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“El fiscal Strassera era diez veces mejor que Ricardo Darín en ‘Argentina 1985”

Tres de los seis jueces que condenaron a los dictadores rememoran para EL PAÍS el juicio y las lecciones que dejó para el mundo, recuperados por la película

Los jueces argentinos Guillermo Ledesma, Ricardo Gil Lavedra y Jorge Valerga Aráoz, en el Colegio Arzobispo Fonseca de Salamanca, el 5 de noviembre.
Los jueces argentinos Guillermo Ledesma, Ricardo Gil Lavedra y Jorge Valerga Aráoz, en el Colegio Arzobispo Fonseca de Salamanca, el 5 de noviembre.Emilio Fraile
Carlos E. Cué

Hicieron algo único en el mundo. Han pasado 40 años, y siguen muy orgullosos de aquello. Los tres dicen varias veces durante la entrevista que fue lo más importante que hicieron en sus vidas profesionales. Pero fue tan duro que quedaron devastados. Escucharon a más de 800 testigos narrar durante horas las salvajes torturas de una de las dictaduras más crueles de la historia, la última que sufrió Argentina entre 1976 y 1983. Tuvieron tanta presión, supuso un desgaste tan enorme, que todos, los seis jueces que en 1985 condenaron a cadena perpetua a Jorge Videla y Emilio Massera, los dos dictadores más sanguinarios de los que integraron las Juntas militares que gobernaron el país esos años, dejaron al poco tiempo la carrera judicial. “Yo lo dejé porque no podía más, me moría si seguía”, dice Guillermo Ledesma, al que todos llaman El Negro, emocionado aún 40 años después.

Los jueces son Ricardo Gil Lavedra, Jorge Valerga y Ledesma, tres de los cuatro supervivientes de los seis que componían el tribunal, que han estado esta semana en España. Carlos Arslanian, el cuarto, no pudo viajar por recomendación del médico. Los tres han llegado invitados por la Universidad de Salamanca, que además hizo la digitalización del juicio y conserva una copia, por impulso del profesor Guillermo Mira. Han venido precisamente para ofrecer varias conferencias sobre este proceso, único en el mundo, que condenó a los dictadores solo dos años después de que dejaran el poder y aún con el apoyo de buena parte del ejército, de la policía, de los servicios secretos y también de sectores de la sociedad.

Una heroicidad difícil de explicar y que los tres jueces, en una entrevista conjunta con EL PAÍS, atribuyen a un conjunto de factores, algo de suerte, una voluntad de hierro de los seis que componían el tribunal, que forjaron un bloque compacto ―todo fue por unanimidad―, el empuje del fiscal Julio Strassera y el impulso claro del presidente Raúl Alfonsín, que decidió, contra muchos de sus asesores, que temían otro golpe de Estado, que la democracia argentina tenía que resolver esa deuda pendiente antes de empezar a andar.

Gil Lavedra, que acaba de publicar un libro sobre el juicio que se llama “La hermandad de los astronautas (Debate)”, precisamente como homenaje a esa amistad que se forjó entre los seis jueces, explica claro que tenían casi todo en contra: “Estábamos solos. No había ningún precedente nacional ni internacional en el cual apoyarse. Los empresarios no querían juicio, la iglesia quería reconciliación, los militares querían premios por lo que habían hecho, la prensa tampoco lo quería. Ni el mundo judicial. Hubo juicio porque hubo una decisión política de Alfonsín de que la democracia no se construyera sobre la base de la impunidad”. Alfonsín empujó, pero ellos fueron clave. “Estábamos decididos a hacerlo, y estábamos muy unidos”, recuerda Valerga. La camaradería entre ellos se puede percibir bien incluso hoy. La película Argentina, 1985 (se puede ver en Amazon), un éxito internacional, les ha devuelto el protagonismo, aunque ellos también recomiendan el documental El Juicio (se puede ver en Filmin), realizado con las imágenes del proceso, y reprochan que en la película no se destaca el papel decisivo de Alfonsín.

Los tres jueces recuerdan que la decisión de que fuese un juicio público y televisado, algo que no era evidente ―optaron por seguir el procedimiento de los juicios militares, aunque era un tribunal civil, porque eran más rápidos y además eran audiencias públicas― cambió por completo la historia del país. Mucha gente no conocía las atrocidades de la dictadura. Algunos tenían nociones, pero casi nadie, más allá de las víctimas, imaginaba sus atroces dimensiones. Ni siquiera ellos, jueces jóvenes que habían sido elegidos para ese tribunal por su indiscutible compromiso democrático, conocían con detalle esos horrores. Y al descubrirlos en la boca las víctimas, la opinión pública argentina fue cambiando por completo. “Uno puede pensar que había torturas, pero cuando escuchas que en un centro de detención le ponían un cuis, que es un roedor, a las mujeres en la vagina… A un chico lo mataron empalado. Yo he llorado en muchos testimonios. Te daba mucha angustia, rabia”, recuerda Gil Lavedra.

Ledesma, que como Valerga, había sido joven juez de instrucción durante la dictadura y se había enfrentado a los militares en algunos momentos, hasta recibir llamadas de presión directas de Videla, también quedó impactado. “Claro que no sabíamos. Cuando yo tuve el episodio de tensión con los militares, siendo juez, cada día llegaba a casa y miraba para atrás pensando cuándo viene el tiro”. Pero una cosa es pensar que te podían matar, y otra el nivel de sadismo. Escuchar a una mujer que le hicieron tener el hijo esposada y después limpiarse de su placenta es terrible”, señala recordando un testimonio que tomó él y que aparece en la película Argentina, 1985. “Todos los días eran testimonios brutales. Te va llenando de una situación de angustia tremenda. Después del juicio no éramos los mismos. Antes pensábamos que íbamos a terminar nuestra carrera como jueces, pero no podíamos más y todos renunciamos al poco tiempo”, recuerda Valerga.

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Ledesma fue el primero en dejarlo, después de presidir un segundo juicio, también durísimo, a la policía de la provincia de Buenos Aires, donde la represión fue brutal. “´No podía más” se emociona. “Todos los días, entre las tres de la tarde y las 12.00 de la noche, algunas veces a las tres, a las cuatro de la mañana. Llegábamos a casa destruidos”, añade Valerga. “Fueron 830 testigos en cuatro meses. Fue muy duro”, rememora Gil Lavedra. Pero esa brutalidad fue muy útil para la sociedad argentina, coinciden los tres. Porque todo el mundo lo vio, y nadie más pudo negarlo. “Fue una catarsis. Nunca más se discutieron los hechos”, resume Ledesma. “Antes del juicio, todos estaban en contra. Los medios decían “no dividamos a los argentinos, hay que reconciliarse, para qué mirar para atrás”. Empezaron los testimonios y se terminó la discusión. Porque ahí estaba la realidad, las víctimas. Además había 400 cronistas extranjeros”.

Ellos decidieron hacer el juicio civil cuando comprobaron que la justicia militar, que es la que empezó a hacer el proceso, no iba a hacer nada. “El último informe del tribunal militar decía que las órdenes eran inobjetables, ¡venía a decir que había que investigar a las víctimas! En un momento los jueces militares habían dictado dos prisiones a Videla y Massera, pero les empezaron a llegar plumas blancas de traición [el símbolo que usan los militares] y se asustaron”, recuerda Ledesma. “Vimos que lo tomábamos o el juicio no se hacía. Y habría sido una gran frustración para la democracia argentina. Pero no recuerdo que hayamos dudado. Y tampoco tuvimos miedo. Éramos muy jóvenes y estábamos muy decididos”, señala Gil Lavedra. “Los jueces deben tener audacia, si no, no se es juez”, remata Valerga.

40 años después, se ríen con las amenazas que tuvieron en esos días. Incluso les repartieron pistolas para defenderse de un posible atentado. Pero ellos desdramatizan, de hecho dicen que en la película se exagera con esto. “Tuvimos amenazas de bomba desde el primer momento. Y muchas llamadas. Pero en la oficina de Strassera ya se burlaban. Les contestaban que solo tomaban amenazas de 10 a 11″, dice Ledesma. “Nosotros en realidad no teníamos miedo a atentados, sino miedo a no poder hacerlo. A que no lográramos juzgarles, terminar el juicio, condenarles. Yo no pude dormir la semana de arranque del juicio con ese miedo”, señala Gil Lavedra. “Sabíamos que teníamos que ir muy rápido. El trueno entre las hojas, decía Arslanian. Por eso Strassera eligió 700 casos de los 9.000 que había comprobado la Conadep [la comisión de la verdad, también única en el mundo en ese momento, que había hecho Argentina justo antes]. Con 10 bastaba para perpetua, no tenía sentido llevarlos todos”, asegura Ledesma. “Si no actuábamos rápido, sabíamos que nos encontraríamos con un golpe de Estado, con lo que vino después, Aldo Rico en Semana Santa [el teniente coronel que lideró el golpe fallido de los carapintadas en 1987]”.

Fue todo rapidísimo, y en 14 meses lograr firmar la sentencia que condenaba a cadena perpetua Videla y Massera, penas largas a otros tres y absolvía a cuatro. Y esa condena, los números finales, se hablaron durante horas pero se cerraron definitivamente en una pizzería, como se ve en la película. “Era domingo. Nos reunimos a las 9.00, la noche anterior habíamos tenido una discusión larguísima sobre si debíamos degradar o no a los militares. Discutimos las penas y se nos hizo la hora de comer, fuimos a Banchero, la pizzería de al lado de tribunales. Cuando nos sentamos a comer una pizza volvió a salir el tema y nos acercamos. El negro y yo éramos los más discolos, queríamos más. Al final Arslanian vio que había acuerdo y dijo “basta, lo cerramos acá”. Y puso las penas en una servilleta. La firmamos todos. Después la leímos y nos fuimos de fiesta a mi casa, había sido muy duro y celebramos que lo habíamos logrado. Chupamos mucho todos”, recuerda Gil Lavedra. La servilleta se perdió.

Los jueces recuerdan con especial cariño a Strassera, el fiscal, gran protagonista de la película, ya fallecido, y un héroe de la democracia argentina. Hasta el punto de que dicen que era mucho mejor en la realidad que en la ficción, interpretado por Ricardo Darín. Gil Lavedra lo recuerda bien: “Strassera era 10 veces mejor que Darín, y eso que es un actor excepcional. El tono, los giros que hacía con la voz, cómo subía, bajaba, cómo hablaba con los medios. Era un funcionario judicial tradicional, pero se transformó en la audiencia. Era él contra 22 defensores de los mejores. Se comió la cancha. Los provocaba, nos decían ¡presidente, presidente, acá el fiscal nos está haciendo gestos obscenos!, le tuvimos que sancionar dos veces”, dice mientras se ríen los tres, 40 años después.

Todos están muy orgullosos de lo que hicieron, y muy preocupados con la Argentina actual, que tiene elecciones en una semana y puede dar el poder a Javier Milei, que tiene un discurso sobre aquellos años que nos les gusta nada, aunque tampoco les gusta el otro candidato, el peronista Sergio Massa. “Milei habla de excesos [sobre la represión de la dictadura], que es un lenguaje de los militares. Involucionamos totalmente como país”, señala Ledesma. Aún así, creen que dieron un ejemplo al mundo, y sobre todo sirvieron para concienciar y consolidar la democracia en Argentina. “Sin juicio no hubiera habido democracia en Argentina, no habría resistido, habría sido como siempre en este país, unos años de democracia y volvía la dictadura”, remata Valerga. Gil Lavedra defiende la transición argentina, con un juicio como este, que nunca se hizo ni en España ni en la mayoría de los países latinoamericanos que sufrieron dictaduras. “Cada sociedad elige su transición. Pero yo creo que la verdad tiene un efecto notable. Y la justicia sacraliza esa verdad, porque le da algún tipo de consecuencia legal. Estamos orgullosos de lo que hicimos”.

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