Un yihadista español en la cárcel siria: de escayolista en Madrid a integrante del Estado Islámico
Omar el Harchi, procesado en rebeldía en España y marido de la también terrorista Yolanda Martínez Cobos, lleva seis años en prisiones kurdas tras vivir cinco en el autoproclamado califato del ISIS
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Por la puerta de la caseta entra un hombre de estatura media, ojos oscuros, cabeza rapada y barba de pocos días. Viste un gastado uniforme de prisión marrón con costuras. Su mirada es serena. “Hace mucho que no hablo español”, afirma el yihadista Omar el Harchi el Fertaj (Tetuán, 1984). De nacionalidad española, ha cumplido 40 años y lleva los últimos seis en una cárcel de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS, organización de milicias árabe-kurdas) en el noroeste de Siria, país al que viajó en mayo de 2014 para unirse al Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés). Es el segundo preso yihadista español que EL PAÍS localiza en las cárceles kurdas en Siria. La justicia española lo procesó en rebeldía por pertenencia a organización terrorista, y la sentencia que condenó en 2016 a la célula yihadista Al Andalus le atribuye un importante protagonismo en funciones de recaudación y financiación del grupo. Él lo niega.
El 23 de marzo de 2019, en la población de Baguz, en el desierto sirio fronterizo con Irak, el autodenominado califato islámico dio sus últimos coletazos. “Intenté escapar varias veces, con la ayuda de contrabandistas, porque la situación era muy difícil”, explica El Harchi en un oxidado castellano. Cada intento de fuga se vio frustrado, conforme las FDS y los cazas de la coalición internacional apretaban el cerco sobre el reducto más radical de los combatientes del ISIS junto con sus mujeres e hijos. En total, unas 100.000 personas. “Los drones nos descubrieron por la noche y nos dispararon. Murieron todos menos yo y otros dos hombres que nos escondimos en una cueva”, afirma. El Harchi se entregó a los milicianos kurdos.
Hacía ya un mes que se había despedido de su mujer, la madrileña Yolanda Martínez Cobos, de 40 años, y sus cuatro hijos menores de edad. La familia fue evacuada a través de un corredor humanitario al centro de detención de Al Hol para parientes de miembros del ISIS, también en el noroeste sirio, tras cuatro meses de bombardeos, con otras dos mujeres ―una de ellas embarazada― y otros 12 menores, también españoles. El Harchi asegura que no ha vuelto a tener noticias de ellos.
Él había llegado a España en “2005 de forma legal, con visado”, afirma. Más tarde conoció a Martínez, quien pronto se convirtió al islam y gracias a ella obtuvo la nacionalidad española. La pareja, que se casó en 2007, se fue a vivir con los padres de Martínez, al estar desempleados en plena crisis económica. Incapaces de remontar el vuelo, decidieron trasladarse en 2011 a la ciudad natal de Omar, Tetuán (Marruecos), donde él vendía “aparatos electrónicos, móviles u ordenadores de segunda mano” que traía de España en sus habituales viajes.
Las investigaciones policiales ofrecen una versión muy distinta de los desplazamientos regulares de El Harchi a Marruecos. Según la Justicia española, tras la desarticulación por parte de los servicios de seguridad marroquíes de una importante red de envío de yihadistas a Siria, El Harchi “se habría ocupado de recomponer la misma, para lo que se desplazó junto con su familia a Tetuán el 3 de febrero de 2014″.
El rostro curtido ha dejado atrás al hombre de 23 años con barba y pelo rizado, embutido en un traje oscuro y camisa roja de la foto de bodas que sus suegros conservan en un cajón del salón de su casa del barrio de Salamanca de Madrid. “Llevo dos años intentando solicitar el divorcio, pero las autoridades españolas me dicen que no saben del paradero de Omar y que he de esperar 10 años”, explica desde Madrid, por teléfono, Yolanda Martínez. “Quiero dejar el pasado atrás y empezar de nuevo mi vida con mi familia”, añade la mujer, que ingresó en prisión en enero de 2023 tras ser repatriada y ahora está en libertad en espera de sentencia por un delito de integración en organización terrorista.
Una carta de despedida firmada por “Yoli”, en la que se afirma que “ante el conflicto sirio no hay que quedarse estático y pasar a la acción”, es una de las pruebas aportadas contra ella para sostener su “plena voluntad de mantener su integración” en el ISIS, según el auto de procesamiento.
Preguntado si volvería a sumarse al ISIS tras lo vivido, Omar el Harchi se lo piensa. “Cuando vienes aquí es con la idea de ayudar a la gente. Hay cosas bien y cosas mal, como en todos los países”, dice. “No. No creo, después de la experiencia personal”, concluye. No se despega de la ideología yihadista. Pese a los numerosos atentados cometidos por Al Qaeda o el ISIS, no los considera grupos terroristas. “Para la ley islámica, combaten a quienes les combaten”, alega cuando se hace referencia a los atentados terroristas perpetrados en Barcelona, con 16 muertos; o París, donde hubo 130 muertos.
El camino hacia el califato
El Harchi mantiene el mismo relato que otros yihadistas presos: decidió viajar a Siria tras ver en bucle vídeos de matanzas de mujeres y niños sirios en bombardeos de los cazas rusos y de la aviación del dictador depuesto Bachar el Asad. Se trasladó a Siria desde Marruecos, donde vivía con su mujer y dos hijos. Viajar al entonces recién autoproclamado califato del ISIS fue tan “fácil” como “vender patatas”, asegura. Las “puertas estaban abiertas” a través de Turquía, desde donde cruzaron a pie a la norteña localidad siria de Suluk. Y, al igual que el resto de presos del ISIS, sostiene que engañó a su mujer contándole “que iban de viaje a Turquía”, y no a Siria, “para visitar el país y tal vez buscar trabajo” porque ella “no quería ir”.
Omar El Harchi niega que existiera una célula terrorista con el nombre de Al Andalus, “asumiendo labores de selección, integración de nuevos miembros, y financiación del grupo”, así como captación y adoctrinamiento yihadista, como afirma la sentencia de la Audiencia Nacional, que condenó a nueve miembros a penas de entre 8 y 11 años y medio de prisión. “Eso no es verdad. Nosotros solo nos juntábamos a tomar el té el viernes, el día de la oración” en la mezquita de la M-30 de Madrid, aduce.
Once miembros de la célula, incluido El Harchi, ya habían salido de España cuando fue desarticulada. Asegura que el líder del grupo, Lahcen Ikassrien, que luchó en Afganistán y estuvo preso en Guantánamo, era solo “un amigo”. “Ellos formaron una asociación para dar dinero a gente necesitada. Yo nunca di un duro”, sostiene.
Los servicios de inteligencia españoles creen que dos de los integrantes que viajaron a Siria desde España —el marroquí Mohamed el Amin y el iraní Navid Sanati, ambos también nacionalizados españoles—, están muertos. El Harchi logró hacer una búsqueda de su nombre en internet, por lo que es consciente de que está procesado por la justicia española por pertenencia a una célula terrorista.
Aislados del mundo exterior, los presos del ISIS no saben que Ahmed al Shara —que ellos han conocido como Al Jolani y que fue líder de la rama local de Al Qaeda— es el nuevo líder de Siria y que Bachar el Asad ha huido a Rusia. Tras el vuelco político en Damasco, las milicias islamistas respaldadas por Ankara han intensificado sus embestidas contra las FDS en el noreste del país. “Si Estados Unidos decide retirar sus tropas, será más difícil para nosotros enviar refuerzos a los frentes mientras vigilamos a los presos yihadistas”, afirma un jefe de la inteligencia kurda en esta penitenciaría de Hassake. En el último envite de 2019, unos 800 yihadistas cautivos en campos y cárceles fueron liberados por los combatientes proturcos.
A su llegada a Siria, Martínez y El Harchi fueron separados durante un mes. Ella fue enviada junto con sus dos hijos a una casa de huéspedes donde las solteras eran adjudicadas a algún yihadista. Él fue a un campo de entrenamiento donde durante “unos 20 días” recibió “formación militar y religiosa”. “Nos enseñaron de todo”, muy rápido porque “ellos [por el ISIS] no esperaban la cantidad de gente que fue [a Siria]. Desde Japón a América”, recuerda. Sobre el hecho de que arrastrara a su primer hijo a un país en guerra, arguye que “era muy pequeño. Él no sabía”. Sostiene que él nunca luchó en el ISIS, aunque admite que llevaba un arma “porque en esos países es muy normal; en todas las casas hay una”.
Los expertos cifran en unos 40.000 los extranjeros —6.000 de ellos europeos— que se unieron a la yihad del ISIS. Según las estimaciones del Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado, un centenar de los estimados 234 combatientes extranjeros que viajaron de España a Siria han muerto o regresado. El resto está en paradero desconocido.
Hasta ahora, El Harchi es el segundo ciudadano español confirmado preso en las cárceles kurdas junto con el ceutí Zuhair Ahmed Ahmed. Otros, como el cordobés Muhamed Yasin Pérez, no lograron salir con vida de Baguz. Las FDS aseguran que aún custodian a 10.000 presos yihadistas de 58 nacionalidades distintas en sus penales, cuyos países de origen rehúsan repatriarlos.
Tras pasar tres meses en Raqa, la entonces capital del ISIS, a la familia El Harchi le fue adjudicada una vivienda y un trabajo en la localidad de Al Shadadi, al noreste del país y no lejos de la frontera con Irak. El preso, como otros en su situación, rebaja su participación en la organización terrorista y niega que luchara con el grupo. Según su versión, quedó a cargo de la administración y la financiación dentro del Ministerio de Justicia del califato. Sus funciones, explica, iban desde proveer el mobiliario y material necesario para los juicios a calcular y desembolsar las indemnizaciones de cada caso. “Si alguien atropellaba a alguien, por ejemplo, yo llamaba a tres expertos y hacía una media para decidir el monto a indemnizar”, afirma. Se trasladó a Siria buscando vivir en un país musulmán bajo la ley islámica, cuya justicia incluye sentencias como la lapidación por adulterio. “Para que eso ocurra” hacen falta pruebas, como “cuatro testigos hombres”, intenta justificar.
Pasaba “todo su tiempo libre en casa con la familia” y tenía poco contacto con el mundo exterior porque, supuestamente, “no había apenas internet”, replica cuando se le pregunta sobre las decapitaciones y las mujeres yazidíes esclavizadas por el ISIS. En los tres años siguientes, la familia creció con dos nuevos hijos. Era la primera vez que este escayolista de profesión lograba un trabajo estable, según declaró a este diario su esposa en abril de 2019.
El hombre niega que nadie le ayudara a unirse al ISIS y, preguntado sobre qué evento o persona le condujo a abrazar la ideología yihadista, asegura que “no sabía la religión bien”. “Empecé a estudiar la religión, a escuchar…”. Al final decidió emprender lo que cree que es el camino de la “rectitud” como musulmán. En el acomodado barrio de Salamanca, la metamorfosis también se produjo en Yolanda, que pasó de llevar el pañuelo a vestir el niqab y una abaya negros, lo que causó fricciones en la convivencia de la pareja con sus padres.
No se aparta del guion yihadista. Dice que todo no musulmán es un infiel que ha de ser combatido, aunque luego se niega a “entrar en ese tema”. Sobre sus suegros, El Harchi desvía la mirada y murmura que “no lo van a entender”.
—¿Cree que es de justicia que cumpla penas de cárcel?
—No.
—¿No cree que contribuyó a todos los horrores y asesinatos que cometió el Estado Islámico? No solo contra extranjeros, sino sirios, iraquíes, yazidíes...
—No. No puedes meter a un simple albañil en la cárcel porque estuvo en Irak o Siria cuando un soldado español estuvo combatiendo [en referencia a la invasión de Irak en 2003].
—Pero tú te afiliaste voluntariamente al ISIS.
—Sí.
Se acaba el tiempo concedido para la entrevista. Dos milicianos de las FDS se llevan a El Harchi por la misma puerta para retornar a su celda.
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