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Erika Pinheiro: “El coste humano de las políticas de inmigración de Trump es imposible de medir”

Esta abogada, especialista en defender a demandantes de asilo en la frontera de Estados Unidos con México, ha visto la destrucción del precario sistema de asilo en los últimos cuatro años

Erika Pinheiro, en el lado estadounidense de la valla de Tijuana, a finales de septiembre.
Erika Pinheiro, en el lado estadounidense de la valla de Tijuana, a finales de septiembre.APU GOMES
Pablo Ximénez de Sandoval

Un abogado de inmigración tiene que aprender a tratar con dramas humanos, una legislación ambigua y cambiante, jueces y funcionarios que actúan con un amplio margen de discreción y, en general, una casuística infinita. “Oyes historias muy duras. Es un trabajo de vida o muerte. Si fallas, alguien puede ser deportado a una muerte segura”, afirma Erika Pinheiro, abogada de la organización Al Otro Lado, que asiste a demandantes de asilo en la frontera de Tijuana/San Ysidro, California. Pinheiro llevaba 15 años navegando ese mundo cuando Donald Trump llegó a la Casa Blanca. Las cosas nunca habían sido fáciles, pero en estos cuatro años ha sido testigo directo del progresivo cierre de la frontera sur hasta que el sistema de asilo ha sido prácticamente destruido, con consecuencias humanas que apenas se pueden comprender de este lado de la valla.

En Estados Unidos, cualquier persona podía presentarse en un puesto fronterizo, pedir refugio y exponer su caso ante un juez. Ya no. “Ahora nos parecemos a Europa”, dice Pinheiro (Nueva Jersey, 41 años). Hija de inmigrantes portugueses, ha acabado por fijar su residencia en Tijuana, convertida en un campo de refugiados. Desde allí responde por teléfono.

Pregunta. ¿Cómo ha empeorado su trabajo en la frontera en los años de Trump?

Respuesta. En 2016, CBP (la agencia de protección de fronteras y aduanas, por sus siglas en inglés) empezó a rechazar gente en la frontera. Eso se incrementó tras la elección de Trump. Ese fue el primer cambio grande. En 2017, empezamos a documentar casos de separación de familias. Al principio, el Gobierno negó que fuera una política expresa, decía que solo les pasaba a las que habían cruzado ilegalmente. Pero nosotros documentamos varios casos de demandantes de asilo que se habían presentado en el puerto de entrada de San Ysidro y los habían separado de sus hijos. Esto se incrementó en 2018, cuando se hizo oficial la política de tolerancia cero. En realidad, no ha terminado, pero aquel fue el pico, cuando hubo miles de familias separadas. Luego llegó el Protocolo de Protección de Migrantes (MPP), que es el nombre más orwelliano que hay. Han obligado a entre 50.000 y 60.000 personas a quedarse en México mientras esperan las audiencias de sus casos de asilo. La mayoría están aquí atrapados sine die, porque ahora han cerrado toda la frontera por la covid-19. Y por último, hicieron los acuerdos con los países centroamericanos para enviar a los solicitantes de asilo directamente de vuelta. En cuanto a México, cuando López Obrador llegó al poder daban visados en la frontera sur. Eso se cerró a toda velocidad. Creo que, por resumir, México se ha convertido en el muro, porque EE UU ha puesto una presión enorme para que paren a los refugiados antes de llegar a la frontera.

P. ¿Cuáles son las consecuencias humanas de todo esto?

R. Conozco personalmente casos de personas asesinadas después de haber sido rechazadas en el puerto de entrada. Nunca olvidaré a tres menores con los que estábamos trabajando, tenían 16 y 17 años, que estaban en Tijuana en noviembre de 2018. No aceptaban a ningún menor en el puerto de entrada, ninguno. A dos de ellos los secuestraron, los torturaron y los mataron. Aquello me impresionó. Si alguien tiene que recibir protección son los menores que escapan de la violencia. Luego todos vimos aquella foto famosa del padre y su hija de dos años que se ahogaron en el Río Grande después de haber sido rechazados en un puerto de entrada. De la gente a la que han obligado a quedarse en México, no puedo ni decir cuántos conozco a los que han disparado, robado, secuestrado, torturado o lo que quieras. La frontera es un lugar peligroso y Tijuana es una de las ciudades más peligrosas del mundo. Lo más inquietante para mí son los intentos de secuestro de niños menores de 10 años, particularmente los que están aquí por el MPP. Tijuana es un centro del tráfico sexual. Y sabemos que muchos de los secuestros e intentos de secuestro tienen que ver con eso, porque nunca piden rescate. Solo quieren a los niños. Y la falta de protección de las autoridades mexicanas es decepcionante, pero no sorprende. El coste humano es imposible de medir.

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P. ¿Cuál fue el momento que superó sus peores expectativas?

R. Creo que la separación de familias. Eso fue difícil de asumir. Los primeros casos eran personas que estaban en Estados Unidos y tenían a sus hijos aquí, así que pudimos encontrarlos y reunificarlos. Eran casos de niños de 18 meses o de 3 años. Las historias que contaban sus padres sobre el momento de la separación eran como una película de terror. No puedo imaginar qué clase de persona puede arrancar a un bebé de los brazos de su padre o a una niña de la mano de su madre. En ese momento me di cuenta de que estábamos tratando con una agencia (CBP) que no ve a sus clientes como seres humanos. Porque no puedo imaginar a un ser humano haciéndole eso a otro. Y después, fue a peor. Empezó a haber casos en los que los padres eran deportados sin sus hijos. Esos fueron los casos más difíciles.

P. ¿Cuántos siguen separados?

R. Cientos. Las primeras denuncias solo abarcaban niños que estaban bajo custodia del Gobierno desde junio de 2018. Pero hemos documentado separaciones que se remontan a 2017. Justo antes de la pandemia empezamos a trabajar para buscar a esos padres, que ahora llevan ya años separados de sus hijos. No hemos podido encontraros a todos.

Erika Pinheiro, junto a la valla de Tijuana.
Erika Pinheiro, junto a la valla de Tijuana. APU GOMES

P. ¿Cómo era el trabajo en la frontera antes de todo esto?

R. Yo había defendido más de 100 casos de asilo en cortes de inmigración. Solo había perdido uno. No eran casos fáciles, solían ser personas que habían pasado por el sistema penal y sus peticiones de asilo eran complicadas. Cuando Trump llegó a la presidencia, el fiscal general empezó a cambiar las leyes, las agencias fronterizas se politizaron en extremo y empezamos a perder más casos. Pero no quiero dar la imagen de que todo estaba bien antes de Trump. En 2014, durante la llegada masiva de menores no acompañados, ya presentamos una denuncia en nombre de más de 100 niños que habían sufrido abusos físicos, sexuales y verbales por parte de la policía fronteriza. Presentamos muchas demandas en nombre de detenidos a los que se les había negado atención médica o los habían violado. Barack Obama fue el que construyó la arquitectura para la maquinaria de deportación que Trump ha convertido en un arma política. Cuando el auge de la llegada de menores, Obama construyó los centros de detención de familias y fue cuando empezaron muchas cuestiones de violaciones de derechos civiles y falta de asistencia legal. Las cosas ya estaban mal, pero no estaba en el radar de la mayoría de la gente antes de que llegara Trump. Es importante decir esto porque, aunque las cosas se han puesto obviamente mucho peor con Trump, deshacerse de él no va a solucionar los problemas.

P. En este momento ¿cómo es su relación con CBP?

R. Me han puesto en una lista de sospechosos, hay una alerta sobre mi pasaporte y me separaron de mi propio hijo. Yo había renovado mi visado y al volver a México las autoridades mexicanas no me dejaron entrar. Me dijeron que Estados Unidos había puesto una alerta de seguridad en mi pasaporte. Mi hijo tenia un año y estaba en Tijuana. Solo nos enteramos de lo que pasaba por la denuncia de un confidente anónimo. Este barbarismo no es solo contra los inmigrantes, es contra cualquiera que ayude a los inmigrantes.

P. Si nos ponemos en el punto de vista de la Administración, ¿han conseguido su objetivo de cerrar las fronteras a los inmigrantes?

R. La gente no ha dejado de venir. Pero yo diría que el ultimo clavo en el ataúd ha sido la orden de los CDC (la autoridad sobre enfermedades) restringiendo el tráfico en la frontera y la entrada de demandantes de asilo por la covid-19. Ahora se devuelve en caliente a cualquiera que cruza irregularmente entre los puertos de entrada. Se saltan la ley sin consecuencias. La gente sigue llegando a la frontera, pero ya no puede pasar. Si pasan, los mandan a su país. Todo esto es ilegal, claro, pero el Congreso y los tribunales no están obligando a la Administración a seguir la ley, así que qué mas da.

P. ¿Cree que el interior del país entiende la vida en la frontera y en qué consiste la inmigración desesperada y el asilo?

R. Hay mucha gente que cree que lo entiende, pero no lo entiende. No creo que la gente entienda lo militarizada que está la frontera y lo difícil que es entrar en EE UU y las cosas por las que tiene que pasar la gente para pedir asilo. Los que se oponen al asilo piensan que es más fácil de lo que en realidad es. En el pico de la separación de niños, cuando les decíamos a las familias que los iban a separar, decidían seguir adelante. Porque lo que habían dejado atrás era peor de lo que podían esperar en EE UU. La gente piensa que es fácil y que hay mucho fraude, pero esta muy lejos de la realidad.

P. ¿Ha tenido éxito Trump en pintar la frontera como un lugar sin ley y fuera de control?

R. Ha tenido éxito con su base. Pero creo que ha tenido el efecto opuesto. Los abusos en los centros de detención ya existían de antes pero a nadie le importaba. A la gente le ha empezado a importar a partir de que Trump lo ha intensificado. Creo que si miras las encuestas ahora a nivel nacional la mayoría de los norteamericanos apoya la inmigración, y no estoy segura de que eso fuera así en los años de Obama, porque la gente no pensaba tanto en ello. La separación de familias, especialmente, ha tenido el efecto contrario. Yo siempre he trabajado en organizaciones sin ánimo de lucro y nunca hemos tenido la clase de apoyo que hemos tenido durante esta Administración.

P. ¿Este país se sigue viendo a sí mismo como un lugar de inmigrantes y un lugar de refugio para gente perseguida?

R. Mucha gente se da cuenta de que nuestra autoridad moral en el tema del asilo se ha dado la vuelta durante la Administración Trump, y hay mucha gente que quiere restaurarlo. Pero la mayoría de los norteamericanos nunca ha salido del país y no entiende la vida en otras partes del mundo. No entienden que la gente no quiere venir, sino que necesita venir, porque huyen de situaciones terribles.

P. Cuando ve la situación de los refugiados en Lesbos, Grecia, ¿qué piensa?

R. Mi familia es de Europa y he pasado mucho tiempo allí. En comparación con otros países, Estados Unidos sigue siendo un lugar con mejores oportunidades para demandantes de asilo, al menos hasta que la covid-19 cerró la frontera por completo. Por muy mal que estuviera la situación, nunca ha estado tan mal como en Europa, en cuanto a los campamentos, cómo funciona la relocalización de inmigrantes y el porcentaje tan bajo de peticiones que se aprueban. La forma en que a la gente la ponen en campamentos, esas condiciones… solía ser muy diferente en Estados Unidos. Ahora nos parecemos más. También hay un ascenso del populismo de derechas que demoniza a los inmigrantes. Yo diría que en los últimos años nos hemos en la peor versión de Europa.

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Pablo Ximénez de Sandoval
Es editorialista de la sección de Opinión. Trabaja en EL PAÍS desde el año 2000 y ha desarrollado su carrera en Nacional e Internacional. En 2014, inauguró la corresponsalía en Los Ángeles, California, que ocupó hasta diciembre de 2020. Es de Madrid y es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense.

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