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¿Qué puede hacer un presidente en funciones en Estados Unidos durante la transición?

Existe un equipo para traspasar el poder, pero con Trump en la presidencia cualquier extravagancia es posible

El presidente Donald Trump habla sobre los primeros resultados de la elección presidencial desde la Casa Blanca en Washington. En vídeo, sus declaraciones. Vídeo: Carlos Barria
Yolanda Monge

La respuesta a la pregunta de qué puede hacer un presidente en funciones en este año electoral de 2020 viene marcada por el hecho de que ese presidente es Donald Trump, un hombre errático, caprichoso y voluble con la política y las decisiones que toma desde la Casa Blanca.

Tras las elecciones presidenciales de noviembre y hasta que se forma el nuevo que ha salido de esos comicios, el Congreso entra en un periodo conocido como lame duck (la traducción al español sería pato cojo), lo que significa que la actividad legislativa es mínima y a la espera de que se inicie el nuevo curso parlamentario. Las fechas quedaron establecidas en 1933 en la enmienda XX de la Constitución estadounidense, que dice que el 20 de enero comienza un nuevo ciclo presidencial y el 3 de ese mismo mes un nuevo Congreso.

Donald Trump ya es un lame duck president pero, si además pierde las elecciones, automáticamente se convierte en un mandatario al que el Congreso no le va a aceptar ninguna iniciativa legislativa. Tampoco recibirá él ninguna que venga del Capitolio. Pero, claro, se trata de Donald Trump, el hombre que en la madrugada electoral y a falta de millones de votos por contar se autoproclamó ganador de los comicios y desde entonces no ha hecho otra cosa que enfangar el proceso democrático.

Todo lo que ha urdido o dicho el presidente en las últimas semanas antes de unas elecciones que definirán a ese país durante los próximos cuatro años ha estado a la altura de su perfil: burlón, desafiante, grotesco. El mandatario, ajeno a las normas y reglas, ha creado su propia realidad y su exclusiva manera de enfrentar los hechos, lo que vaticina que la transición de poder va a ser todo menos normal y que todos los escenarios estrambóticos son posibles.

De oficio, hace meses que la Casa Blanca colocó frente al equipo de transición a Chris Liddell, vicejefe de Gabinete de Trump. Según fuentes citadas por el diario The Washington Post, Trump es tan verso libre que fue reacio a firmar la documentación requerida para una transición formal de la Administración. Según esas mismas fuentes, al presidente “no le gustaba” la idea de participar en una transición porque lo consideraba “mal karma”. Finalmente acabó por estampar su rúbrica cuando se le dijo que se requería por ley. El mandatario dejó claro que no quería que se diera publicidad al hecho.

Donald Trump mantendrá exactamente los mismos poderes que los que tiene ahora hasta que jure un nuevo presidente el 20 de enero. Existe un memorándum de cuatro páginas de entendimiento entre la campaña de Joe Biden y la Casa Blanca, que establece casi como un minutaje las líneas de comunicación entre ambos lados, los acuerdos a los que pueden llegar, la información que comparten y la que no puede ser pública ―inteligencia y estrategia militar, entre otras―.

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Si es cierto que legislativamente Trump no debería ―en principio― intentar ninguna aventura, ni declarar ninguna guerra, no es menos cierto que este periodo queda abierto para lo que se conocen como midnight actions, decisiones impetuosas tomadas en los peores momentos. Ese término, en el caso de Trump, es casi una definición de su personalidad. Un escenario posible es que el mandatario decida, por ejemplo, despedir a Anthony Fauci, el mayor experto de la pandemia de coronavirus en Estados Unidos. Las críticas de Trump hacia el doctor Fauci no han parado de crecer, ya que el mandatario se ha mostrado indignado por el manejo que el científico ha hecho de la enfermedad, muy contrario a las ideas que tiene el presidente, que sigue restándole importancia a pesar de los más de 225.000 muertos.

Es bastante probable que el magnate conceda el perdón presidencial a algunos de sus antiguos colaboradores o abogados que están en la cárcel. Bill Clinton hizo toda una declaración de intenciones al firmar la entrada de Estados Unidos en el Tribunal Penal Internacional horas antes de dejar la presidencia. Pero fue tan solo eso, un buen gesto. La firma debía de ser ratificada y para entonces, el siguiente presidente, George W. Bush, no quiso que ninguna corte extranjera pudiera juzgar nunca a un ciudadano norteamericano, por lo que hoy EE UU no pertenece al Estatuto de Roma. Lo que podría darse por seguro es que el presidente no perdonará a su antiguo abogado Michael Cohen, ya que le considera “un traidor”. Pero con Trump, todo es posible.

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Sobre la firma

Yolanda Monge
Desde 1998, ha contado para EL PAÍS, desde la redacción de Internacional en Madrid o sobre el terreno como enviada especial, algunos de los acontecimientos que fueron primera plana en el mundo, ya fuera la guerra de los Balcanes o la invasión norteamericana de Irak, entre otros. En la actualidad, es corresponsal en Washington.

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