. La prueba definitiva de que Trump goza del control absoluto del partido llegó con la inclusión a última hora de Haley, su última enemiga en pie, como una de las oradoras del programa del martes. Ofreció un discurso de claudicación sin excusas.

Los delegados son el centro de esta fiesta. Llegan de los 50 Estados y de los territorios asociados y de ultramar vestidos con sus mejores galas. Los 161 miembros de la delegación de Texas, por ejemplo, lucen todos sombreros de cowboy. En el resto de cabezas, dominan las gorras rojas de “Make America Great Again”, lema trumpista por antonomasia. El derroche de todas las variantes del merchandising del expresidente es infinito. Y hay incontables referencias a Lincoln, mito fundacional del partido; gorros con elefantes, mascota del conservadurismo en este país; vestidos de mujer con la bandera americana; disfraces de la época de la guerra de la independencia, mucha chapa que recuerda a los candidatos de elecciones pasadas y mucho traje azul, camisa blanca y corbata roja.

Alvin Portee Jr., delegado alternativo de Columbia, Carolina del Sur, con su sombrero de copa tuneado con imágenes de Lincoln.
Alvin Portee Jr., delegado alternativo de Columbia, Carolina del Sur, con su sombrero de copa tuneado con imágenes de Lincoln.Callaghan O'Hare (REUTERS)

Las delegaciones se organizan en torno a unos postes con los nombres del territorio de procedencia en el parqué del estadio de baloncesto de los Milwaukee Bucks en el que se celebra la cita, cubierto para la ocasión con moqueta. Como sucede con Eurovisión, la cosa tiene sus propias reglas rayanas en la geopolítica. Por ejemplo, si, como es el caso, el candidato es de Florida, entonces sus miembros tienen un lugar destacado, cerca del escenario, igual que aquellos representantes de los Estados que serán decisivos en la elección. Estén donde estén, cada cual defiende lo suyo, como en todas partes: ya saben, no hay lugar en el mundo que supere en belleza al gran Estado de Dakota del Sur, ni territorio con historia más rica y heroica que la de la mancomunidad de Virginia.

Orgullo de Ohio

El lunes, los vecinos de Ohio gozaron de un orgullo sobrevenido. Fue después de que se supiera que Trump había escogido a uno de los suyos, el senador J.D. Vance, como acompañante en la papeleta electoral. Poco después del anuncio, y de la oficialización de la candidatura presidencial, Linda Caudill, vecina de Cincinatti ―“como Vance”, dijo con orgullo― auguró que ambos harán “un gran tándem”. “Lo conozco bien; es uno de los nuestros. Y ambos se van a entender a la perfección, no habrá fricciones”, añadió, mientras los voluntarios repartían carteles con el flamante eslogan “Trump 2024“ y en los móviles hacía fortuna un meme en el que las letras “v” y “a” tachaban la “p” y la “e”, de Pence, para que la vieja papeleta de 2020 que decía Trump-Pence dijera Trump-Vance, y asunto resuelto.

Donald Trump, con la oreja vendada, junto a J.D. Vance, su elegido como vicepresidente, el lunes en la Convención Nacional Republicana.
Donald Trump, con la oreja vendada, junto a J.D. Vance, su elegido como vicepresidente, el lunes en la Convención Nacional Republicana. Foto: JIM LO SCALZO (EFE)

Entre los delegados, abundan los hombres y mujeres que, como Caudill, superan los 60 años. Hay gente con larga implicación en la política, como Bill Huff, de Vermont, que fue candidato a presidente del partido en su condado y se había apuntado “por vivir la experiencia”, y otros que se esforzaron en las primarias “por escuchar otras propuestas, antes de decidirse por el expresidente”, como Bob (”sin apellidos, por favor”), de Texas. Casi todos podrían suscribir las palabras de Ann Beauchamp, de Carolina del Sur: “¿Mi apoyo? Es 110% para Trump”. Y la mayoría de la docena entrevistados por este diario atribuyeron el hecho de que el expresidente se hubiera salvado a “algún tipo de intervención divina”.

Tal vez los delegados que mayor mérito tienen sean los nueve de Guam. “Un día entero en avión” separa a la isla de Micronesia de la gran cita en Milwaukee, según explicó su líder, Félix Camacho, que fue gobernador durante ocho años de ese remoto territorio estadounidense. Es su cuarta convención, y ese dato solo puede hablar de su compromiso republicano. Tanto esfuerzo para (casi) nada: la ley no permite a los ciudadanos de Guam votar en las presidenciales.

El delegado de Florid Jervonte "Tae" Edmonds celebra el momento en el que Trump logró el lunes los votos que matemáticamente le garantizaron su candidatura presidencial.
El delegado de Florid Jervonte "Tae" Edmonds celebra el momento en el que Trump logró el lunes los votos que matemáticamente le garantizaron su candidatura presidencial. Brian Snyder (REUTERS)

Las identificaciones que cuelgan de los cuellos de los 50.000 asistentes sirven para situar a cada cual. Están los periodistas, también conocidos como “el enemigo del pueblo” en la jerga trumpista. Se apelotonan en las mesas de las últimas filas de la gradas, salvo los de los grandes medios, que tienen su propio plató de televisión frente al escenario. Por esos espacios van pasando distintas personalidades del partido, desde Kevin McCarthy, brevísimo presidente de la Cámara de Representantes, al senador de Alabama Tommy Tuberville, que el lunes se mostró convencido en una conversación apresurada del triunfo en noviembre: “Nunca vi al partido tan unido”, explicó.

Están los invitados, los 5.000 voluntarios y los delegados suplentes, que acuden a la convención por si alguien falla y el lunes esperaban nerviosos una llamada como esos jugadores de fútbol que calientan en la banda sin saber seguro si saltarán o no al terreno de juego. Uno de ellos, de nombre Kevin Gormand, era algo así como la aguja en el pajar del trumpismo en Milwaukee: “el único enviado por Arkansas en representación de quienes votaron por Haley”.

El área que la ciudad ha reservado al evento, una ciudad demócrata que vive con resignación el triunfante conciliábulo republicano, comprende decenas de calles cortadas, por las que los asistentes deambulan perdidos, siguiendo las instrucciones de miembros del servicio secreto y de policías llegados de todo el país y armados hasta los dientes. Hay decenas de actos paralelos, promovidos por organizaciones como Serbios por Trump (¡!), pases de la nueva película sobre Ronald Reagan, con John Voight y Dennis Quaid, y firmas de libros de la congresista más vociferante, Marjorie Taylor Greene.

En torno al estadio también hay de todo para entretener la espera entre charla y charla: puestos y más puestos de venta de merchandising, siluetas a tamaño natural de Richard Nixon, un pub cortesía de la CNN y Politico y hasta un lugar donde uno puede dejar dando un portazo su compañía de teléfono y apuntarse a Patriot Mobile. Es la única del mercado, promete su publicidad, “en la que uno puede tener la seguridad de que los dueños no invertirán en causas propias del progresismo woke”.

Está claro que en la corte de Donald Trump, esa es una de las peores traiciones posibles.

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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.
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