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Elecciones EE UU
Columna
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La suerte está echada

Encuentro una cierta justicia poética en que el coronavirus y el voto de las mujeres sepulten políticamente a Donald Trump

Francisco G. Basterra
Donald Trump el pasado sábado en un acto de la campaña electoral.
Donald Trump el pasado sábado en un acto de la campaña electoral.Gene J. Puskar (AP)

Estados Unidos necesita un calmante tras una presidencia desatada, un bombero hipotenso que apague el fuego xenófobo, aislacionista y racista desatado por Donald Trump en defensa de una supremacía blanca que se diluye demográficamente. El 45º presidente ha llamado a las milicias ultraderechistas armadas a defender el fuerte y, por primera vez, se temen enfrentamientos civiles tras unas elecciones, que Trump ha dicho que solo puede perder si se las roban. Y, más asombro: “Puedo no aceptar el resultado”.

Nunca en la época contemporánea, quizás con la excepción de Truman en 1948, cuando todos los sondeos le daban como perdedor, un presidente en ejercicio llegó como Trump a la elección aplastado por unos sondeos negativos y, a pesar de ello, ser reelegido. Trump ha demostrado su carencia de decoro para ocupar la Casa Blanca. Tras la inicial sorpresa de su llegada al poder, llegamos a pensar que crecería en el cargo y que los controles y equilibrios del sistema paliarían los destrozos de su extravagante presidencia. Trump, tras cuatro años de despreciar a la mitad del país, atizar la división y el odio, dañar la democracia, afronta mañana su juicio final.

Todos los sondeos prevén la derrota del presidente y su sustitución por el demócrata Joe Biden. El recuento en la madrugada del miércoles podría prolongarse durante días por la alta participación esperada y las previsibles impugnaciones en Estados clave. Nudo gordiano que desatarían los tribunales. El exvicepresidente Biden goza de cómoda ventaja a nivel nacional, que se estrecha en Estados que se columpian entre republicanos y demócratas, de los que depende la victoria en el Colegio Electoral, los 270 votos que debe reunir el ganador. El voto directo no decide. Hillary Clinton superó en 2016 por tres millones de votos a Trump, pero perdió la presidencia en el Colegio Electoral.

Como el iceberg que acabó con el Titanic, la pandemia puede provocar el hundimiento de Trump y su presidencia. Su pésima gestión de esta catástrofe sanitaria, de la que se mofa estúpidamente, le resta votos entre los ciudadanos de mayor edad. El sprint final coincide con el recrudecimiento de contagios, especialmente en el Medio Oeste, la América profunda que vota más republicano. Y las vías de agua de una economía en ascenso sobre cuya ola surfearía para su reelección no han podido ser taponadas. ¿Pero si, sorpresa mayúscula pero no descartable, los ciudadanos deciden no pasar página y darle un segundo mandato a Trump? Por el posible voto oculto, una participación final menor de la esperada. Un triunfo mínimo y discutido de Biden sin suficientes votos en los Estados bisagra para anudar la victoria.

Biden es el bombero necesario. Promete una presidencia tranquila, sanadora de un país desgarrado, una transición de un solo un mandato. Es decente. Hay cierta justicia poética en que el coronavirus y el voto de las mujeres sepulten políticamente a Donald Trump. La suerte está echada.

fgbasterra@gmail.com

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