El primer Gobierno del Sinn Féin en Irlanda del Norte resucita la idea de la reunificación de la isla
Michelle O’Neill es desde este sábado la ministra principal del Ejecutivo Autónomo, después de que los unionistas levantaran dos años de bloqueo de las instituciones de autogobierno. Dos mujeres presidirán el Gobierno
El Sinn Féin, durante años el brazo político de la organización terrorista del IRA, ocupa desde este sábado, por primera vez en su historia, el sillón de Ministro Principal del Ejecutivo Autónomo de Irlanda del Norte. La Asamblea de Stormont, como se conoce al Parlamento norirlandés, ha nombrado para el puesto a Michelle O’Neill, de 47 años y nacida en Fermoy, condado de Cork, en el sur de la República de Irlanda. Era entonces el otro lado del mundo, visto desde Belfast, una ciudad devastada en ese tiempo por los troubles (problemas), el eufemismo con que se denominaba a una violencia sectaria que enfrentaba a protestantes y católicos.
“Los días en que había ciudadanos de segunda clase han desaparecido. Lo de hoy es la confirmación de que nunca regresarán. Como republicana irlandesa, me comprometo a cooperar, con un esfuerzo sincero, con todos mis colegas del unionismo británico”, aseguraba O’Neill en su discurso ante la Asamblea, minutos después de tomar posesión de su puesto como ministra principal. Mano tendida a sus rivales políticos, reafirmación de las prioridades sociales y económicas de la región —mejor sanidad, vivienda más accesible…—, y una defensa de las oportunidades que ofrece la especial situación de Irlanda del Norte, con un pie en el Reino Unido y otro en la UE, para crecer. La nueva ministra principal no ha querido incidir en la posibilidad futura de una unificación. El simbolismo histórico de su elección lo decía todo.
La respuesta llegaba de la mano de Emma Little-Pengelly, la designada por el unionismo para ocupar el puesto de viceministra principal. Sus amables palabras y promesas de colaboración con O’Neill restauraban un esperanzador clima de diálogo en la Asamblea. “Estamos definidos por el pasado, pero no condicionados por él para construir nuestro futuro”, prometía Little-Pengelly. “Los retos a los que hacen frente muchas familias en Irlanda del Norte no distinguen entre católicos o protestantes (…) La gente nos reclama que trabajemos juntos. Michelle es republicana; yo, unionista. Eso no cambiará. Pero las dos sabemos que solo el crecimiento económico de todos nos llevará hacia adelante”.
Desde que se firmó el Acuerdo de Paz de Viernes Santo, en 1998, republicanos (partidarios de la reunificación, como el Sinn Féin) y unionistas (defensores de la permanencia de Irlanda del Norte en el Reino Unido) están obligados a compartir Gobierno. Y así ha sido, salvo los periodos —como estos dos últimos años― en los que unos u otros decidieron bloquear el funcionamiento de las instituciones por su propio interés político.
Pero el sistema estaba diseñado para que siempre ganaran las elecciones los unionistas. Durante todo este tiempo, el Sinn Féin se resignó a ocupar una segunda posición en la cogobernanza, la silla de Viceministro Principal.
Ese fue el juego durante un tiempo. El Brexit, mayoritariamente rechazado por los norirlandeses en el referéndum de 2016, lo alteró. La rabia ante lo que a sus ojos era una traición de Londres —el diseño de un Protocolo de Irlanda del Norte que mantenía a la región dentro del mercado interno y el espacio aduanero de la UE— sembró la semilla de la división interna en las filas unionistas. Su fragmentación permitió que en mayo de 2022 el Sinn Féin ganara por primera vez en un cuarto de siglo de autonomía las elecciones locales.
Solo el rechazo de la principal formación protestante, el Partido Unionista Democrático (DUP, en sus siglas inglesas), a que se constituyeran una nueva Asamblea y un nuevo Ejecutivo norirlandeses ha impedido durante este tiempo que O’Neill fuera ministra principal.
El acuerdo alcanzado esta semana entre el Gobierno de Rishi Sunak y el líder del DUP, Jeffrey Donaldson, que concede a los unionistas garantías extraordinarias de que el tráfico de mercancías entre Gran Bretaña e Irlanda del Norte estará prácticamente libre de controles aduaneros, ha logrado desbloquear la situación. Todo era más flexible desde que Londres y Bruselas firmaron en febrero del año pasado el llamado Acuerdo Marco de Windsor, que puso fin a un litigio endiablado entre el Reino Unido y la UE respecto al encaje de Irlanda del Norte en la era post-Brexit.
Con el pacto cerrado entre Sunak y Donaldson —más simbólico que efectivo en su contenido, como demuestra el hecho de que Bruselas no haya puesto pegas—, los unionistas se sienten más seguros de su amarre constitucional al futuro del Reino Unido. De momento.
La unificación, al alcance de la mano
Algunas cosas parecen imposibles hasta que ocurren. En los últimos meses, el recuerdo de la reunificación de las dos Alemanias ha estado presente en muchas conversaciones del Reino Unido o Irlanda. Tampoco entonces resultaba conveniente la idea de juntar dos bloques tan asimétricos económica, política, social y culturalmente. Hasta que los ciudadanos del este comenzaron a derribar ladrillos del muro. Un “cisne negro”. Así llamó, con enorme éxito, el ensayista Nassim Taleb a los acontecimientos sorpresa que cambian las reglas del juego.
“En términos históricos, [la unificación] está al alcance de la mano. Creo que es un momento muy emocionante, y confío en que todos den la bienvenida a una conversación necesaria”, celebró la semana pasada Mary Lou McDonald, la presidenta del Sinn Féin (en ambos lados de la isla), al saber que finalmente su partido ocuparía por primera vez la jefatura del Gobierno norirlandés.
El Acuerdo de Viernes Santo deja en manos del ministro para Irlanda del Norte (del Gobierno británico) la potestad de convocar una consulta “si en algún momento estima probable que una mayoría de los votantes está dispuesta a respaldar que Irlanda del Norte deje de ser parte del Reino Unido y forme parte de una Irlanda unida”. Votantes, se entiende, de uno y otro lado de la frontera invisible que hoy divide la isla.
La encuesta más reciente, realizada el pasado diciembre por Ipsos B&A para The Irish Times, ofrece resultados llamativos. Todavía está lejos el giro de opinión. Pero no tan lejos. En la República de Irlanda (en el sur, como prefieren llamarlo los republicanos), un 66% de ciudadanos respaldaría la unificación. En Irlanda del Norte, solo un 30%, frente a un rechazo del 51%.
Pero la clave, entienden muchos, es la voluntad cada vez más compartida a ambos lados de la raya de que ha llegado el momento de consultar a la gente. Un 59% de los norirlandeses, según la encuesta, quiere que haya referéndum sobre la unificación. Entre los protestantes, ese respaldo es de un sorprendente 39%. En teoría, lo que expresan es el deseo de zanjar el asunto de una vez por todas. Pero nadie sabe en qué dirección puede echar a volar un cisne negro.
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